¿No ves que ya no somos chiquitos?
Y después queda ahí el hueco de ese minúsculo entusiasmo, la sensación del brazo amputado que es énfasis de una ausencia, y uno se queda mirando como diciendo "¿y? ¿ya pasó?" y ahí no queda nada y otra vez a esperar, a cuidar semillas invisibles y minúsculas, que las trae y lleva el viento, y repararlas del clima y de los pájaros y esperar a que brote, otra vez, un entusiasmo que, para llegar a baobab, tiene primero que ser brizna.
-¿Baobab?
-Si, Antoine, las rosas me chupan un huevo. No quiero un entusiasmo de rosa. Quiero un entusiasmo fuerte como un baobab...
-Pero es que yo pensé... creí... bah, la idea era...
-Si, Antoine, ya sé cuál era tu idea. Era una linda idea.
Antoine me mira. Se lo ve apesadumbrado. Se ve que, de alguna manera, lo he decepcionado. Se recuesta en su silla y juega con la cuchara del café. Abre la boca como para decir algo y escucho la pequeña apnea que prepara la salida de la voz. Se calla, sin embargo.
-¿Sabés, Antoine? Hace años, había en el patio del departamento donde vivía una bolsa de tierra. Brotó algo, ahí. Lo cuidamos y lo dejamos crecer. Resultó un jacarandá. O la semilla estaba en la bolsa, o cayó con la mierda de algún pájaro, andá a saber. Lo dejamos en la bolsa hasta que estuvo lo suficientemente grande como para pasarlo a una maceta. Lo transplantamos. Luego nos mudamos y lo llevamos con nosotros. Tuvimos que pasarlo a una maceta más grande. Alcanzó un par de metros de altura. Se ve que el macetón donde lo teníamos no lo favorecía. El tronco era un palito fino y flexible que tenía en la punta un penacho de esas hojitas compuestas propias de los jacarandaes, pero resistió vivo, aguanto tormentas y heladas y resolanas. Pero nunca nos decidimos a plantarlo. Ningún lugar parecía lo suficientemente bueno. Yo me fui de esa casa, con dolor, con furia. Ahora, necesito un baobab. ¿Me entendés, Antoine? Un baobab...
Guilty
Por ejemplo, no tengo a quién contarle, en este momento, que descubro esta mañana un mecanismo de culpabilidad que me perturba. Está relacionado con la comida. Anoche no tenía ganas de cocinar y me compré una pizza. Me la comí casi entera (dejé sólo una porción, lo cual constituye el primer gesto culposo). Ahora amanezco y encuentro que no me siento bien. Me siento hinchado, tengo acidez. Pienso en que estoy gordo y que no debí comer pizza.
Me pasó hace tres o cuatro días. Estaba en la oficina, era la hora del almuerzo y estaba más o menos apurado. Decidí ir a la pizzería del barrio. Pedí una porción de fugazzeta y una de fainá, para comer en la barra. Me encanta comer parado en la barra de una pizzería, mirando las noticias mudas en un televisor lejano. Ya esa tarde tuve la sensación de pesadez y de hinchazón. Pienso que son las levaduras. Que estoy gordo, bah. Y otra vez pensé “no debí”.
En estas dos circunstancias advierto el sentimiento de culpa. Pero son también aquellas en las que me di cuenta de que esto me pasa cada vez que como comida chatarra. Y eso me pasa bastante más seguido de lo que debería: no debería.
Entonces es así: como esta mañana y este encuentro son sueños, como en este sueño no tengo a quien contarle mis menudas angustias, escribo.
Ellos son los jóvenes ahora...
Pero la realidad es tan simple, a veces, como cabe en un mail de cadenas: uno envejece y de repente llegan ellos y se lo hacen notar. Ellos son los jóvenes ahora.
Esta es la música que escucha mi hijo. Y yo, viejo rockero, rockero viejo, no dejo de estar orgulloso de mi vástago. Cómo no entenderlo. No sé qué tan consciente de la letra es, tal vez mucho más de lo que pienso yo, el agente ahora de la sociedad opresiva, pero todos fuimos adolescentes y cada capa de adolescentes tiene, aunque uno sospeche tras este en particular una ni siquiera muy esmerada investigación de audiencia, un juglar que dice más o menos esto, esto que en realidad, con el correr del tiempo, aunque aprendamos a apuntalarlo con arquitecturas más complejas, o más cínicas, o de otro tipo, permanece ahí, como ese lóbulo del cerebro que siempre se menciona para hacer referencia a lo reptiliano que aún nos habita.
Mummy, Mummy, Grandpa is rockin' again!
Un amigo de mi hijo dice que yo escucho "música de viejo". Encantador muchachito, pendejo de mierda, dice la verdad.
Y qué quieren que les diga. Uno envejece. Y del repertorio de vejeces posibles a mí esta no me parece mal...
