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Lucas Pizarro y sus noches de invierno

...entonces nos acercamos el uno al otro y nos besamos. Un beso en los labios, tierno, suave, hecho de varios besos más pequeños. Cuando terminó ese beso, ella tomó mi cara con sus dos manos, como quien eleva una ofrenda, como una caricia, y dirigió mi cabeza hacia un costado. Me dió un largo y dulce beso en la mejilla. Mi reacción fue reír, un poco exageradamente. Aún no sé qué puede haberle significado mi risa. Tampoco sé yo mismo qué quise decir, si fue una risa nerviosa, o una forma de aceptación.

Esa fue la despedida. Salí de su casa. Estaba oscuro y hacía mucho frío. Me calé el gorro de lana y alcé el cuello de mi abrigo. Un beso en la mejilla. No había romanos esperándome. Estaba solo.

El grito (el gran baile en el cielo)

Hacía rato que no jugaba a traducir. Ahí va mi versión del diálogo del video de Cosor:


-¿Acaso no está muerto de miedo?

-No... No tengo miedo de morir

-¿En serio? ¿Está seguro?

-Es algo que pasa un día u otro. Qué importa.

-Si está asustado, está bien. Es decir: ¿quién no lo estaría?

-¿Por qué debería tener miedo de morir?

-No sé, alguna gente se asusta.

-No hay motivos para eso. Hay que irse algún día...

-Si, es verdad. Supongo que así debe ser. Pero, si está asustado...

-Nunca dije que tuviera miedo de morir.

-¿Puede confiar en mi? Sólo estoy buscando conversación. No hay razón para gritarme.

-Le dije que estoy calmado. No intente dar vuelta mis palabras.

-No hago eso.

-¿No? Yo creo que sí. Lo conozco bien.

-OK, lo lamento. No debí decir nada. Fue un error... Le pido disculpas por mi falta de sensibilidad. Le prometo que me mantendré callado mientras estemos juntos.







(Las primeras cinco líneas que corresponden al viejo coinciden textualmente con el texto que se oye en el principio de The Big Gig in the Sky, en la grabación original, un poco en el segundo plano de la mezcla.)

Los pesos muertos

Arrastro tantos muertos, tantos cuerpos muertos en el propio cuerpo, tanto cadáver encima y amontonado, que la vida pesa de puro agobiada, sometida al esfuerzo bruto de arrastrar: los pesos muertos. Pero no puedo desprenderme de los cadáveres de ensueño o pesadilla. No puedo abandonarlos a su suerte (suerte de disolución la perra suerte de todo cuerpo, a la inmundicia de la intemperie o en la púdica intimidad del féretro). Ellos aún están tibios, aún no hieden, y son el testimonio de tanta cosa viva y caliente que ahora no está y sin embargo se siente, como si estuviera presente y es apenas recuerdo o sombra o velador velando, el que vela y se queda sin embargo: no se puede o no se trata. Sobre todo eso: no se trata, ni siquiera intento desprenderme de los cuerpos. Si ellos se fueran, si ellos partieran a su suerte, ¿qué sería de mí sin su recuerdo? Acaso sean el lastre que me mantiene en tierra, que frena mi levitación: después de todo, una disolución del cuerpo en el espacio, hacia un cielo fértil o imaginario, lugar donde habita Dios, y la abuelita y a donde se van los perros y a donde se fue el gato. El cielo, eso que ya sabemos: el lugar donde les dicen a los niños que están los muertos.

Allí irán si los suelto.

Entonces los duelo. Los llevo conmigo a todas partes por que no sé adónde estoy si me los dejo, toda la noche despierto, porque dormir es morir un poco y ellos son testigos de que yo soy el que los velo.

Guilty

Me pregunto si la soledad favorece la escritura. No me refiero al hecho de estar solo para poder concentrarse y escribir. Pienso si no es el hecho de no tener con quién hablar el que, por lo menos a mí, ahora, me mueve a escribir. Así, la escritura sería como mi Viernes, o como la pelota Wilson de Chuck Nolan. Un lugar para un Otro indispensable.

Por ejemplo, no tengo a quién contarle, en este momento, que descubro esta mañana un mecanismo de culpabilidad que me perturba. Está relacionado con la comida. Anoche no tenía ganas de cocinar y me compré una pizza. Me la comí casi entera (dejé sólo una porción, lo cual constituye el primer gesto culposo). Ahora amanezco y encuentro que no me siento bien. Me siento hinchado, tengo acidez. Pienso en que estoy gordo y que no debí comer pizza.

Me pasó hace tres o cuatro días. Estaba en la oficina, era la hora del almuerzo y estaba más o menos apurado. Decidí ir a la pizzería del barrio. Pedí una porción de fugazzeta y una de fainá, para comer en la barra. Me encanta comer parado en la barra de una pizzería, mirando las noticias mudas en un televisor lejano. Ya esa tarde tuve la sensación de pesadez y de hinchazón. Pienso que son las levaduras. Que estoy gordo, bah. Y otra vez pensé “no debí”.

En estas dos circunstancias advierto el sentimiento de culpa. Pero son también aquellas en las que me di cuenta de que esto me pasa cada vez que como comida chatarra. Y eso me pasa bastante más seguido de lo que debería: no debería.

