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Xerox e infinito

“Definiremos esta última como la manifestación irrepetible
de una lejanía
(por cercana que pueda estar).”
Walter Benjamin, ya saben dónde 
y a propósito de qué (y si no, googleen)


Vengo al teclado luego de haber estado escuchando el hermoso y delicado concierto de Köln de Keith Jarret. Como tal vez sepan, esta es una célebre grabación de un concierto de 1975. Es el registro de una improvisación de un poco más de una hora. Las piezas no tienen siquiera nombres y los “tracks” están identificados como “Part 1, Part 2”, y así, cuatro partes, sólo para caber en el imperativo tecnológico de los “20 minutos por lado, máximo” que regía en la era del LP de vinilo (cuatro partes, cuatro lados: este concierto se editó originalmente en un disco doble).

Tal vez sepan también que esta, la de ser completamente improvisados, es una característica de los conciertos de Jarret solo. Es decir: cada concierto es completamente único. La música que usted escucha en este disco no había sido tocada nunca antes. Y no volvió a ser tocada nunca más.

(Más allá de que le encuentre una utilidad didáctica, carece de sentido que un músico se esfuerce por aprender a tocar alguna de sus partes.)

Vean qué diferencia con Comfortably numb, puestos en envión. Esa canción de Pink Floyd participa de alguna manera de la naturaleza de los fractales: sean de la envergadura que sean las variaciones, permanece siempre idéntica a si misma. En un comentario a esta (a mi juicio, insignificante) versión de la canción, un usuario que firma PkCynthialover expresa la idea: “yo creía que Comfortably numb era inversionable”.

Es que, de alguna manera, lo es. La ejecución de esa canción, se me antoja hoy, invierte la teoría benjaminiana del aura y de la reproductibilidad técnica: cada performance es la actualización de un registro inamovible, es, por sobre cualquier otra cosa, un acto de repetición.

En cambio, cada vez que alguien se aproxima a la grabación del Concierto de Köln (incluso hasta la obscena cercanía que ofrecen los auriculares de un reproductor de MP3), no puede evitar la conciencia sobrecogedora de que eso que oye existió sólo una vez y que la grabación es la manifestación distante de algo irrepetible.

Underground



Descubro este video en una nota viejísima del Washington Post. Es el registro de una suerte de experimento que consistió en poner a tocar en la boca del subte a uno de los más prestigiosos violinistas del mundillo de la música clásica. La pregunta fue: “¿se detendrá la gente a escuchar la música?”. Sucedió lo previsible y la respuesta fue: “No”.

Para explicarnos la gravedad de esa circunstancia, los redactores (con esa mentalidad norteamericana que me es tan ajena) dan fe de la carrada de guita que vale el exclusivo Stradivarius con que toca este buen señor y nos informan cuánto puede llegar a pagarse por verlo tocar en un teatro prestigioso.

Y dan por supuesto, autocomplacencia burguesa, que quienes pagan eso lo hacen para admirar la música o apreciar belleza, como si no fuera bien otra cosa lo que se compra al pagar la entrada a un espectáculo exclusivo.

