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Entrevista al escritor irlandés John Banville

“Para nosotros los irlandeses, el inglés es un idioma extranjero”

Uno de los mejores escritores vivos en lengua inglesa, el irlandés John Banville nació en Wexford en 1945. Entre sus obras más destacadas se encuentra La carta de Newton, El Intocable y El libro de las pruebas, por el que fue candidato al Booker Prize en 1989, premio que consiguió en 2005 por El mar. Ahora nos sorprende con Antigua Luz, una novela sobre la memoria, que desborda erotismo y sensualidad.


Banville es un hombre de gesto serio, mirada fría, pausado y observador.
Pero salpica toda la conversación con frases irónicas, anécdotas, citas de
otros escritores, y un poco de humor negro. Se pide una copa de vino blanco
mientras hace comentarios sarcásticos sobre la música de fondo que hay
puesta en el local, convirtiendo la entrevista en un cómodo y entretenido
diálogo.

Acaba de publicar en España Antigua luz, en la que la historia salta entre el
presente del narrador, el actor retirado Alex Cleeve, que ya aparecía en su
novela Eclipse, y un idílico verano de hace cincuenta años en el que tuvo un
romance con la madre de su mejor amigo. Banville captura a la perfección el
espíritu de la adolescencia, el cuerpo del adolescente deseoso de experiencias
sexuales, con la mente borrosa por el erotismo y los sentimientos encontrados.
El escritor procede de una familia humilde en la que su padre trabajaba en un
garaje y su madre cuidaba de la casa, en una Irlanda provinciana, cerrada y
muy católica.

¿Cuándo comenzó a leer?
Comencé muy pronto, ni siquiera sé a qué edad porque me recuerdo leyendo
siempre. Estaba profundamente enamorado de los libros. Hasta el punto que
cada vez que terminaba uno lloraba, literalmente, se me saltaban las lágrimas,
me sentía como si estuviera de luto, ya que el que terminaba había formado
parte de mi vida. Mis padres no eran lectores, así que conseguía los libros
en la biblioteca. Ten en cuenta que éramos muy pobres, tanto económica
como espiritualmente, puesto que entonces vivíamos bajo el yugo de la Iglesia
Católica, con lo que la biblioteca era el lugar perfecto donde refugiarte de
aquella realidad, y a la vez una ventana al mundo exterior. La lectura suponía
una escapada y a la vez un descubrimiento tras otro. Por eso creo que las
bibliotecas son una de las instituciones más importantes que hemos inventado.

¿Y a escribir? ¿A qué edad comenzó?
Creo que empecé a los doce años. Me había leído Dublineses de Joyce y me
fascinó. Me fascinó descubrir que se podía escribir sobre la vida tal y como yo
la conocía, que las historias no tenían que ser necesariamente de detectives,
sino que podían girar alrededor de la vida cotidiana. Así que me puse a escribir
terribles, horrorosas imitaciones de Dublineses. Pero lo seguí haciendo, seguí
insistiendo para mejorar, y aun sigo tratando de aprender.

En Antigua Luz plantea que la memoria no es fiable, que nuestros
recuerdos cambian con el tiempo…
Sí, yo creo que nos inventamos el pasado, que ensamblamos las piezas
para que encajen. No creo que recordemos las cosas exactamente como
sucedieron. A todos nos ha ocurrido llegar a una casa que pensábamos que
conocíamos muy, muy bien, y nos hemos encontrado con que las ventanas o
las puertas no están donde las recordábamos. No recordamos las cosas tal
como sucedieron.

Usted, que es tan minucioso con el lenguaje, ¿cree que éste también
afecta a la memoria?
Vaya… buena pregunta, la verdad es que no lo había pensado, fascinante (se
ríe). Creo que formulamos el significado del pasado sobre nuestro presente en
términos lingüísticos. Nos contamos a nosotros mismos qué pasó, cómo fue
ese pasado. Retenemos ciertas imágenes deslavazadas que nos vienen del
pasado y probablemente la tarea de unir todas esas imágenes para crear la
memoria sea una tarea lingüística. ¿Le parece suficientemente complicada mi
respuesta? (risas)

En ese mismo sentido, ¿cree que afectan las traducciones al lenguaje
original? ¿se pierde algo por el camino?
Como dijo Robert Frost, lo que se pierde en la traducción es la poesía. Si
piensas en una imagen, eso probablemente sea cierto. Lógicamente también
depende de la traducción. Por ejemplo, la novela de los años 50 sobre la clase
trabajadora Room at the top de John Braine, se tradujo al sueco como El ático,
con lo que perdió todo el sentido.

