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Lucas Pizarro y sus noches de invierno

...entonces nos acercamos el uno al otro y nos besamos. Un beso en los labios, tierno, suave, hecho de varios besos más pequeños. Cuando terminó ese beso, ella tomó mi cara con sus dos manos, como quien eleva una ofrenda, como una caricia, y dirigió mi cabeza hacia un costado. Me dió un largo y dulce beso en la mejilla. Mi reacción fue reír, un poco exageradamente. Aún no sé qué puede haberle significado mi risa. Tampoco sé yo mismo qué quise decir, si fue una risa nerviosa, o una forma de aceptación.

Esa fue la despedida. Salí de su casa. Estaba oscuro y hacía mucho frío. Me calé el gorro de lana y alcé el cuello de mi abrigo. Un beso en la mejilla. No había romanos esperándome. Estaba solo.

Lucas Pizarro y sus largos duelos

"Cabe preguntarse para qué se manifiestan 
los furiosos deseos resumidos en esos labios..."
Alejandra Pizarnik


...estoy en el subte y me fijo en una mujer que me recuerda (pobre de mi) a mi ex esposa.

El mismo color de pelo, los mismos pómulos marcados, la nariz dura, el mismo tic nervioso de morderse el lado interno del labio inferior.

Más allá de los rasgos físicos, similares unos a otros al evocarlos aisladamente, es esta manifestación del carácter la que captura mi atención.

¿Qué significa un tic? ¿acaso es la señal de algo? ¿es siempre síntoma de lo mismo? ¿es acaso la rumia de una misma rabia la que lleva a dos mujeres distintas a morder con igual insistencia su propio labio?

Por las dudas, aunque es bella y me sostiene la mirada, no le hablo.

Crueldad II

Sólo veo las luces opacas. Escucho los suspiros de Beatriz a mis espaldas y me voy sin mirar atrás. No quiero ver, no quiero enterarme. Sé que está llorando pero piso firme, aprieto el paso, me voy...

Nat había prendido todas las luces de su casa, que destacaban el blanco de las paredes y el amarillo de los almohadones, dispuestos en el suelo para que nos sentemos en ronda. Beatriz me busca, se me acerca por la izquierda y yo cierro conversación con Quique, a mi derecha. Llega Lu, "Lumía". Unos días antes, habíamos vuelto a encontrarnos, después de mucho tiempo. ¿Un año? Creo que dos. ¡Dos años! ¿Y cómo estás? Bien. Sabés a qué me refiero. Si, bien, estoy en pareja, ¿vos?. Nada... te quiero, todavía. Yo también te quiero, no es ese el punto, Lucas. Supongo que no. Ahora, Nat pone música, algo de Diego Frenkel, y trae las pizzas. Beatriz me saca conversación y yo miro a Lu. Beatriz trata de tomarme del brazo. La miro como para matarla. Qué marcás. No contesta. Lu no me dedica mirada. Se sienta cerca de Nat, le desea feliz cumpleaños y se pone a charlar con el Oso, que tiene locuacidad cervezal. Se ríen. El Oso es inofensivo, pienso, inútilmente. La noche pasa. Decido irme y me despido de todos y de nadie, único beso para la anfitriona, que lo termines lindo, nos hablamos. Chau a todos. Yo también me voy, dice Beatriz, dando casi un salto. No sé cómo llegamos a siete y 57, caminando. No sé de qué pudimos hablar todas esas cuadras ni sé como es que Beatriz está llorando y yo me siento frío de frialdad absoluta. No quiero nada con vos. Pero bien que me cogiste. Pero no quiero nada con vos. ¿Es por Lu? No me jodas, ella está en pareja. Pero es por Lu. Por lo que sea: no quiero nada con vos. Me siento mal, creo que me voy a desmayar. No hagas teatro, es tarde y estoy cansado. Te digo que me siento mal. No vas a hacer que me quede con vos desmayándote. Te digo que me siento mal. Pasan varios taxis y no le paro ninguno. Al contrario, doy media vuelta y, frío de frialdad absoluta, empiezo a caminar. Sólo veo las luces de la avenida, el amarillo lúgubre y tembloroso, opaco, suma de todos los haces insuficientes del alumbrado, los negocios y los autos. Escucho los suspiros de Beatriz a mis espaldas y me voy sin mirar atrás. No quiero ver, no quiero enterarme. Sé que está llorando pero piso firme, aprieto el paso, me voy. No me putea, no grita, nada. Si no escuchara su sollozo pensaría que se ha desmayado en serio, al final. Cuando paso por el frente del ministerio, sólo veo el frío halógeno y ya no escucho a Beatriz. En un rato me voy a perder en la oscuridad de Plaza Rocha, habiendo consumado un acto de cobardía y pensando por qué, pudiendo evitarlo, pude ser tan cruel.

