Esos amables bichos de exterior...

Lo terrible del discurso publicitario no es, a veces, tanto lo que dice como lo que da por sentado.

El afiche anuncia un alimento para mascotas, para gatos, y lo presenta en dos variedades: para gatos de interior y para gatos con acceso al exterior.

Perdón: ¿cómo es eso? ¿"Gatos de interior", dijo usted?

Veamos qué cosas, al menos para mí, son de interior: el látex, por ejemplo. Hay látex para interiores y látex para exteriores. Muebles, sin duda: hay cierto mobiliario que podría llamarse "de exterior", lo que, por oposición, nos permite pensar en muebles "de interior". Y están la plantas, las de interior, que todos sabemos que no son más que las víctimas frágiles de un clima adverso que no les permitiría vivir sin la esforzada artificialidad que les provee un "interior", y las otras, las de exterior, las que, no otra cosa, se adaptan al clima así como viene, aunque todas desgajadas definitivamente de su ser en la naturaleza para devenir entes decorativos.

Entonces, ¿los gatos? Gatos decorativos, afines con la pintura, los muebles y las plantas, con ellos de hecho combinados, gatos fotográficos condenados a una existencia castrada de adorno (que no horkheimer).

¿Y el acceso al exterior? Mentalidad urbana, gatos con departamentitis que, del exterior, sólo tienen el acceso. En mi universo suburbano un gato no es sino una alimaña "de exterior" que sólo por descuido accede al "interior", para robar un resto de comida que ha quedado sobre la mesada, de donde será desalojado con un chistido o un repasadorazo, más chasqueante que flagelante. De este modo, el gato es un bicho afín con ranas, sapos y culebritas, con las que por cierto mantiene un vínculo digamos que hostil, al menos desde el punto de vista de las ranas, sapos y culebritas, por no hablar de benteveos y zorzales que, a la primera de cambio, aparecen como desplumada, despanzurrada ofrenda en la puerta de casa, junto al tacho de agua.

Esa afinidad, sin embargo, no desdibuja la especifidad de mascota que reviste a los gatos, ese vínculo caprichoso por el cual merecen las caricias y los abrazos, pero que no los libra del acoso de los perros, alimañas de exterior también, a veces hostigadoras y ruidosas, pero a su vez candidatas al mimo. Después de todo, el hombre de campo establece vínculos afectivos con su caballo, una vaca, y por qué no decir las ovejas, aunque la mención de esta especie linde el mal gusto o la chabacanería. Y cómo olvidar a la chancha Élida, la que pudo escapar, dice mi madre, a su destino de jamón por haber obtenido la gracia de un nombre humano, muriendo de vieja.

Gatos de interior, gatos con acceso al exterior. Dicho en serio, pero algo así como lo del atún...