El lenguaje es lo más importante que hay para mí. Es cómo me expreso
conmigo mismo, es cómo observo la realidad. Es la razón por la que escribo,
supongo, el tratar de recrear el mundo a través del lenguaje. Con el lenguaje
creamos imágenes, pero es un proceso muy extraño. De hecho, aun sabemos
muy poco sobre el lenguaje. Quiero decir que parece sencillo pero no lo es.
Convertir una escena, una reunión, o a una persona… plasmar la realidad en
una hoja en blanco es un proceso muy, muy extraño. Nunca me acostumbraré
a él, nunca se me hará algo normal, jamás dejaré de maravillarme por ese
proceso. Jamás dejaré de sentirme maravillado por el proceso de crear frases.

Usted cuida muchísimo el estilo y el ritmo…
Para mí son lo más importante, lo más básico. El ritmo es fundamental. A
menudo leo lo que escribo en voz alta, porque, por ejemplo, en poesía tienes
unas reglas a seguir, tienes la estrofa, la rima, pero en la prosa eso no existe.
Una vez alguien le preguntó a Joyce si podría resumir El Ulises en una sola
frase y él contestó: “¿Cómo de larga la frase?” (risas). Conseguir que una frase
tenga ritmo es muy complicado y a la vez fascinante, porque yo puedo creer
que lo tiene pero, ¿cómo consigo que para el lector tenga ese mismo ritmo?
Ese es el gran desafío de la prosa. Y a mí precisamente lo que me interesa
es ese desafío, lo que ya no tengo claro es en cuántas ocasiones lo hago con
éxito. Uno mismo puede meterse en los enredos más asombrosos. En una
ocasión, Heidegger estaba dando una de sus lecturas y de pronto paró en
mitad de una frase y gritó indignado: “¡Pero si esto parece chino!”.

Al principio de Antigua Luz hay un párrafo que me recordó al comienzo de
Lolita, de Nabokov, en el que describe cómo se pronuncia el nombre de
Cecilia Grey, ¿se trata de un guiño?
Ah sí, sé a cuál te refieres, pero la verdad es que no lo había pensado. Estoy
seguro de que viene de ahí aunque haya sido algo inconsciente. Al fin y al
cabo, todo lo que uno lee deja un poso, deja un eco. Y bueno, con frecuencia
tomamos cosas de otros. T.S. Eliot dijo que los buenos escritores toman
prestado y los grandes escritores roban, así que yo robo con frecuencia (y
se ríe). Pero la gente también me roba a mí, ¿eh? Cuando leí Los anillos de
Saturno de W.G. Sebald descubrí que me había robado una frase de El libro
de las pruebas, así que lo hacemos todos, todos somos ladrones. Ladrones y
caníbales.

¿Es fácil escribir sobre sexo?
No, es extremadamente difícil. El acto es maravilloso, pero escribir sobre
ello es terrible. Si hasta lo intentó D.H. Lawrence con fatales resultados.
Siempre termina sonando, o demasiado rígido, o demasiado sentimental. A
mí me resulta imposible, porque la experiencia es tan distinta a su aspecto
exterior, que para escribir un libro erótico o pornográfico tendría que ser una
fantasía. Si te fijas, en ninguna novela pornográfica va nadie nunca al cuarto
de baño, excepto en La Historia de O. Creo que ese es un gran libro, y lo que
lo convierte en algo tan fascinante es que creo que tienes que leerlo dos veces
para darte cuenta de que la mujer, la protagonista, es la que lo controla todo.
Aunque los hombres estén abusando de ella sexualmente, maltratándola, ella
siempre tiene el control. Es un libro fascinante, me encantaría adaptarlo para el
cine.

¿Cómo se siente cuando le comparan con Nabokov?
Me siento halagado. Nabokov es un grandísimo escritor. Pero la diferencia
entre él y yo es que Nabokov no tiene sentido musical. Esto no lo digo yo, lo
dijo él mismo. Yo siempre había notado algo raro en su prosa, y cuando leí
esto pensé: “eso es”. Para mí el ritmo es fundamental y para él no lo es.
Lo que sí siento que nos une es que ninguno de los dos escribimos en
nuestro propio idioma. Él era de origen ruso, y nosotros los irlandeses no nos
sentimos… la palabra no es incómodos, nos sentimos distanciados, como si lo
observásemos desde otro ángulo, observamos el inglés desde fuera. El inglés
es un idioma extranjero para nosotros, y eso que lo hablamos desde 1840,
pero nuestra gramática es completamente distinta, y el ritmo también. Hay una
tensión por tanto entre el inglés que hablamos y el idioma que llevamos en los
genes. Y esto es algo que resulta muy productivo, porque creo que siempre es
bueno mantenerte fuera del lenguaje. Y creo que por eso hay tantos críticos
literarios ingleses que odian mis libros, porque creen que son intentos fallidos
de escribir una novela inglesa.