Lucas Pizarro y sus actos altruistas

...cuatro dadores de sangre,
cualquier grupo o factor...

“Hoy es un día raro. Vengo de donar sangre y me siento para el orto. Ojo, ningún matiz moral en esto: me bajó la presión al piso y yo me fuí con ella. Me desmayé, por suerte, en la misma sala del hospital. No me dí ni cuenta. Cuando termina la extracción, te hacen pasar a una salita donde te dan un café y, me río ahora que lo voy a escribir y recuerdo, una madalena. Estaba sentado tomando mi café cuando de repente siento que la auxiliar que me lo había servido me está sacudiendo, diciéndome ‘Señor, señor’ (ya no sólo los pibes me dicen ‘señor’). Veo que hay otra mina que la ayuda y me dice ‘sentate en el suelo, acostate’ y me levanta los pies y me los apoya sobre una silla. Quedé tumbado ahí, justo atravesado frente a una puerta que da a la sala de espera. La médica (porque la otra mina resultó una médica), me levanta los brazos y me pregunta si me siento mejor. Ahí yo ya puedo pensar y responder, me doy cuenta de lo que pasó y agradezco, ‘sí, un poco mejor, gracias’ y reparo en que estoy a la vista de todos los que esperan para donar. Se lo señalo a la doctora. Cierto, me vas a espantar a los donantes’ y nos reímos. ‘Yo creí que bajaba la cabeza para leer’, me dice la auxiliar. Se vé que me estaba cayendo así nomás cuando atinó a atajarme. Cuando pude pararme, me llevaron a otra sala. Estuve cerca de una hora tirado en una camilla junto a la cual había un desfibrilador. Esa presencia me resultó entre cómica y siniestra. Todavía me siento flojo y algo mareado y pienso que la jodita se metió en mi día y me lo cagó a lo largo y a lo ancho, porque no tengo voluntad de hacer nada. Sólo quisiera permanecer tirado esperando a que la sangre vuelva a su caudal...”

Lucas Pizarro y el arte del patchwork

...“no hay que ser sentimental”. Consejo de padre. Privilegiar la estabilidad, el empleo, la obra social...

Es que la cosa es así: Lucas participa de conversaciones variadas, en momentos distintos, con gente diversa. No tienen nada en común, ni los lugares, ni la gente, ni las circunstancias. Qué va, no es lo mismo su padre, charlando mientras maneja, que María, mientras le convida tereré en el patio de su casa, a la sombra de las glicinas.

No embarcarse en aventuras. Morder la sal y decir que es dulce.

No es lo mismo la enfermera, ensobrada en su guardapolvo blanco, en el gabinete, la vista mirando nada, evitando, ni siquiera por maldad o desconfianza, el contacto visual. Todos esos interlocutores y momentos se desconocen mutuamente, se ignoran, son casi (¿por qué “casi”?) mundos paralelos, realidades independientes.

Mientras tanto, el cuerpo acusa recibo. “15-11”, dice la enfermera. La presión.

Es más, ni siquiera él mismo es exactamente el mismo en cada una de esas circunstancias. Un poco más hijo, un poco más paciente, un poco más vecino.

Normal alta, que le llaman, la presión. Será la de afuera hacia adentro, supone Lucas, que rebota, se expande, busca un lugar por donde salir, distenderse.

Pero también es cierto que todo lleva un hilván, ese hilván que se llama, por comodidad y costumbre, “Lucas Pizarro”, aquello que tienen en común esos momentos e interlocutores, la craquelada superficie sobre la cual todas esas conversaciones conforman un patchwork.

“15-11”. “Hay que cuidar el corazón”, afirma María. María de eso sabe: lleva un marcapasos. Marcarle el paso al corazón, ayudarlo a llevar un ritmo, que no se desboque ni renuncie ni enloquezca.

Y claro, la cosa es así: mediante el pase mágico de componer esa frazada de retazos, abrigo y prenda, paradójicamente y al mismo tiempo, no sin incomodidades, aparece algo, el hilván, que logra llamarse “Lucas Pizarro”...

Cuidar el corazón. Para Lucas, sería quizás aliviarlo de la presión que empuja de adentro hacia afuera. La cosa es así: el cuerpo avisa y el que avisa no es traidor.

