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De la social construcción y circulación del sentido

Sumario de navegación (o un retromapa de la circulación del sentido):

Vero puso un post. Varios le dejamos comentarios. Inspirado por el post de Vero, Puck puso otro post y nos propone una deriva a otro suyo más viejo. Por si fuera poco, resulta que hace un tiempo, Vero había puesto este otro post sobre el mismo tema, que tenía algo que ver con este que, por mi parte, había puesto yo. Con diferentes grados de separación en la mutua referencia y en el tiempo, están relacionados.

Ergo:

Yo iba a dejar lo que sigue como un comentario más al post de Vero, pero sentí que abusaba de la amabilidad de la anfitriona cuando ví la extensión de lo que había escrito (y que presupone todo lo dicho allí):

Yo sigo preguntón: ¿no será que lo interesante, lo estimulante, es el intersticio entre lo que uno cree pensar y el desafío que le plantea la posición adversa? ¿No será que la riqueza de la frase clave de Baterbly es que habilita las acrobacias de Borges y las de Deleuze (a propósito: convengamos que Deleuze no habrá traducido nunca "preferiría no" -¿cómo lo habrá dicho en francés?)? ¿No será descubrir las trazas de la corrección del borrador (ya sabemos: otra cosa corresponde a la "religión o al cansancio") lo que seduce?

¿Y puede estar en juego otra cosa que seducción en una teoría (y pienso en Baudrillard, como lo más obvio, pero en Rorty también)? ¿Está mal dejarse seducir por lo que nos seduce? En el post antiguo que menciono arriba, Vero traía a cuento la idea de la Sontag (releo el post y refresco ahora que era la Sontag) sobre una "erótica del arte".

Será necedad de enamorado, pero me niego a aceptar que haya en un texto algo inmanente que lo justifique de una vez y para siempre: es la idea base que prende todas las hogueras.

A todo lo cual no cabe sino la reacción de Vero: "A la marosca!"

Ex coelis (la lluvia, el color que cayó del cielo)

"Las viejas metáforas están desvaneciéndose constantemente en la literalidad
para pasar a servir entonces de base y contraste de metáforas nuevas"
Richard Rorty, La contingencia del lenguaje,
en Contingencia, ironía y solidaridad.

(una transcripción electrónica aquí)

"DEBUTE (O DE BUTE) (adj) : Excelente, óptimo, de lo mejor,
al parecer deriva del sustantivo “debut” o estreno de una obra,
momento en que se expone la mayor gala, voluntad y energía."
Diccionario del lunfardo de ElOrtiba.org
(la itálica es, como se estila decir, mía)


"'Excelente' es atroz, porque 'excelente' es una metáfora,
quiere decir 'celeste', quiere decir 'en el cielo'".
Fogwill según Gustavo Nielsen, en Mandarinas.

Para seguir pensando esto de las metáforas, de su funcionamiento, de su paulatina conversión en lugares comunes y patatín y patatán, recurro a Rorty y a la Historia de la Eternidad del viejo Jorge Luis. Mirando con ojos de Rorty, me aproximo al ensayo borgiano sobre las kenningar (curiosamente, en el aleph que habitamos, no fui capaz de encontrar una transcripción electrónica hacia la cual ofrecer un vínculo). Y se me ocurre una idea quizás un poco tosca u obvia, una perogrullada: ¿no es todo nuestro lunfardo, por ejemplo, un afiebrado ejercicio de creación y uso de kenningar?

Y, por extensión, ¿no son las hablas populares, las hablas del lumpenaje, el hampa, los drogones, arduos sistemas de kenningar? Nuestras hablas populares, ¿no son, de alguna manera, "literaturas instintivas", como el viejo llama a la de Islandia? ¿Y las hablas técnicas, o nuestro argot bloguero? Buena parte de los nombres que hoy usamos para cosas como esta que tengo de a ratos en mi mano, que sirven para ingresar datos y que llamamos "ratones" o esas otras que sirven para almacenar información y que llamamos "llaves" o "lapiceras" USB, ¿no serían como kenningar cuyo origen metafórico hemos olvidado o, amablemente, pasamos por alto?

Llevando el razonamiento al extremo: ¿qué diferencia hay entre la agotadora lista de kenningar que ocupa nueve páginas del ensayo borgiano -en la edición de EMECE, la que tengo- y cualesquiera otras nueve páginas del DRAE o un diccionario de sinónimos? Si construyéramos un diccionario de sinónimos agrupando todos los sinónimos y alineándolos a un "significado" básico, como hace Borges con su selección de kenningar, ¿no lograríamos el mismo efecto desilusionante? ¿No aparecería nuestro lenguaje igual de mal retratado, pobre y mecánico?

