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Loop, retroalimentación

"Pero ojo
porque capaz
en el fondo es lo mismo
y pasar de una a la otra o de la otra a la una
es
solapadamente
referir a todas las demás".

Kaminer, Backfeeds: la Placita

La Placita y las ganas de no ver a nadie. Referencia empírica: sé de un lugar llamado la placita, en una esquina de tres calles numeradas, en una ciudad de la plata, a sesenta metros de una plaza italia. Todo parece indicar que es ese mismo bar la placita. Me queda, además, re-bien descrito si repito que es un gran lugar para no ver a nadie. En ese lugar he no visto a alguna gente. Un lugar para no ver a nadie, la placita, un lugar mítico. Lugares míticos. Estuve estos días pensando en el realismo de Henry Miller, eso que él dice que es lo único que le importa, no la verdad, ni siquiera la realidad, sino lo que le gusta imaginarse, lo que fue verdadero para él. Relato en primera persona, declaradamente autobiográfico y, sin embargo, el parís de Miller no es menos fantástico que la tierra media de Tolkien. Ciudades que existen. Pensé en el dresde de Vonnegut. Pensé que cada polvo de Miller era tan descomunalmente fabuloso como cada viaje en el tiempo de Billy Pilgrim, que lo que es verdadero, si acaso hay algo, en el relato de Miller es lo mismo que es verdadero en los saltos en el tiempo de Vonnegut. Me tocó una vez entrevistar a unos ex-combatientes de malvinas. Noté algo en su relato, en el manejo del tiempo: mezclaban los verbos en presente y en pasado aún en la misma oración y me dio la fuerte impresión de que cada bombazo de que hablaban estaba sonando todavía. Hubo uno en especial que me habló del hijo que tuvo mucho después de la guerra y de cómo le contaba a su hijo, que ahora tenía la misma edad que él cuando estuvo en las islas, aquella experiencia. Era como si todo, guerra, hijo y relato, hubiera pasado al mismo tiempo. Fue mucho después que leí a Vonnegut y en ese momento no ví la relación, no se me ocurrió entonces pensar que ese recurso de hacer viajar a su personaje por el tiempo y de imaginar una narración donde todo pasa a la vez podía ser de una pasmosa literalidad. Se me ocurrió recién hace unos días, releyendo a Miller y pensando que si algo había verdadero en el relato de Miller no era el recuento de polvos y no era ningún parís, como no era falso que Billy Pilgrim viajara en el tiempo. Hoy (ayer, anteayer, más o menos hace un rato) leo a Puck mentar la placita (el yeite del casanova, una que vale por todas) y nada, que la placita no existe.

Cataplum

"Las tartas de nata golpean plenamente gracias
a tres cualidades inéditas y propiamente filosóficas.
Son azucaradas. Son opacas. Son blandas.
Nos alcanzan en lo que consideramos bueno, verdadero y bello."

Roser Berdagué traduce el
"Elogio de la tarta de nata",
de
André Glucksman,
en La estupidez.


Me pasa, a veces, que alcanzo a darme cuenta de que he caído en la estupidez. Es algo que no me sale decir sino así: "he caído", en perfecto compuesto, el tiempo que, dicen, en nuestra lengua, conecta el pasado con el presente. Algo ha pasado y mete sus patas en el ahora. Nunca podría decir "me doy cuenta de que caigo" en la estupidez. No sé, se me antoja que por definición es algo que no puede estar en la conciencia en el momento en que pasa. Mucho menos puede anticiparse. Tampoco, entonces, podría decir "caeré en la estupidez". Eso me permitiría conjurarla, tal vez. Pero la estupidez es fatal, y para cuando me doy cuenta, ya ha acontecido. (Hay un payaso en medio de la pista. En la barahúnda, una torta de crema lo sorprende realmente y le estalla en la cara. Para volver a su papel, escoge caer al suelo aparatosamente, patas arriba, los zapatotes rojos. El público ríe, aplaude, silba, grita, se compadece, se mofa; las reacciones del público son tantas. Terminado el número, el payaso se incorpora. Dirige la vista al lugar donde ha decidido imaginar al destinatario del gesto y, tocando el ala de su sombrero, hace una pequeña reverencia; lo escucho incluso murmurar "chapeau". Después, con la mayor dignidad de que es capaz, abandona la pista. En su carromato, se despinta la cara y mira en el espejo, durante todo el tiempo que dura el tiempo presente, su humanidad desvencijada).