Lucas Pizarro y sus vaivenes emocionales

"Últimamente tengo la sensación de que dios, o alguna potencia equivalente, se ha empeñado en jugar conmigo al gato y al ratón.

En los últimos meses he atravesado un montón de experiencias difíciles y dolorosas. Y cada vez, cuando estaba a punto de proferir alguna variante de aquél 'padre, ¿por qué me has abandonado?', una providencial salida se abría ante mí.

Y esa vía de escape o alivio presentaba casi inmediatamente algún recodo, algún retruécano, una oculta amenaza que significaba otra vez una dosis de incertidumbre y angustia.

No he podido evitarlo, lo pensé: como decía mi abuela, dios aprieta pero no ahorca. Y así, las potencias celestiales están jugando conmigo, sin llegar nunca a ahorcarme, sin procurarme de una vez un definitivo alivio.

Y como en una montaña rusa, alterno estados de ánimo en una bipolaridad tragicómica."

Lucas Pizarro y sus ataques de angustia

"Y acá voy, con mi certificado de loco bajo el brazo, o abrazado a él, contra el pecho un peto, algo. Me molesta su presencia armadura y sin embargo...
 
Me aferro, cómo no aferrarme a este escudo, esta tabla de salvación (paradoja, un escudo que flota: floating down), cómo no poner en él la esperanza de amortiguar un golpe que llegará irremediablemente, una chance.
 
Apuro el paso. Como en las novelas policiales, escucho el palpitar de mi sangre en el lado interno de los tímpanos. O mas bien escucho la dureza atronadora de mi diafragma tenso, el nudo del estómago, no otra cosa que miedo (contra el pecho un peto), dry like a funeral drum, membrana pronta a rasgarse, a dejar fluir hedores de miedo y mierda y médanos mortajas.
 
El futuro es un vacío. El vacío es el Tao."
 
 
 

 

Lucas Pizarro y sus pretensiones helenísticas

Pienso en Tiresias. Por si no lo tienen, es un viejo adivino griego, ciego como tantos adivinos, profetas y oráculos, que, nacido hombre, fue convertido en mujer y luego en hombre nuevamente. Interviene en multitud de historias de la mitologìa griega clásica, pero de todas las anécdotas que lo involucran, me detengo hoy en la que narra el lance en que se juega la vista.

Resulta que Zeus y Hera mantenían una disputa acerca de quién obtenía más placer durante el coito, si el hombre o la mujer. Zeus, que no sólo es un masculino sino que también representa al principio masculino, sostenía que la mujer goza más. Hera, que no sólo es femenina sino que encarna al principio femenino, afirmaba que el hombre obtenía más placer.

No sé si ustedes observan en esta escena lo mismo que veo yo: tanto Zeus como Hera afirman que el otro goza más. Aquello de que el jardín del vecino siempre es más verde.

Para dirimir la diferencia, convocan al único mortal que ha tenido ambas experiencias. Tiresias se pronuncia: por cada diez partes de placer que la mujer obtiene, el hombre obtiene una. Hera estalla de furia y lo ciega.

¿Por qué se enfurece Hera? En esa furia encuentro un elemento en esta historia que me perturba aún más que la pretención de Tiresias de cuantificar el placer. La explicación tradicional, la que me fue fácil encontrar en una superficial navegación por internet, dice que Hera no toleró que un mortal le diera la razón a Zeus.

Como los dioses griegos llegan a nosotros como personajes celosos y competitivos, esta explicación podría bastar. Pero me queda cierta inquietud y se me ocurren otras.

Por ejemplo, que Hera enfurece porque no puede admitir la respuesta de Tiresias, ya que ella sabe, y lo que sabe es que el mortal no tiene idea y sólo busca agradar a Zeus.

Por el contrario, podría ser que sea cierto que las mujeres gozan más y Hera no le puede admitir a Tiresias que traicione una especie de secreto de género. Esta hipótesis supone que Tiresias sí sabe, y puede, en consecuencia, revelar lo que la diosa insiste en mantener oculto.

Pero se me ocurre todavía otra explicación, la que más me gusta: Hera, además de celosa y de femenina, es orgullosa, y castiga la arrogancia de Tiresias, su inmodestia de pretender que pueda saber, que pueda saber lo que las potencias celestiales olímpicamente ignoran.

No sé si ustedes ven lo mismo que veo yo: ni los dioses saben quién goza más. Y quien pretenda que sabe, comete pecado de arrogancia: ya estaba ciego.