Entonces es así: como esta mañana y este encuentro son sueños, como en este sueño no tengo a quien contarle mis menudas angustias, escribo.


Si, ya sé, ya sé lo que me vas a decir. Que son casualidades, que estas cosas pasan. Sos un racionalista, y, por eso, tenés razón. Pero fijate. Fue poner un pie en la vereda y notar ese micro parado, casi en el medio de la calle, con todo su pasaje alrededor. Cuando pasé al lado, ví que tenía las puertas abiertas de par en par y que había un tipo tirado en el suelo, con una mina encima haciéndole reanimación. Yo seguí, hasta la parada. Desde ahí veía el transito esquivar al micro detenido para llegar hasta donde estaba yo. Llegaron varios bondis. El mío no. En cambio, pasaron un par de camiones cargados de manifestantes, golpeando sus bombos y cantando sus consignas. Mi micro no llegaba. A mis espaldas sonó una frenada y el seco paff de dos vehículos que chocan. Me dí vuelta para mirar. Un móvil de control urbano estaba en el medio de la bocacalle, con el paragolpes caido en el suelo. Unos metros más allá, un auto con el guardabarros trasero deshecho. Uno de los dos pasó en rojo. Bocinas. Mi micro no llega. Se oyen unas sirenas acercarse, no alcanzo a ver. Pasan más camiones cargados con manifestantes. Pasan más micros. El mío no. Una ambulancia pasa lentamente junto a mí, vacía. Una pareja llega a la parada. "No había nada que hacer", escucho. "Le dió un paro". Decido ir a tomar el subte. Desando lo andado y vuelvo a pasar al lado del micro detenido. El tipo sigue tirado ahí. Ahora lo cubre una manta y unos policías a su alrededor hacen lo que sea que hagan los policías en estas circunstancias. Ya sé lo que me vas a decir: accidentes hay todos los días. Pero, viste, hoy se murió Viñas y un terremoto hizo mierda Japón. Si, claro: los humanos nos morimos a carradas todos los días. Sos un racionalista y, la verdad, tenés razón: convivimos con eso. Hoy yo lo percibí.

Sentí lo ominoso flotando en el aire.

Lucas Pizarro y sus vaivenes emocionales

"Últimamente tengo la sensación de que dios, o alguna potencia equivalente, se ha empeñado en jugar conmigo al gato y al ratón.

En los últimos meses he atravesado un montón de experiencias difíciles y dolorosas. Y cada vez, cuando estaba a punto de proferir alguna variante de aquél 'padre, ¿por qué me has abandonado?', una providencial salida se abría ante mí.

Y esa vía de escape o alivio presentaba casi inmediatamente algún recodo, algún retruécano, una oculta amenaza que significaba otra vez una dosis de incertidumbre y angustia.

No he podido evitarlo, lo pensé: como decía mi abuela, dios aprieta pero no ahorca. Y así, las potencias celestiales están jugando conmigo, sin llegar nunca a ahorcarme, sin procurarme de una vez un definitivo alivio.

Y como en una montaña rusa, alterno estados de ánimo en una bipolaridad tragicómica."

A veces estoy tan down

Qué le anda pasando, Ramírez, que se lo vé tan callado. Nada, hombre, qué va a pasar: es la vida, que lo alcanza a uno, vio. Es que verlo así, callado, da como una pena o inquietud, usté, siempre tan locuaz, con la palabra justa. He perdido la confianza, mi amigo, en dos aspectos, si me permite ponerme analítico: he perdido la confianza en la palabra, pero, también, en lo que tengo para decir. Eso último es grave, don, ¿no lo pensó?. Ehh! Creo que preferiría no hacerlo. No se sonría así que le queda mal, ese sarcasmo. No es sarcasmo, es mas bien frustración o resignación. Ahh, la resignación; todo usté me transmite tristeza hoy, si me disculpa; se lo digo porque lo aprecio, usté lo sabe; mire que le daría un par de sopapos pa' despertarlo. No se me haga tampoco el que está de vuelta; le conozco los bajones también, a usté. Claro, bajones, sí, que tenemos todos.
Aún en la hoguera, deseo de fénix...
"Otras verdades vendrán
diferentes"



Me gusta esta canción. Vuelvo a postearla.

A la memoria de Hernán, cuya ausencia aún no puedo creer. A la memoria de mi abuela, que me enseñó a jugar.

A la salud de aquello que ha llegado sin buscarlo y de lo que he buscado al pedo. Por aquello en que nos hemos convertido.

Por las pasiones que vendrán. Por el tiempo perdido.

Por los hijos que vendrán, recitando.

Por todos los hechos que vendrán a terminarse.

Tánatos

El empuje dura lo que dura la mañana. Yo no sé si es la modorra que da el almuerzo cuando en el estómago comienza el alambique, yo no sé si es cuetión de biorritmo o de qué cosas, pero pasado el mediodía la energía se va adelgazando, la capacidad de atención diluyendo y, así, va llegando la hora de no querer nada, de no aguantar nada, la hora gris en que la luz es indiferenciada y las cosas no tienen volumen, ese instante antes de que sea de noche. Después, es de noche. Y entonces ahí si: te querés morir.