III

...entonces la corrí, la alcancé y la detuve. Le dije "mentira: vine a verte, vine a buscarte porque no te dije toda la verdad, porque te mentí estúpidamente, porque soy un loco idiota enamorado de tu fantasma y los fantasmas aúllan toda la vida si uno no los acalla, porque sí, porque no quiero quedarme viendo cómo te alejás de mí, porque quiero tenerte aunque sea una vez, una noche; vine a buscarte".

Me pareció que el fantasma iba a decirme algo. Le cerré la boca (esa boca que pretendía usar para manifestarse) de un beso.

II

-Debe estar por allá -dijo Santiago. Lo seguí; parecía resuelto. Entramos a un gran salón comedor. Había varias decenas de mesas, todas ocupadas. El ruido de las voces era alto. Los comensales parecían muy animados. Iban y venían de una mesa a la otra, al bar, al buffet; se servían frutas (papayas, mangos, guayabas), nachos, raclette, ceviche, cuscús. Bocas llenas, muchas, numerosas, infatigables.

Santiago y yo recorrimos el salón. Lo perdí en la multitud. Ví que a mi izquierda se abría una arcada y la atravesé. Entré a un pasillo al cual daban unas puertas numeradas, adornadas con pomos dorados y brillantes. Los números, metálicos, estaban escritos en una tipografía que podía ser la Georgia. Las descendentes eran más exageradas, sin embargo.

Yo no tenía idea de cuál era la puerta que buscaba. Ella me había dicho: "mi departamento es uno bien modesto entre dos fastuosos". Busqué signos que me permitieran advertir eso. Todas las puertas eran iguales, todos los números estaban igual de pulidos. A todo lo largo del pasillo, un torrente de gente que iba y venía del comedor me empujaba y me hacía imposible observar detenidamente las puertas.

Hasta que noté que al final del corredor, en el extremo opuesto al salón, estaba el mostrador de la conserjería. Me acerqué.

-Busco a la señorita Sakina Blanche- dije.

-El 15 -me contestó una chica joven y morocha, bella e indiferente.

"El 15", pensé, y lamenté la obviedad con que a veces se desmerece a sí misma la realidad.

El 15 estaba, claro, entre el catorce y el dieciséis. Nada en esos números me hacía pensar en departamentos fastuosos. Lucían mas bien banales. Y a decir verdad, el 15 no parecía mucho más modesto.

No alcancé a golpear; Sakina estaba abriendo la puerta y nos encontramos frente a frente.

-¿Qué hacés acá?- me preguntó conjugando a la manera rioplatense.

-Nada -mentí. Ella, que no había detenido la marcha iniciada al abrir la puerta, al pasar a mi lado, me dió el beso que las costumbres argentinas imponen. Por un momentó creí que iba a abrazarme y mi cuerpo se dispuso al contacto. Siguió, sin embargo, de largo. Creo que la disposición de mi cuerpo no alcanzó a ser manifiesta. Si ella la hubiera notado, me hubiera sentido humillado.

Me sentí humillado. La ví alejarse con total indiferencia e intercambiar palabras gentiles con los conocidos que la cruzaban. No iba al comedor, iba en sentido contrario, más allá del mostrador de la conserjería.

No sé qué hay ahí.

..y la poesía cruel

Este tango tiene mucho material como para ponerse a jugar a casi cualquier hermenéutica (ya no más eso de que "sos lo único en la vida / que se pareció a mi vieja"). Pero hoy, estos días, me detengo en esa estrofa, sabihondos y suicidas, y pienso en dados, timba...

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Oíd el ruido...

1 - Si alguien me preguntara, mi primer impulso sería decir que las "cadenas" no me gustan. Sin embargo, la realidad es que me he enganchado en varias. Será que soy un hombre de blandos principios y de convicciones volubles. O que no me tomo nada demasiado en serio, que estoy siempre dispuesto a cambiar un punto de vista, a ver las cosas de otro modo.

2 - En este caso, además, siento que no hacer honor a la invitación de Rain sería una descortesía enorme.

3 - Porque me doy cuenta que la cortesía me parece una valiosa cualidad a cultivar. Un gesto cortés, me gusta pensar, habla de un acto de soberanía o de libertad: es innecesario, inútil y nada que tenga que ver con el "sentido práctico" lo justifica. Lo hacés porque se te canta.

