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Lucas Pizarro y sus noches de invierno

...entonces nos acercamos el uno al otro y nos besamos. Un beso en los labios, tierno, suave, hecho de varios besos más pequeños. Cuando terminó ese beso, ella tomó mi cara con sus dos manos, como quien eleva una ofrenda, como una caricia, y dirigió mi cabeza hacia un costado. Me dió un largo y dulce beso en la mejilla. Mi reacción fue reír, un poco exageradamente. Aún no sé qué puede haberle significado mi risa. Tampoco sé yo mismo qué quise decir, si fue una risa nerviosa, o una forma de aceptación.

Esa fue la despedida. Salí de su casa. Estaba oscuro y hacía mucho frío. Me calé el gorro de lana y alcé el cuello de mi abrigo. Un beso en la mejilla. No había romanos esperándome. Estaba solo.

Los pesos muertos

Arrastro tantos muertos, tantos cuerpos muertos en el propio cuerpo, tanto cadáver encima y amontonado, que la vida pesa de puro agobiada, sometida al esfuerzo bruto de arrastrar: los pesos muertos. Pero no puedo desprenderme de los cadáveres de ensueño o pesadilla. No puedo abandonarlos a su suerte (suerte de disolución la perra suerte de todo cuerpo, a la inmundicia de la intemperie o en la púdica intimidad del féretro). Ellos aún están tibios, aún no hieden, y son el testimonio de tanta cosa viva y caliente que ahora no está y sin embargo se siente, como si estuviera presente y es apenas recuerdo o sombra o velador velando, el que vela y se queda sin embargo: no se puede o no se trata. Sobre todo eso: no se trata, ni siquiera intento desprenderme de los cuerpos. Si ellos se fueran, si ellos partieran a su suerte, ¿qué sería de mí sin su recuerdo? Acaso sean el lastre que me mantiene en tierra, que frena mi levitación: después de todo, una disolución del cuerpo en el espacio, hacia un cielo fértil o imaginario, lugar donde habita Dios, y la abuelita y a donde se van los perros y a donde se fue el gato. El cielo, eso que ya sabemos: el lugar donde les dicen a los niños que están los muertos.

Allí irán si los suelto.

Entonces los duelo. Los llevo conmigo a todas partes por que no sé adónde estoy si me los dejo, toda la noche despierto, porque dormir es morir un poco y ellos son testigos de que yo soy el que los velo.

Glam metal que me hiciste mal y sin embargo...

Unos señores bastante crecidos y con alta tolerancia al ridículo se calzan sus disfraces de rockeros y vienen a pasear sus raros peinados viejos por la ciudad de Buenos Aires.

También escuché que viene Whitesnake. Y Bon Jovi ya vino.

¿Y para cuándo Poison?

¿Y Cinderella?

[¡¡¡Les juro!!! Existió una banda que se llamaba Cinderella. De púber yo tenía un amigo que le gustaba el glam metal (o “hair metal”, como le llaman inspiradamente en Allmusic.com) y tenía todos los discos ¡en vinilo!; doy fe: yo los ví (y hasta los escuché).]

¿Y este grupo que eran todas minas? Cómo se llamaba... ahí lo encontré: Vixen; ¿estarán tocando o ya se les habrán caído mucho las tetas?

Ay, los ochenta, sus clichés, sus tics...

Lucas Pizarro y sus actos altruistas

...cuatro dadores de sangre,
cualquier grupo o factor...