Lucas Pizarro y las unidades de significación

Fue cuando ella le prestó un disco.

"Am I not your girl?", preguntaba Sinéad O'Connor desde la carátula en blanco y negro, sentada mirando para otro lado y dibujando con sus manos una inequívoca vulva. Lucas vió algo más que la vulva y que Sinéad y que un montón de canciones más o menos feas. Pensó una respuesta para esa pregunta. Cuando le devolvió el disco, le llevó "I'm your man", ese álbum en cuya foto de portada Leonard Cohen está con una banana en la mano. Dos joyas de sutileza, una junto a la otra. Al verlas, ella se rió.

-¿Black coffee? -dijo él, refiriéndose a una canción del disco de Sinéad.

-First, let's take Manhattan- contestó ella, retrucando con una de Cohen.

-¿Preferís el whiskey o el bourbon?

En ese diálogo incongruente se hallaron cómplices. Tomaron café, cenaron con vino, tomaron unos Manhattan. Habrá estado bien. Esa noche echaron su primer polvo, mientras las baladas de Bill Frissel y Elvis Costello se repetían interminablemente en el reproductor.

Lucas Pizarro y su costumbre de regalar libros

"Técnicamente, yo nunca fui infiel", me dijo Lucas. "Dejémonos de tecnicismos, Lucas", propuse.

-Fue para la época del primer recital de Living Colours en Obras, el '93, me acuerdo. Yo vendía café por las facultades y estaba conviviendo con Lu, ¿te acordás? Se dió en esa situación. Conocí una mina que laburaba en Bellas Artes. Se llamaba Claudia y solía comprarme un café y una medialuna casi todos los días. Desayunaba así. No sé cómo fue que se recortó de entre todos los demás que me compraban un desayuno. Tenía un hermoso par de ojos. En serio, sin doble sentido, que tenía unas tetas bárbaras también, no me voy a andar con remilgos para decir eso. Pero creo que en su caso me fijé en los ojos. Tampoco sé cómo fue que empezamos a encontrarnos por todas partes. Una vez me la crucé en Arquitectura y nos quedamos charlando. Otra vez fue un recital de Víctimas del Baile. "Qué hacés acá", le pregunté. "Que hacés vos acá", me dijo, marcando el vos. Y así. Nos encontrábamos sin buscarnos.

-Cortazarianamente- dije.

-Podés decirlo así, si te gusta. Teníamos muy buena onda y ese carácter detaché de la relación daba para charlas francas, mutuo psicoanálisis de banco de plaza y esas cosas. Ella pintaba cuadros, pero conmigo hablaba de libros. Era una lectora curiosa. Ahora que digo relación, no sé si se puede llamar relación a una relación así. Llegaron las vacaciones, ella se fue a su pueblo y empezó para mí la temporada baja. Nos fuimos con Lu a la costa, creo que a San Bernardo, si mal no recuerdo, en esa época era o San Bernardo o Santa Teresita, todo muy pío, a vender uvas frías en la playa. No nos fue ni bien ni mal, pero para finales de febrero estábamos de vuelta. La lluvia de febrero, supongo. Y empecé a encontrarme con Claudia por todas partes otra vez, casi todos los días. Enseguida supe que por esa fecha había sido su cumpleaños. "Feliz cumpleaños", le dije.

-Una chica de piscis.

-Si, una chica de piscis. ¿Vos contaste una vez que tenías un rollo con las chicas de piscis, no?

-Un rollo no. Un par de historias que no fueron que involucran a chicas de piscis.

-Un rollo -dijo mirando el lugar donde está la respuesta a la pregunta sobre por qué es más bien el ente y no la nada-. A mí se me metió en la cabeza hacerle un regalo por su cumpleaños pasado, pero no se me ocurría qué. Al otro día, a la tarde, me la volví a encontrar caminando sola por el bosque. Le dimos no sé cuantas vueltas al lago, conversando. Me dijo que estaba leyendo a Laiseca, La hija de Keops. "¿Te gusta?", le pregunté. "Me divierte", dijo. "¿Leíste La Mujer en la muralla?". "No", me contestó, "esto es lo primero que leo del tipo". Le pregunté si lo quería, que se lo podía prestar. "Dale", aceptó. Había encontrado un regalo para hacerle. Pero no me quería mostrar, cómo decirlo, ¿ansioso?, no me imaginaba apareciendo con un libro nuevo, comprado para ella, me parecía desmesurado, después de todo, no se podía decir ni que fuéramos amigos, ni que estuviéramos flirteando, nada. Entrar en plan "préstamo" y después regalárselo me parecía adecuado. Además, no sé, regalar un libro leído por uno tiene algo más amable, como una oferta de confianza.