4 - Además, resulta que comparto con Rain esa sensación de que algo me distancia taxativamente, terminantemente, de quienes desprecian o no entienden el mundo de los niños y el de los adultos que con ellos se relacionan. Esa falta de curiosidad por lo que lo infantil nos trae, o la declamada hostilidad para con ese plano de experiencia, me produce tristeza y desconfianza: hasta llego a pensar que hay ahí un gran mesianismo apenas disimulado.

5 - Y los mesianismos, sobre todo los que pretenden disimularse, son algo que me resulta por todos lados hostil (y eso es algo que me tomo relativamente en serio).

6 - Por lo demás, soy un sujeto que tiende a contemporizar, a buscar la paz y la concordia, la conciliación de los opuestos, etc, etc, etc. Que soy de Libra, bah. O Perro, asigún el horóscopo chino. Un perro de libra.

7 - Y eso, más de una vez, me lo han señalado más como un defecto que como una virtud. Digamos que lo yin y lo yan de una misma característica. He llegado a creerlo también, muchas veces.

8 - En todo caso, esta nueva participación mía en una cadena me demuestra que soy un consecuente rompecadenas: como en las oportunidades anteriores, no le paso la invitación a nadie.

"...thought I'd something more to say..."

Un día me voy a dar el gusto. Voy a juntar a dos o tres atorrantes amigos que me hagan el aguante y vamos a ensayar horas, días: una única canción. Alcanzado el punto, cuando creamos que hemos logrado capturar los matices, vamos a montar un escenario modesto en la plaza del barrio o en mi jardín, que para entonces ya tendrá el aspecto noble de un jardín japonés. Será al atardecer, ese momento en que todavía hay luz de sol pero en el cual los rayos tienen la disposición amable que da la oblicuidad. No le avisaremos a nadie. Uno de nosotros cantará eso de los diez años behind you y, cuando llegue el momento, yo voy a cerrar los ojos y voy a tocar este solo de guitarra.



Será un fracaso: nunca tocaré este solo de guitarra.
Me doy cuenta, visto el post anterior, de que me imagino de viejo o algo así releyendo blogs, incluso mi propio blog. ¿Me imagino un viejo nostálgico y decadente? ¿Cómo seremos, de viejos, los que hoy blogueamos? ¿Habrá memoria? ¿Tendremos pasado y ese pasado estará escrito en nuestros blogs?

¿Seremos blogarquéologos tratando de reconstruir una historia que creímos efímera, hurgando en las fantasmagóricas virtualidades del Internet Archive?

¿Cuál es el lugar de la memoria en un mundo de bitácoras en trance de desaparición?

De la trozabilidad del alma

Por las calles del centro porteño pueden verse los carteles de un fulano que anuncia la presentación de un disco llamado "Trozos de mi alma 2".

Sin ánimo de faltarle el respeto al fulano, debo advertir que no lo conozco a él ni a su obra. Lo cual no debe entristecernos a ninguno de los dos, puesto que estadísticamente siempre es más la gente que no lo conoce a uno que la que sí, por muy famoso o significativo que se sea. Eso puede decirse hasta de los Beatles, más famosos que Cristo, pero, con mucho, ignotos para una importante masa de humanidad. Y la recíproca también es verdadera: hasta entre los muy famosos habrá gente de la que uno no tenga ni noticias.

Pero, salvando esta digresión, lo que me ha sentado frente al teclado es el nombre del disco de marras, "Trozos de mi alma 2". ¡¡¡¡Dos!!!!

Hemos de suponer que el alma de este señor es tan grande como para desagregarse en tantos trozos que le quedaron algunos como para hacer un segundo disco.

Si concedemos a la creencia acerca de la naturaleza inmaterial del alma, podemos suponer que su facultad de trozarse es infinita, lo cual nos expone a una serie de "Trozos de mi alma" aún más larga que la saga Rocky (ya consolidada como unidad de medida de toda serie larga, en perjuicio de recursos matemáticos más rigurosos).

Pero al mismo tiempo, esta concesión nos coloca en posición de cuestionar la trozabilidad del alma, puesto que sería legítimo preguntarnos si puede desagregarse en trozos algo inmaterial. Podemos preguntarnos si puede trozarse a Dios, o a la bondad o a cualquier otra entelequia del gusto del condescendiente lector.

De lo que se sigue que la hipótesis subyacente en el título de la obra es la de que el alma en realidad es algo material. En ese caso, su capacidad de trozarse es limitada, por esas pueriles restricciones que afectan a la materia y que no estoy en condiciones de enumerar ahora, pero que para qué carajo exite la Wikipedia.