“Hoy es un día raro. Vengo de donar sangre y me siento para el orto. Ojo, ningún matiz moral en esto: me bajó la presión al piso y yo me fuí con ella. Me desmayé, por suerte, en la misma sala del hospital. No me dí ni cuenta. Cuando termina la extracción, te hacen pasar a una salita donde te dan un café y, me río ahora que lo voy a escribir y recuerdo, una madalena. Estaba sentado tomando mi café cuando de repente siento que la auxiliar que me lo había servido me está sacudiendo, diciéndome ‘Señor, señor’ (ya no sólo los pibes me dicen ‘señor’). Veo que hay otra mina que la ayuda y me dice ‘sentate en el suelo, acostate’ y me levanta los pies y me los apoya sobre una silla. Quedé tumbado ahí, justo atravesado frente a una puerta que da a la sala de espera. La médica (porque la otra mina resultó una médica), me levanta los brazos y me pregunta si me siento mejor. Ahí yo ya puedo pensar y responder, me doy cuenta de lo que pasó y agradezco, ‘sí, un poco mejor, gracias’ y reparo en que estoy a la vista de todos los que esperan para donar. Se lo señalo a la doctora. Cierto, me vas a espantar a los donantes’ y nos reímos. ‘Yo creí que bajaba la cabeza para leer’, me dice la auxiliar. Se vé que me estaba cayendo así nomás cuando atinó a atajarme. Cuando pude pararme, me llevaron a otra sala. Estuve cerca de una hora tirado en una camilla junto a la cual había un desfibrilador. Esa presencia me resultó entre cómica y siniestra. Todavía me siento flojo y algo mareado y pienso que la jodita se metió en mi día y me lo cagó a lo largo y a lo ancho, porque no tengo voluntad de hacer nada. Sólo quisiera permanecer tirado esperando a que la sangre vuelva a su caudal...”

Pater Putativus

Acabo de enviarle un mail a un amigo de nombre José. Ya no acostumbra a hacerse llamar así, pero de chico, para todos, era “Pepe”.

Supongo que conocen la leyenda acerca del origen del sobrenombre “Pepe”: vendría de Pater Putativus, que en las glosas de los textos teológicos se abreviaba “PP”, y era la manera en que se referían los estudiosos de la biblia a José, padre, como no puede ser de otro modo, adoptivo de Jesús el de Nazaret.

Y, vieron como es la cabeza de caprichosa a veces, que se queda rondando pensamientos inútiles, me fijé en algo, si lo piensan, curioso: esta leyenda supone que, para que en el idioma castellano la abreviatura “PP”, una referencia docta inscripta en textos de circulación, de suyo, restringida, se convirtiera en “Pepe”, apodo de todos los José, alguien que tenía acceso a esos textos y sabía leer debió comenzar a usar el “PP” para referirse a algún José, quizás el mismo José de Nazaret.

-Oiga hermano Bartolomé, ¿ha copiado ya la página sobre el PP?

-¿El Pepe?

-Si, hombre, José de Nazaret, el Pater Putativus.

-Procuraré haber acabado la página sobre Pepe antes de Completas, fray Ignacio.

-Ala, hermano Bartolomé, más respeto por nuestro Santo.

-Pero si se lo digo con todo respeto, Dios lo sabe.

(Y cabe imaginar a ambos monjes persignándose).

-¿Terminó la página, hermano Bartolomé?

-Si, como le prometí, fray Ignacio, y ya la he entregado al Padre Pepe...

-Discúlpeme usted, hermano Bartolomé...

-Que se la he entregao al padre José, como el Santo...

-Más respeto, hermano Bartolomé, que deberé indicarle penitencia.

(Y ambos monjes se persignan.)

Es decir que, en aquellos fantasmales, inquisitoriales, lúgubres y circunspectos monasterios del medioevo español habría habido un grupo de copistas poseedor de un celestial sentido del humor...

One day you find you got ten years behind you

¿Se acuerdan de Buck Rogers? Si, ese, el astronauta que no me acuerdo por qué causa había quedado a la deriva en el espacio, congelado, en ese estado que la SF llama "animación suspendida", algo así como la hibernación de los osos, pero a escala histórica. Como sea, Buck Rogers pasa, si mal no recuerdo, 250 años ahí, flotando, hasta que es hallado por cosmonavegantes de la civilización del futuro, que lo rescatan y vuelven a la vida.

El chiste es ese: 250 años después, el astronauta se "despierta" como si ese tiempo no hubiese transcurrido, es decir, ante la realidad de que ese tiempo no transcurrió para él.