-Ibas vos en ese libro -dije. Lucas ignoró el comentario. Yo me dí cuenta de que lo que había querido ser ingenioso había sido pueril.

-Decidí regalarle mi ejemplar, que no estaba ni mucho menos deteriorado pero ya no tenía la disposición hostil, altanera, de un libro nuevo. El único problema era que La mujer en la muralla me lo había regalado Lu. Era la edición de Tusquets, la colección esa que tiene en las tapas un marco como un damero o como las banderas que se agitan al finalizar una carrera de autos. No tenía dedicatoria ni ninguna marca que lo distinguiera, pero Lu y yo sabíamos que era su regalo, no podía desaparecer así como así de nuestra biblioteca. Vamos, que yo participo además de esa ética que dicta que uno no debería regalar lo que le ha sido regalado. O sea: sentía culpa. ¿Sabés qué hice? ¡Mirá vos lo que hice! Compré otro ejemplar, tomé el viejo de mi biblioteca y en su lugar puse el nuevo. Fue la única vez que salí con la intención de encontrar a Claudia. La encontré, claro. "Te traje el libro de Laiseca, ¿todavía lo querés leer?" "Sí", me dijo. "Tenelo, tomalo como un regalo de cumpleaños". Después de eso, pasé, fijate qué locura, varios meses sacando cada dos por tres de su estante el ejemplar que quedó en mi casa para hojearlo, ajarlo, darle un aspecto domesticado, amoldado a las manos, para imponerle el porte que tiene un libro que finalmente ha admitido permanecer de piernas abiertas. De hecho, lo volví a leer. Eso pasó. Técnicamente, eso no es una infidelidad. No es nada, es menos que nada. Una mentira tonta, una expresión de debilidad...

Yo no sé si Lucas finalmente se cogió a Claudia. No me lo dijo y no se lo pregunté. Según él, "técnicamente", nunca fue infiel, así que infiero que no pasó nada mientras duró su relación con Lu, por lo menos dos años más. Me pregunto si habrá logrado que el libro se pareciera al otro, el mismo.

Lucas Pizarro y sus eclipses de luz

"El resplandor de la ciudad es un eclipse de luz que nos impone una noche sin estrellas. Y así, la vida se nos pasa creyendo que el cielo estrellado es un magro privilegio para campesinos rústicos, que no compensa la falta de las potentes comodidades de la vida urbana.

(Publicidad de multivitamínicos: viva una vida de mierda pero tome estas pastillas para aguantarla.)

Quizás una de las cosas que le duele a Lucas es ver que ninguna promesa se ha cumplido y que treinta dineros es en definitiva un muy buen precio para casi cualquier alma:

El tiempo ha pasado y la adolescencia resultó un mal que se diluye como la mierda en la letrina, dejando rastros sucios y malolientes. En su lugar, la muerte crece despacio y la espera se convierte en una actividad casi excluyente. Para su espera, Lucas ha quedado solo, aunque teóricamente no esté más solo que al principio.

Pero su hagiografía se ha ido despoblando. Por falta de mérito, por indiferencia, por tiempo o por distancia, ha desaparecido él mismo del más modesto altar. ¿Qué pasa con un altar en el que sólo quedan velas?

Puede pasar que el resplandor sea un eclipse de luz que nos muestre la noche sin ángeles."

Lucas Pizarro y sus duelos

"Flaca, no me claves tus puñales..."
Flaca, Andrés Calamaro.

"Me mataste guacha. No es tu culpa, en sentido estricto. De hecho no has sido otra que la que siempre fuiste y siempre quisiste ser, apenas una brisa y una pradera, un no ser en el tiempo, un vegetal que se multiplica a sí mismo siendo uno y el mismo por siempre, no siendo al fin.

Ahora no tengo nada. No tengo canciones. No tengo poemas. Y por más que busco y rebusco es mi simple banalidad la que me abrocha a esta silla a ver pasar el tiempo, hasta que llegue la hora de la muerte liberadora, habiéndole pasado ya la maldición a otro, como una especie de enfermedad, la vida...

Algunos dirán que soy muy joven para morir de la forma que he muerto. Me he convertido en un fósil que no será jamás descubierto por paleontólogo alguno. Los fósiles de mi clase reposan como el vacío del cosmos más allá de lo que ve el Hubble. Por los siglos de los siglos convertidos en la nimia molécula que sólo le aporta número al universo."