¡Hosana! Entonces la serie "Trozos de mi alma" es una serie finita. Qué alivio.

Luego, admitida la materialidad del alma (hipótesis que agradaría a Althusser), cabe preguntarse por sus condiciones de desagregación. ¿Los trozos corresponden a "partes", "componentes" o "elementos"? ¿O se trata sin más de "trozos", es decir, porciones arrancadas sin orden ni concierto y que de alguna manera desfiguran y corrompen el alma en cuestión?

En ese caso, ¿se nos propone como espectadores asistir a la desfiguración de un alma?

En todo caso, aceptada la hipótisis, nos retrotraemos a antiguas cuestiones acerca de la localización del alma en el cuerpo. La imagen es, vale decir, dantesca: nuestro artista aparecería en el escenario mutilado de su alma, ni siquiera completamente, porque sólo se trata de trozos, aunque como es la segunda tanda de tales trozos, hemos de imaginar que la mutilación es significativa.

Aunque quizás el alma participe de alguna manera de la naturaleza del pelo o de las uñas. Quiero decir: vuelve a crecer. Puede usted arrancarse a gusto trozos, ma' qué digo trozos, brutos pedazos de alma, en la confianza de que le volverá a crecer.

Ahora bien, si el alma participa de la naturaleza de las uñas, entregar sus trozos tiene un carácter, digamos, escatológico. Usted no anda por ahí regalando sus cachos de uñas recortadas, salvo que sea santo o semidiós de calaña análoga y sus pedazos busquen destino en dorados relicarios.

En cambio, el pelo tiene un carácter más romántico. Al menos, medievales doncellas han poblado romances y baladas de escalas hechas con sus trenzas y destinadas a facilitarle un buen polvo a su enamorado. O a simplificarle el escape de la muerte, preséntese ésta en forma de mujer con guadaña o de padre embravecido.

Pero, ¿se aloja el alma en algún lugar donde su ausencia sea apreciable? Analizando la morfología exterior de esos sujetos que se califica habitualmente de "desalmados", resulta palmario que no. La falta de alma no es algo que pueda observarse a simple vista. Aunque a decir verdad, gusta señalarse en tales sujetos un ensombrecimiento de la mirada, un rictus de la boca, alguna clase de arruga en la frente que los delataría. Vaya a saber.

Quizás el alma sea una especie de glándula, cuya falta priva al cuerpo de cierta hormona o secreción y que, aunque no resulte visible la ausencia de la glándula, puede adivinarse la extirpación mediante la somera observación clínica de cierta sintomatología.

Dicho to lo cual, no me imagino qué puede estar en juego en la presentación de un disco que se llama "Trozos de mi alma" (dos).

Parece algo así como que viene a ofrecer su corazón. Pero el corazón, no está de más recordarlo, ya te lo han dado.

Yo tenía una amiga...

...que había acuñado (o adoptado, no lo sé) la frase "sacámela más adentro". Caprichos de la mente me hacen recordar su agudísimo sentido del humor y el impactante par de razones con que sostenía tamaña exigencia.

Para su fortuna, nunca le faltaban caballeros dispuestos a intentarlo.

Estudio No. 1 en sol menor y en tres movimientos, para soprano y barítono

"...quiero morder
el tallo de su rosa..."

El primer día, se quedó mirándome a los ojos, fascinada, y sonrió, como sonríen las mujeres cuando quieren hacerte pensar que, tal vez, te han elegido. Pero fue por sus labios del color de las rosas que crecen río abajo, rojas como si estuvieran a punto de reventar de sangre, salvajes, que supe que era ella. Tocó a mi puerta un día y me atreví a dejarlo pasar. Sin buscarlo, me encontré de pronto sumergida en el refugio de su abrazo mientras permitía que con mano segura secara mis lágrimas: decidí que sería mi primer hombre. Al otro día, vino con una solitaria rosa roja y me la ofreció a cambio de mis penas y de todos los fantasmas sin nombre ni rostro que me habitaban en lugar de otros cuerpos, otros rostros, otros nombres. Me preguntó si lo acompañaría a conocer el lugar donde crecen las rosas silvestres y apenas atiné a asentir tímidamente con la cabeza. El segundo día, le llevé una flor; era más hermosa que cualquier mujer que hubiera visto. Entonces, le pregunté si conocía el lugar donde crecen libres las dulces rosas silvestres. Al tercer día fuimos al río. Me enseñó las rosas y nos besamos. Después ya no sé: lo último que escuché fue un susurro; él estaba arrodillado sobre mi, con una piedra en la mano. El último día, la llevé al lugar junto al río donde crecen las rosas silvestres. Se recostó en la orilla (el viento tenía el brillo que pudiera tener un ladrón que triunfa en la noche). No le negué un beso de despedida: toda belleza debe acabar, murmuré. Después, planté una rosa entre sus dientes....