Bueno, a lo que voy: me siento como Buck Rogers. En mi caso, han sido apenas diez años, la mitad de nada. Y ahora me despierto y me encuentro retomando más de un sendero en el punto donde lo dejé hace diez años, buscando gente que no veo desde hace diez años,"desempolvando" la agenda, como si lo que pasó estos diez años no le hubiera pasado a este que soy yo ahora.

No sé cómo lo recuerdan ustedes, pero para mí Buck Rogers era un personaje fundamentalmente cómico.

Yo me siento víctima de un robo.

Febo asoma

Acabo de ver en el diario una publicidad en la que se mencionaba al "Histórico Cabildo".

Ouch. Algo que está inscripto en un registro digamos, aunque no sea lo más apropiado, "de lo prosódico", algo que tiene que ver con el recuerdo de un ritmo, del modo cómo se distribuyen los acentos, se vio violentado por un sonido desagradable como un scratch involuntario o una rotura de cristales.

Repetí, exagerando los acentos: hisTÓricocaBILdo. Nones. Y ahí me di cuenta.

Señores publicistas: el cabildo es primero cabildo y después histórico, es "el cabildo histórico".

Al contrario, el que es primero histórico, es el convento.

Cataplum

"Las tartas de nata golpean plenamente gracias
a tres cualidades inéditas y propiamente filosóficas.
Son azucaradas. Son opacas. Son blandas.
Nos alcanzan en lo que consideramos bueno, verdadero y bello."

Roser Berdagué traduce el
"Elogio de la tarta de nata",
de
André Glucksman,
en La estupidez.


Me pasa, a veces, que alcanzo a darme cuenta de que he caído en la estupidez. Es algo que no me sale decir sino así: "he caído", en perfecto compuesto, el tiempo que, dicen, en nuestra lengua, conecta el pasado con el presente. Algo ha pasado y mete sus patas en el ahora. Nunca podría decir "me doy cuenta de que caigo" en la estupidez. No sé, se me antoja que por definición es algo que no puede estar en la conciencia en el momento en que pasa. Mucho menos puede anticiparse. Tampoco, entonces, podría decir "caeré en la estupidez". Eso me permitiría conjurarla, tal vez. Pero la estupidez es fatal, y para cuando me doy cuenta, ya ha acontecido. (Hay un payaso en medio de la pista. En la barahúnda, una torta de crema lo sorprende realmente y le estalla en la cara. Para volver a su papel, escoge caer al suelo aparatosamente, patas arriba, los zapatotes rojos. El público ríe, aplaude, silba, grita, se compadece, se mofa; las reacciones del público son tantas. Terminado el número, el payaso se incorpora. Dirige la vista al lugar donde ha decidido imaginar al destinatario del gesto y, tocando el ala de su sombrero, hace una pequeña reverencia; lo escucho incluso murmurar "chapeau". Después, con la mayor dignidad de que es capaz, abandona la pista. En su carromato, se despinta la cara y mira en el espejo, durante todo el tiempo que dura el tiempo presente, su humanidad desvencijada).
"Dado que no existe estupidez que no nos sea imputable, la preocupación de estudiarla se ve contrarrestada por la de protegerse contra ella, y allá cada uno (...). En esta materia, los más expertos se quedarían en perfectos ignorantes si no hubieran estado a punto de perderse en cuerpo y alma, por su propia cuenta y riesgo, en dudosos combates y singulares afrentas. El cauteloso elogia la estupidez de su oponente (...); pero sólo aquellos que, por su cuenta y riesgo, la han paladeado, la reconocieron íntima, susurrante, la beben salobre, valoran sus sortilegios y su sabor."

André Glucksman, La estupidez, 1985.

Nota: Roser Berdagué, autor de la versión española que infielmente transcribo, traduce no sé que palabra francesa por "zotes", la cual yo, a los fines de mejor apropiarme del texto, reemplacé por "ignorantes". Sin embargo, "zote", tiene matices que "ignorante" no tiene. Poroto para Berdagué.