Y yo, todavía en línea con algo que tiene que ver con este post, me pregunto cuán desnudos de metatexto podemos enfrentar un hecho que se nos presenta como artístico, qué tan aligerados de información previa podemos estar para percibir por nuestros propios medios (medios que, en definitiva, no son sino metatextos), ya no digamos la belleza, esa entelequia metafísica, sino al menos el mérito de un composición rigurosa en sus términos y de una ejecución magistral.
(Yo soy de los que les prestan atención a los músicos callejeros, siempre que la oportunidad es favorable. Soy franco, no voy a detenerme especialmente para escuchar, pero si el tiempo de mi espera coincide con el de su espectáculo, les dedico atención. En la estación Independencia del subte E suele parar un pibe que toca la guitarra y canta canciones de rock clásico, Bob Dylan, cosas así. Por suerte, no toca la armónica. Pero canta con un compromiso y toca con tal claridad, que es un placer escucharlo. Siempre que lo veo le tiro unos mangos al estuche de la guitarra. Una vez estuvo tocando sobre el tren un violinista. Usaba un violín eléctrico, que llevaba conectado a un pequeño amplificador portátil. Recuerdo que tocó alguna pieza de Bach. El sonido del violín amplificado es un poco más hiriente que lo que el canon clásico admite, pero es igual de impiadoso ante una falla de ejecución. Este pibe tocó su pieza con certeza, seguridad y tino. Unos días después lo encontré en la estación Independencia, improvisando clásicos de rock con el guitarrista que mencioné. Y en el túnel que conecta la estación Carlos Pellegrini del subte B con la galería comercial que cruza Avenida Nueve de Julio suele haber un hombre que, tirado en el piso, canta con sus hijos canciones folklóricas. Los chicos cantan en una forma que señala claramente un aprendizaje, un entrenamiento de la voz. No sé si es una técnica muy refinada, pero es la impostación propia de nuestros folkloristas y, sin dudas, algo que les fue enseñado. Sus vocecitas llenan con un volumen resonante el pasadizo. Suelo dejarles unos pesos también. Y pienso en la generosidad de ese padre que les enseña a sus hijos el oficio que mejor conoce. Ahora bien, tiendo a ser también un poco cínico. En el Roca que va a La Plata suele subirse un pibe con una guitarra desvencijada que canta como arrugando la voz en la garganta, en un timbre que busca imitar a Joan Manuel Serrat. Tiene un repertorio de... dos canciones: la de Serrat del camino que se hace al andar y una de Víctor Heredia. Entra al vagón y saluda al vacío con una reverencia, levanta una mano y agradece a un público que no es el pasaje, uno que está un poco más acá o un poco más allá, pero no dentro del vagón. Nunca canta una canción completa. Toca, a duras penas, un par de estrofas, se interrumpe y repite su pantomima del artista que agradece. Se vé que no tiene todos los patitos en fila y eso hace que algún pasajero, las viejas por lo general, le tire unas monedas. Para mí es un ladri.)

Música de N dimensiones

Introducción a la apreciación musical II

Hay música de N dimensiones. Digamos, repitamos, aquello de que la música es el arte de combinar los sonidos. Precisemos un poco este por demás insatisfactorio resumen. La música es un arte complejo donde el artista tiene a su disposición un número altísimo de variables sobre las que puede incidir.

Para empezar, en el contraste entre el sonido y el silencio, en lo que media entre un sonido apenas perceptible y otro atronador, hay todo un arco de posibilidades que determinan algo que se conoce como "dinámica".

Tomada la opción por el sonido, un curioso fenómeno acústico le permitirá diferenciar algo que se conoce como altura, es decir, establecer si un sonido, además de fuerte o suave, es mas bien agudo o mas bien grave. También verá que hay sonidos donde esta diferenciación es irrelevante; para decirlo mal y pronto, no tienen altura.

Como sea, los sonidos en los que se aprecia una altura y los sonidos en los que no se aprecia pueden organizarse secuencialmente en el tiempo, constituyendo melodías y ritmos.

Pero a la vez, esos sonidos pueden organizarse según ocurren simultáneamente. Cuando esa combinación afecta a los sonidos con altura, hablamos de armonía. Cuando usted combina armonía y melodía, puede encontrarse haciendo voces. A ver si se lo explico: usted puede hacer que un instrumento realice sonidos de diferentes alturas organizados secuencialmente en el tiempo. Eso es una melodía. Al mismo tiempo, otro instrumento puede hacer esas mismas "figuras", pero tocando otras notas (es decir, produciendo al mismo tiempo sonidos de diferentes alturas).

Hay instrumentos que, por su diseño, son capaces de producir más de una nota simultáneamente. El piano es el ejemplo evidente. Entre los instrumentos polifónicos (capaces de producir varias voces), están el bajo y el acordeón.

Por diseño, existen otros instrumentos que, en principio, son monofónicos: sólo pueden producir un único sonido por vez.

Pero esto no frustra a un músico. Se pueden combinar varios instrumentos monofónicos para crear un ensamble. Varios saxos, por ejemplo. O un par de saxos, una flauta y un clarinete.

Entonces acá podemos tomar nota de otra variable: el timbre. Es curioso, pero el timbre también es un fenómeno que surge de la relación entre el sonido y el silencio. El timbre es la cualidad del sonido que le permite a usted, por muy obstruidos que tenga sus canales auditivos, diferenciar un saxo de una flauta.

Pero cuando usted decide hacer sonar juntos un saxo y una flauta, no sólo expande una melodía en varias voces, no sólo crea acordes, sino que también combina timbres.

Por las mismas propiedades físicas del sonido por las que un instrumento tiene un timbre característico (y es maravilloso: la música es esa cosa intangible que surge de un muy estudiado conjunto de fenómenos físicos; y hay los que creen que el alma no existe), decíamos, cuando usted combina varios timbres se produce un fenómeno vistoso por el cual usted escucha un nuevo timbre, distinto de aquellos que lo componen.