Cure for pain
Qué decir. Creo que no miento si digo que hacía un añito fácil que no escuchaba nada de Floyd. Y ayer un amigo me dejó este regalito. Estas fidelidades del gusto a mí me resultan sorprendentes: como sea, aún cuando crea que ya está, que no hay mucho más que escuchar, que otras canciones vendrán para calmarnos, de repente pasa Gilmour, blown in the steel breeze, y caigo ante Floyd, como una hoja.
(Un rip de varias canciones del DVD, con una calidad de puta madre, acá. Véanlo antes que se aviven y lo saquen).
Lucas Pizarro y sus actos altruistas
cualquier grupo o factor...
“Hoy es un día raro. Vengo de donar sangre y me siento para el orto. Ojo, ningún matiz moral en esto: me bajó la presión al piso y yo me fuí con ella. Me desmayé, por suerte, en la misma sala del hospital. No me dí ni cuenta. Cuando termina la extracción, te hacen pasar a una salita donde te dan un café y, me río ahora que lo voy a escribir y recuerdo, una madalena. Estaba sentado tomando mi café cuando de repente siento que la auxiliar que me lo había servido me está sacudiendo, diciéndome ‘Señor, señor’ (ya no sólo los pibes me dicen ‘señor’). Veo que hay otra mina que la ayuda y me dice ‘sentate en el suelo, acostate’ y me levanta los pies y me los apoya sobre una silla. Quedé tumbado ahí, justo atravesado frente a una puerta que da a la sala de espera. La médica (porque la otra mina resultó una médica), me levanta los brazos y me pregunta si me siento mejor. Ahí yo ya puedo pensar y responder, me doy cuenta de lo que pasó y agradezco, ‘sí, un poco mejor, gracias’ y reparo en que estoy a la vista de todos los que esperan para donar. Se lo señalo a la doctora. Cierto, me vas a espantar a los donantes’ y nos reímos. ‘Yo creí que bajaba la cabeza para leer’, me dice la auxiliar. Se vé que me estaba cayendo así nomás cuando atinó a atajarme. Cuando pude pararme, me llevaron a otra sala. Estuve cerca de una hora tirado en una camilla junto a la cual había un desfibrilador. Esa presencia me resultó entre cómica y siniestra. Todavía me siento flojo y algo mareado y pienso que la jodita se metió en mi día y me lo cagó a lo largo y a lo ancho, porque no tengo voluntad de hacer nada. Sólo quisiera permanecer tirado esperando a que la sangre vuelva a su caudal...”
A veces estoy tan down
No creerías las cosas que he hecho por ella
Melvin: Tengo un cumplido para vos, es algo que pasó.
Carol: Me da miedo que vayas a decir algo desagradable...
Melvin: No seas pesimista, no es tu estilo. Bueno, es así: yo tengo esto... digamos, ¿una enfermedad? Mi doctor, un petiso al que iba a ver todo el tiempo, me dijo que, en el 50 o 60% de los casos, una pastilla realmente ayuda. Yo odio las pastillas, son cosas jodidas, las odio. Y estoy usando la palabra "odio", ahora, para las pastillas. Odio. Bueno: mi cumplido es que aquella noche cuando viniste y me dijiste que vos nunca... bueno, estabas ahí, sabés lo que dijiste. Mi cumpido para vos es que, a la mañana siguiente, empecé a tomar las pastillas.
Carol: No entiendo por qué eso sería un cumplido para mí.
Melvin: Vos hacés que yo quiera ser un hombre mejor.
Carol: Ese es tal vez el mejor cumplido de mi vida.
Melvin: Bueno. Por ahí exageré un poco. Apunté el tiro como para lograr que no te vayas...
Son Jack Nicholson y Helen Hunt, en Mejor Imposible.
Que no es poco
Febril la mirada
En la década del '90, cuando yo llegaba a esta ciudad a hacer mi experiencia universitaria, ellos sonaban desde hacía ya unos años. Sus recitales devinieron uno de los ritos casi obligados para mí y la que era entonces mi barra de amigos.
No sé cuantas veces ví tocar a Míster América. He olvidado en qué lugares, no sé en qué estados. Míster América fue la banda de sonido de aquellos días.
Estos demos de que hablaba al principio yo los tenía (tengo, aún) en cinta y son una de las razones por las que me resisto a dar a las llamas una caja que guarda un centenar de cassettes enmudecidos por la obsolescencia de los pasacassettes.
Ahora los descargo en MP3, aprecio una calidad de sonido que mis cintas ya no tienen, y encuentro que recuerdo las canciones perfectamente, como si las hubiera tenido en mi reproductor hace un rato nomás.
Tan frescas me parecen, que me sorprendo cuando descubro, al comparar las listas, que apenas la mitad integró el primer CD de la banda (que también tengo y siempre ocupa un lugar en mi playlist).
Aunque hacía años que no las escuchaba, de alguna manera nunca habían dejado de sonar.
Extraordinaria capacidad de dejar huella.
Aquí, el botón.
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Allí, la muestra
Si veinticinco por cuatro es igual a cien...
through the clouds
memories come rushing
up to meet me now..."