Pero, a pesar del tono condenatorio que afecta para referirse a su objeto, elijo usar la reflexión de Jorge Luis con una intención de apariencia distinta, una que entra en consonancia con la idea de Rorty que sirve de epígrafe: una descripción (sincrónica, valdría decir) de un lenguaje no lograría sino la fotografía de un sistema de kenningar más o menos consolidado que en un momento dado se ha vuelto obvio y, aún así, puede usarse para expresar lo que no es obvio para quien usa ese sistema, para nombrar eso "espeso real", como acertó a llamarlo Freidenberg.

(Pienso: una sospecha que siempre tuve, la de que cierta manera de leer poesía que se estimula en la escuela es una suerte de aberración: "A ver, alumnos, 'al andar se hace camino/y al volver la vista atrás/se vé la senda que nunca/se ha de volver a pisar'". "¡La vida!", nunca habrá de faltar el que lo diga, como si Machado hubiera escrito una adivinanza. "Reducir cada kenning a una palabra no es despejar una incógnita, es anular el poema", advierte Borges.)

Mañosamente, en uno de sus abracadabras, Jorge Luis confiesa que no puede imaginarse cómo eran aquellas kenningar cuando eran dichas, desde qué caras eran dichas, con qué "decisión o modestia", porque a él ya sólo pueden darle a conocer un "placer casi filatélico". Es decir, ya no puede imaginarlas cuando eran una lengua viva y capaz de hacer sentido. Cual viejas estampillas, ya no puede usarlas, debe recurrir a otras.

Y aquí estamos nosotros, sintiendo, puesto que hoy, otra vez, es un diagris, algo que me gustaría llamar una honda sensación de queganasdellorar, impostando decisión, afectando modestia.

"Ahora que fuimos expulsados,
gracias a Dios, del Paraíso,
se largó a llover"
Daniel Freidenberg, Lo espeso real

Y, para paladear, En esta tarde gris, de Mariano Mores y José María Contursi, acaso en su versión canónica, la de Julio Sosa, la que al menos a mí se me grabó ya de púber en el recuerdo para proveerme el nombre inevitable de la sensación que me asalta en los diagrises.

Julio Sosa - En es...

Del funcionamiento de las metáforas

Pienso. Me pasa a veces y en general no resulta algo mejor ni más eficaz que las oportunidades en que no pienso. Pero en este caso, pienso. Pienso, a raíz de las paparruchadas meteorológicas de los posts anteriores, en cómo funcionan la metáforas, en cómo es el tránsito desde eso que es un hallazgo, a veces ligado al genio individual, otras ligado al genio del pueblo o entelequia afín, hacia el lugar común. Digo, algo o alguien, Sujeto X, a él los honores del caso, da con un modo creativo de nombrar algo que está ahí en el mundo y que reclama un nombre, lo pone en relación con otros nombres y lo recorta del sinsentido. El Sujeto X crea una metáfora, que inicia, si resulta una metáfora exitosa, su camino para convertirse en un lugar común.

Nuestro idioma no suele ser muy feliz a la hora de crear vocablos por aglutinación, sus mecanismos preferidos son otros, pero podríamos decir que hay cierta clase de días que son, a secas, un diagris. Los diagrises son días tristes o melancólicos. Se contraponen con los maldicionvaaserundiahermosos, días pletóricos de sol en los cuales uno lamenta no ser un animal salvaje que brinque (puesto que en esta clave los animales brincan, no saltan) bucólico en una verde y soleada pradera.

Pero en todo caso, veo ahí cómo la metáfora abandona su condición de novedad, ya no es un chispazo de genio que da con un nombre para algo que está en el mundo para pasar a ser el nombre de eso que está así en el mundo, de esa peculiar manera y en esa particular disposición. Se convierte primero en lugar común, y luego, si tiene suerte, en un sustantivo.

Un sustantivo común.

¡Maldición!

No me digan que no lo pensaron, en algún momento, estos días, después de la insistente lluvia, y hablando de lugares comunes, si se encontraron afirmando que el de hoy era un día hermoso...

En esta tarde gris...


Música melancólica. Es que no hay vuelta de hoja: la idea de "tarde gris", de "día gris", me resulta una barrera infranqueable. Quiero decir: un tópico insuperable, un lugar común. Y a su vez esta noción de "lugar común" supone cierta carga peyorativa. "Era un texto plagado de lugares comunes" es un sentencia que pretende defenestrar el texto en cuestión. Sin embargo... Busco un mapa meteorológico1 y lo compruebo: toda la cuenca del Plata está bajo las nubes. Es decir, varios millones de rioplatenses habitamos hoy un lugar que cabe en la expresión "día gris". Y yo, entre esos millones, los días grises, lugar común, me pongo casi automáticamente melancólico. No sé, me imagino que en algún lugar de mi cuerpo se aloja una especie de glándula secretora de clorofila cuyo funcionamiento se resiente ante la falta de sol. Como con la reducción de las endorfinas, la ausencia de esa secreción me libra a un estado de abulia, pierdo la fe en la acción y quisiera, no sé si unos meses, como decía Girondo, pero al menos sí por todo el tiempo que dure el meteoro, vivir adentro de una piedra.