Lisboa

Lisboa tenía el aire azul por aquellos días. Todo era correr por la calle naranja hasta dar con la nariz contra una puerta; entrábamos siempre (había mármol, unas sillas inglesas y una luz muy clara).

Tomábamos el té mientras mirábamos el mar por la ventana del salón. A veces, no nos alcanzaba el azúcar y le arrancábamos mechones de pelo a tu perro blanco, que dormía a nuestros pies, siempre.

¡El mar era tan verde! Contemplábamos las olas y nos hacíamos cosquillas en las yemas de los dedos, con las uñas. En la terraza, creábamos montañas de pelo blanco de ballena que caía de los aleros. (El perro estornudaba y trataba de atrapar al vuelo el vapor de pelo de ballena que se deshacía en el aire).

Nos zambullíamos en las montañas y rodábamos.

Estabas desnuda entonces.

Te tocaba la palma de los pies antes de que bajaras a la playa. El mar te esperaba conteniendo el aliento (Lisboa entera se estremecía con la apnea del mar).

Yo cerraba las celosías y rezaba. Tal vez llorara. Devoraba los mechones de pelo blanco de ballena que habían estado entre tus piernas.

Tu perro se quedaba en la terraza y miraba el cielo hasta que la lluvia le quemaba los ojos acuosos y le lavaba el pelo blanco, que escurría a chorros, como volcanes de edulcorante. Entonces se levantaba despacio y se iba a tirar debajo de una mesa de hierro forjado, pintada de blanco.

Lisboa entera (las calles naranja) espera que salgas del mar.

Tres golpes

A ver, hagamos la prueba. Digamos, digamos que el sexo es muerte. Digamos que el hastío, y que la mujer no existe, y que puto el que lee. Digamos, digamos todo eso y veamos qué ha cambiado. Si acaso tu boca fuera a acercarse más por eso, si acaso mi coraje fuera a ser más como para intentar el abrazo y el beso. Ahora que lo hecho hecho está y qué remedio, ahora que la otredad rotunda de esos otros de que somos causa y origen y circunstancia nos convoca a quehaceres nimios pero no por ello menos vitales, ahora que el termómetro marca 38 (y medio) y las vísceras se han dado vuelta como guante, como media, como bolsa de nylon, como explosión de bilis y moco y sobre todo eso, ¿no?, como si decir todo esto así o asá fuera a hacer que mi coraje y que tu boca, que la fiebre y que esos otros. Nah, no es así, o no necesariamente, no es cuestión de abundar en truculencias cuando a veces el pánico es tan minúsculo como esa gota, esa lágrima, esa cosita de nada, gracias, de nada, no hay de qué, no hay por dónde, no hay cómo, si no sabrías explicar el por qué del miedo y, si supieras, ¡qué remedio!, ¿quién puede sentir tu miedo en tu lugar?, porque el pánico no entra en la palabra, o entra, pero no se queda, o si, quién sabe. A ver, hagamos la prueba: digamos "cadáver" digamos "podredumbre" digamos alguna otra palabra grande, bruta, violenta, a ver, qué pasa, ¿se ha manifestado el fantasma?, ¿la señora gorda que nos hizo juntar las manos sobre la mesa ha comenzado a levitar? Escuchen, vean: ¡fueron tres golpes! ¡Yo los escuché! Con la diáfana claridad de los timbales. Tres golpes, o 400, ¿fantasma locuaz o apenas obse?, ¿conoce la diferencia la señora gorda? Ahora murmura. Quiere llevarnos a creer que tiene algo que decir o que algo le ha sido comunicado, que para eso es medium. Entremezcla palabras grandes, violentas, brutas. Si hasta ha logrado hacernos sentir su aliento fétido (¿habrá estado chupando una pija sucia?). A lo mejor sí, el fantasma ha venido a satisfacer el morbo de los oficiantes, que inclusive, hacen como que tienen miedo. Fueron tres golpes. Y los escuché claramente.