Lo admirable es que este principio de que el todo resulta distinto de las partes también se aplica a los ritmos. Fíjese que usted puede poner a un instrumento, una batería, por ejemplo, o las palmas, o unas tumbadoras, a hacer cada uno un patrón rítmico distínto. Intuitivamente, el que más y el que menos sabe que hablamos de "ritmo" cuando algo se repite.

Algo que se repite tiene una determinada duración: un metro. Cada N cantidades de una determinada unidad, el patrón comienza de nuevo. Como la semana, por ejemplo. O las estaciones. Usted puede hacer que varios instrumentos repitan figuras diferentes pero de un mismo metro. Es decir, que vuelven a empezar juntos. O puede combinar patrones de diferente longitud. Acá nos alejamos de lo intuitivo. Le propongo un ejercicio. Tiene que encontrar para ello un amigo igual de desocupado que usted y dispuesto a un experimento musical. Usted cuente hasta tres. Uno, dos, tres, uno dos tres, uno dos tres. Eso es un patrón. Y comienza de nuevo cada vez que usted llega a tres. Digamos que dura 3. Tres qué no importa ahora. A los fines del ejercicio, haga palmas cada vez que dice "uno" y cada vez que dice "tres". Ahora viene la colaboración de su amigo. Él deberá contar hasta cuatro y batir palmas cuando dice "dos" y cuando dice "cuatro".

Para que el ejercicio funcione, deben contar a la misma velocidad. Y fíjese que usted y su amigo pueden decidir contar sus palmas más lento o más rápido, pueden apurarse o aletargarse. Puden seguir la velocidad de su corazón o el de la respiración. Tienen que acordar un tempo.

Si logran mantener la coordinación el tiempo suficiente, descubrirán que, entre los dos, están haciendo un patrón que es diferente a sus partes y que se repite cada 12 no importa qué. Como decíamos de los timbres, la combinación da lugar a otra cosa. En este caso, se llama polirritmia. Una demostración apabullante de eso puede encontrarla en esta pieza de King Crimson.

¿Y sabe usted una cosa? Esa misma simple y maravillosa idea de combinar elementos distintos para obtener algo diferente también funciona con los sonidos armónicos, aquellos que tienen altura, como los del piano o de la flauta. Cuando esos instrumentos producen sonidos simultáneos, crean acordes. Quédese usted tranquilo, no me voy a extender con ejercicios para que pruebe la idea, pero un músico puede hacer que una flauta, un saxo y un clarinete hagan una melodía distribuida en varias voces, lo que da lugar a variados acordes que se suceden en el tiempo, mientras un piano, él solito que no es poco, hace otros acordes.

Ya lo puede adivinar: el resultado es un acorde distinto a los acordes que lo integran. Y creo que no lo sorprendo si le digo que, por si fuera poco, esos acordes, en la medida que se suceden en el tiempo, establecen entre sí relaciones que se llaman progresiones y cadencias.

¿Se va haciendo una idea de por qué digo que hay música de N dimensiones? La cuestión es que usted puede hacer todo esto al mismo tiempo. ¿Se imagina? Usted puede hacer que un grupo de cantantes hagan una melodía que se combina con otra que hace otro grupo. Cuando las notas de cada una de esas melodías suenan simultáneamente, crean acordes que se mezclan con los que crean las melodías que toca un ensamble de vientos. Al mismo tiempo que eso hace aparecer y desaparecer variados y novedosos timbres, se enlaza rítmicamente con las figuras que toca el bajo que, apoyado en la batería, se conecta con otros instrumentos de percusión, creando un patrón rítmico distinto a la simple suma de sus partes.

Y piense una cosa más: ¿se acuerda de usted y su amigo intentando mantenerse coordinados? Vea qué maravilloso: para que la cosa funcione, los músicos se tienen que poner de acuerdo, tocar coordinadamente: se llama concertar, y no sabe el laburo que es eso. Laburo humano, digo, de relaciones sociales. Pero bueno, a la hora de concertar, usted puede poner el énfasis en el trabajo del equipo o dar espacio para que alguna individualidad se destaque. Cuando una individualidad se destaca, tenemos lo que se llama un solista. Hay músicas que otorgan este privilegio a unos pocos y escogidos instrumentos. En otras, del jazz para acá, podríamos decir que todos los instrumentos han sido dignificados y han cobrado cualidad solista.