La literatura irlandesa cuenta con enormes figuras como Joyce, Samuel
Beckett, WB Yeats… ¿se siente presionado de alguna manera?
Por supuesto. Siempre me comparo con un habitante de la Isla de Pascua,
con esas inmensas figuras de piedra mirándome desde arriba y diciendo: “mira
lo que hemos hecho nosotros, así que a ver qué haces tú ahora”. Sí, es una
presión enorme. Es curioso pero en Irlanda tenemos, o grandes escritores o
escritores fallidos, pero no parece que tengamos nada en medio. Los ingleses
tienen literatura intermedia, tienen escritores medios, pero nosotros no, parece
que solo tenemos estas enormes figuras.

¿Cómo se protege de la presión de esas grandes figuras a la hora de
escribir?
No leyéndolos (se ríe). Cuando escribo no puedo leer a Joyce o a Beckett. Sí
puedo leer a Yeats, que es mi gran espejo. Pero es que Yeats, aunque suene
un poco extraño, no es realmente un poeta irlandés. Se fue a vivir a Londres
muy joven, descubrió que Irlanda era su material y regresó, pero es algo
sintético, lo que forma parte de su grandeza.

¿Vuelve sobre sus libros una vez están publicados?
No, jamás los vuelvo a leer. Me da vergüenza. Una vez me encontré con una
amiga por la calle y me dijo: “Qué pálido estás, ¿te encuentras bien?” Y le
contesté: “hoy se publica mi novela y me siento como si caminara desnudo
por la calle”, “pues parece que vayas enseñando hasta tus radiografías”. Me
pareció maravilloso, era exactamente como me sentía.

¿Tampoco lee las críticas de sus libros?
No. Ni aunque sean positivas. Mira, me paso tres, cuatro, hasta cinco años
escribiendo una novela, con lo que sé qué fallos tiene, conozco sus pocas
virtudes, llego a conocer tan bien mi trabajo que nadie me puede aportar nada
que yo no sepa, ni tampoco hay nadie que pueda ser más crítico que yo con mi
propio trabajo.

¿Y no puede haber nadie que le descubra algo?
Podría ser, pero no vale la pena leerse todas esas críticas para encontrar un
pequeño detalle que no supiera. Los lectores sí me descubren cosas. Cuando
hago lecturas son ellos los que realmente me dicen cosas sobre mis libros que
yo no sabía. Cuando era joven sí compraba toda la prensa y leía todo, pero
porque en aquella época había críticos que vivían de eso, eran profesionales
que se dedicaban a ello por entero. En la actualidad nadie puede sobrevivir a
base de escribir crítica literaria, así que todos los críticos hoy día se dedican
realmente a otras cosas, la mayoría de ellos a escribir, y si son escritores, te
odian por tener éxito.
Y sobre todo, si lees las críticas que te hacen, tienes que aceptar que las
positivas son igual de válidas que las negativas.

Pero usted también es escritor y crítico literario…
Pero yo hace tiempo que solo escribo críticas de libros que me gustan. Mi
mujer siempre me dice que doy una impresión absolutamente distorsionada
de mí mismo al hacer esto, ya que todas mis críticas son favorables. Me dice:
“la gente no se da cuenta de la cantidad de libros que odias”. Si recibo un libro
para escribir una crítica y no me gusta, lo devuelvo. Esto es porque estoy en un
momento de mi vida en el que creo que no tiene sentido desanimar a la gente
a escribir. Yo quiero animar, decirles “este libro es estupendo”. Alguna vez sí
recibo algún libro que es tan malo que creo que tengo que escribir la crítica y
decir “esto es horrible”, pero es raro que lo haga.