Roger Waters, The gunners dream
Y sí, hijo, creo que tenés razón, yo pienso igual: el tiempo no existe. Creo que lo sé desde siempre, es decir, desde la época en que tenía más o menos tu edad, que es como decir ahora, hace un rato nomás, o mañana, no sé, depende. Depende de cuándo vuelva el sueño. Es así: el viento se pone como más denso y ahí pasa que me puedo colgar del viento. Cuando era chico, yo estaba parado frente a una pared blanca y el viento se arremolinaba y me empujaba hacia arriba. Siempre a mi lado había una planta espinuda con la que me había pinchado una vez, en la casa de tus abuelos. Al principio, no podía alcanzar el borde de la pared. Fue con el tiempo que aprendí a colgarme del viento. Ahora puedo pasear sobre la ciudad, de un techo a una terraza, a una cornisa, un balcón, un campanario. A veces el viento se pone violento, se enoja, se encabrita, y me da un poco de miedo. Pero igual puedo navegar como dando bandazos. Mi sueño tiene una concesión a lo que puede pasar en la realidad: siempre que lo sueño es de noche. Quiero decir que en el sueño es de noche. Y está nublado. Y siempre está la mujer conmigo. Me espera en las cornisas o se cuelga del viento conmigo. Nunca hablamos, o sí hablamos y no hay palabras, o hay palabras y no hay significados, esas cosas de los sueños. En mi sueño me doy cuenta de que me pasa lo del sueño. Esto no significa que me doy cuenta de que sueño, sino de que puedo colgarme del viento. "Otra vez me pasa", pienso en el sueño, advirtiendo lo extraordinario. Y cuando me despierto, pienso "otra vez pasó" y lo recuerdo (y no sé si me acuerdo de un sueño de la víspera o de un sueño que tuve de chico, cuando tenía más o menos tu edad y no podía ver más allá del borde de una pared blanca y había una planta espinuda con la que una vez me pinché). Por eso te digo: tenés razón, hijo, el tiempo no existe. Y ahora vos ahí tenés un misterio y no encontrás la respuesta. La clave es que 25 por 4 es igual a cien. Aunque no tiene por qué ser este, es un misterio que perfectamente puede ocupar toda la vida. Tomate tu tiempo.
Abominables (como los espejos)
Sólo éramos monstruos, en las terrazas, bajo la luna.
Paralelogamos
Elephant talk
Sin embargo, debieran verme cuando con la punta de mi trompa levanto del suelo, separándolo de las ramas secas y el polvo, ese minúsculo maní que algunos amigos que conservo me regalan y, con gesto serio y concentrado, como conviene al rostro tristón de un elefante, lento, parsimonioso, me lo llevo a la boca para disfrutar de ese sabor seco y chiquito que tan bien acompaña, dicen, a la cerveza...
<META NAME="Note for further use" CONTENT="Para el 2007 debo excluir los títulos de King Crimson de mi vocabulario">
Ilusión de unidad
I
Dice la crónica que el sujeto comenzó un día, con firme convicción, el proceso de desmontarse pacientemente. Le costó sudor y lágrimas, pero finalmente tuvo sobre la mesa un desparramo de piezas sueltas, inconexas, y no supo qué hacer con ellas. Las miraba, les estudiaba los bordes y ponderaba los encastres, pero las muy putas se negaban a amalgamar para constituir un todo del cual dar razón. Desmontarse uno mismo es una empresa de riesgo, porque no hay manual de instrucciones para recomponerse, no hay PDFs al respecto ni en la web ni en las redes peer to peer. El sujeto quedó solo frente a la mesa, cual turco en neblina, cual perro en bote o cancha de bochas, notando que ciertas piezas parecían sobrar, que otras se habían perdido, que otras nunca estuvieron y hubieran sido bien necesarias. Eso: que a veces uno siente que se desmorona como una catedral de hormigas y que los bichitos (colorados, negros, culones o no, qué mas dá) se deseperan por lograr de vuelta una ilusión de unidad, una forma reconocible, un atado de algo.
II
Parece ser que en alguna selva de un lugar inundable, pongamos que sea el Amazonas, hay unas hormigas que establecen sus hormigueros en los huecos de los árboles. Lo peculiar de estas hormigas es que, cuando en una crecida del río el agua alcanza el hormiguero, los bichos, de un color anaranjado muy brillante, se prenden unos a otros formando una especie de balsa y se dejan arrastrar por la corriente, llevándose reina, huevos y crisálidas. Las obreras que quedan debajo del montón, metidas en el agua, se esfuerzan por escapar hacia la parte de arriba, otorgando al conjunto un aspecto inquieto e inestable. Y ahí va la balsa de hormigas, a la deriva en medio de la inundación, cambiando agitadamente de forma como una ameba nerviosa, hasta que toca algún tronco que sobresale del agua. Las hormigas se prenden al tronco y la balsa se descompone súbitamente en minúsculas y numerosas partículas, ya no balsa sino un montón de hormigas que buscan el hueco donde fundarán su nueva colonia.