A Ian McEwan le hizo una crítica feroz de su novela Sábado…
Vaya, esperaba que no me sacaras ese tema (risas). ¿Ves? Eso fue un error.
Sí, le puse a parir en una crítica en el New York Review of Books y luego
escuché a alguien decir “es la mejor peor crítica que he leído nunca”. Aquello
fue terrible, no lo volvería a hacer. La razón por la que lo hice fue porque recibí
el libro mucho después de que se publicara, y leí cosas sobre él como: “el gran
libro sobre el 11 de Septiembre”, o “es el mejor retrato de la sociedad
actualidad”, y cosas así. Aquello era basura sobre el libro, pero lo que tenía
que haber aclarado es que estaba criticando a los críticos, les estaba diciendo:
“mirad, este libro es muy, muy malo, ¿de verdad vais a decir que es
maravilloso?”. Muchos no me perdonaron aquello. Y muchos de ellos se
vengaron cuando publiqué mi siguiente novela. Pero mira, por una vez sentí
que tenía que salir y hablar, decirles a todos que el emperador no llevaba traje
en esta ocasión, y que todos estaban equivocados, o que ninguno se había
atrevido a decir la verdad. No te podrías imaginar la cantidad de emails y
mensajes que recibí de gente diciéndome que estaba de acuerdo conmigo, que
tenía razón. Pero me lo decían entre bastidores, luego no se atrevieron a
admitirlo en público jamás. Eso es muy cobarde. Yo creo firmemente en la
crítica literaria como una tradición honesta y por ello trato de ser lo más
honesto que puedo. Por ello nunca escribo críticas de libros de amigos míos,
porque son amigos míos, como tampoco escribo nunca críticas de libros de mis
enemigos, porque son mis enemigos.

¿De dónde viene Benjamín Black?
Es muy sencillo. Había escrito una serie de capítulos para la televisión que
luego nunca se llegaron a rodar y odio desaprovechar material, así que lo
convertí todo en una novela. Después decidí que tenía que usar un seudónimo
como una especie de broma literaria. Él es el que me hace el trabajo cotidiano,
el que gana el dinero por mí. Y ahora que lo pienso, no lo está haciendo muy
bien, la verdad, aunque lo intenta.

¿Cuál es la diferencia entre Benjamin Black y John Banville?
Uy, son completamente distintos. Black escribe muy deprisa. Termina un libro
en tres o cuatro meses, mientras que Banville tarda años y años. La diferencia
esencial es que Benjamin Black es un artesano y Banville se cree que es un
artista, es completamente distinto.

Físicamente Benjamin Black es como Quirke, el protagonista de sus novelas.
De hecho, muchas veces los confundo, muchas veces hablo de Quirke y en
realidad me refiero a Benjamin Black, y al revés. Él es alto, increíblemente
guapo, irresistible para las mujeres… vamos, todo lo que yo no soy.
Lo creé sencillamente porque necesitaba que alguien me hiciera el trabajo,
porque con este tipo de novelas que escribo no se sobrevive, las ventas son
muy bajas. Bueno, tengo que decir que no en España, pero en la mayoría
de los lugares sí. Además, durante 35 años he trabajado como periodista y
cuando dejé aquello necesitaba hacer otra cosa, así que creo que es mi parte
de periodista que ahora quiere escribir libros.

¿Quién va a escribir la siguiente novela, John Banville o Benjamin Black?
Benjamin Black. Va a escribir una novela de Philip Marlowe, ya sabes, de
Chandler. Y después escribiré otra como Banville. También escribo para el cine
constantemente. Me encanta, es un medio maravilloso.

¿Es muy diferente escribir para el cine?
Sí, es completamente distinto, es muy rápido. Si pudiera teclear tan rápido
lo haría en tiempo real. Es un sistema de escritura completamente distinto,
porque tienes que escribir de forma plana. Es muy interesante, cuando convertí
aquel guión para televisión en la primera novela de Benjamin Black, tuve que
cambiar absolutamente todas las frases de todos los diálogos. Porque cuando
escribes para la pantalla, escribes blanco, plano, sin énfasis, porque son los
actores los que le dan vida al diálogo. Pero cuando escribes para las páginas
de un libro, los diálogos tienen que hacer todo el trabajo por sí solos, así que
lo haces de forma distinta. Y luego, cuando comienza el rodaje, te llaman y te
dicen “perdona, pero necesitamos un par de líneas para mañana”, lo haces del
tirón y lo envías. Es excitante, es como un juego.

¿Cómo se siente más a gusto, como escritor, como guionista, como
crítico…?
La verdad es que trabajo mucho como crítico literario, muchísimo, es lo que
más satisfacciones me da, porque escribir como Banville es un tormento,
es una tortura. Ten en cuenta que una crítica la terminas, es como hacer un
mueble, que cuando está acabado, está acabado. Pero Banville siempre está
insatisfecho. Si yo escribiera un libro que me gustara ya no volvería a escribir.

Entonces este libro, por ejemplo, Antigua Luz, no está terminado…
Hay una bonita historia sobre Henry James en su lecho de muerte en la que
está escribiendo sobre una hoja de papel, y escribe y escribe, hasta que se le
cae la mano y con ella el papel al suelo.
Así que la respuesta es no. Mis libros no estarán acabados hasta que yo no
esté acabado.

Esta entrevista fue publicada en la revista 7K, el dominical del diario Gara, el domingo 11 de noviembre de 2012.