De esto se sigue que usted puede operar sobre todas las variables que venimos describiendo y, además, alternar trabajo de equipo con despliegues solistas de muchos y variados instrumentos. Entonces, a todo lo que hemos mencionado, se pueden sumar artilugios y maniobras propias de cada instrumento para enriquecer los timbres, jugar con la dinámica, manipular la expresión.

No lo crea: a pesar de lo fatigoso de mi explicación, la música de N dimensiones produce placer. Y alegría, a juzgar por las expresiones de las personas que la ejecutan. Es que, a todo esto que venimos intentando desesperadamente poner en palabras, resulta habitualmente conveniente agregarle una buena actitud. En este blog no nos cansaremos jamás de repetirlo: el humor pertenece a la música.

No se crea que todo esto es muy frecuente. Si bien, en sentido estricto toda música tiene N dimensiones, no todas las músicas otorgan la misma importancia a todas estas variables.

Fíjese el punk: es casi exclusivamente actitud. En compensación, piense, si es que le aburre escuchar, en esa cosa a la que frecuentemente se le llama "música clásica" y a la que, sin ánimo de ofender, ni le fú ni le fá la actitud. O vea la balada, que no se hace mayor mala sangre por ninguna otra cosa que no sea la melodía. Y al contrario, vuelva, si ya fue, al ejemplo de King Crimson que le pasé más arriba y note que no hay ahí nada que podríamos llamar de buena fe una "melodía".

Pero a veces pasa que uno encuentra un grupo de gente que le mete palo a todas las dimensiones que componen una música, que se las toman a todas como objeto para una intervención, una decisión creativa. Y cuando digo todas, digo todas. Entonces la música es como la arquitectura más audaz, esa que hace catedrales insólitas: curvas, catenarias, planos, puntos de apoyo, cúpulas, fuerzas, tensiones, resistencias, arcos, pendientes, rampas... para que, como en la Sagrada Familia de Gaudí, todo caiga hacia arriba.

Entonces usted asiste a un pase de magia, admira mesméricamente los millares de reflejos de una joya infinitamente facetada.

Usted tiene ante sí a la Banda Hermética.

I am not frightened of dying...

A la memoria de Puck,
que le gustaban estas historias.

De Clare no es mucho lo que hemos podido averiguar, al menos no es mucho lo que de ella registra Google. Que fue cantante, músico de sesión (en el escalafón de los músicos, un operario fino y sofisticado). Que ha trabajado para grandes y reconocidos artistas y que ha cantado jingles. Pero Clare parece un espectro de existencia manifiesta y rastros esquivos. Un par de fotos imprecisas, repetidas fractalmente, una biografía escueta y un reportaje del año 2009, aparentemente. Nació en Inglaterra, sabemos. Una página en Allmusic.com da cuenta de su existencia, pero no aporta fecha ni lugar preciso de nacimiento. La discografía apunta un único álbum, mencionado y referido en cada lugar de la red donde de ella se hable y del que sólo encontramos una fuente en la mula. Aún no lo escuchamos, y no estamos seguros de querer hacerlo. Como sea, Google también permite dar fe de que toda pesquisa sobre ella comienza en un mismo lugar: la discreta ficha técnica en el sobre interno de un famoso disco de rock, donde su nombre figura como vocalista de soporte. Podemos llegar a averiguar que por ese trabajo cobró 30 libras, y porque le tocó hacerlo en domingo, que se paga doble. Que era empleada de EMI. Que hizo un juicio y que no llegó a ganarlo, porque arregló antes. Logró lo que quería: su nombre aparece ahora junto al del compositor de aquella canción por la que cobró 30 libras. La había improvisado, en tres horas, parece (tres horas de un domingo). "Pensá en la muerte", dicen que le dijeron. Y esa fue la única indicación. O casi, porque cuando empezó a improvisar unas palabras, le dieron otra: "no, no queremos palabras". Eso fue todo, una intuición acerca de la inefabilidad de la muerte. Todo lo demás le es atribuible. Clare cantó, creó en esas tres horas una melodía bella y plasmó una interpretación escalofriante, una de esas cosas que nos hacen preguntarnos si realmente todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Esa sola canción le bastará para presentarse ante la diestra del señor, si es que esa chance nos queda, y no es poco.

Ella es Clare Torry. Ella ha puesto el soundtrack con que desearé comenzar mi gran baile en el cielo.


Las fuerzas sutiles

"...el silencio llega hasta
nosotros como una voz..."

Juan José Saer, desde
una anotación de Vero


A ver, sigamos. Detengámonos en el diapasón. Quizás hayamos notado que es un artefacto que produce una vibración de tan baja intensidad que resulta prácticamente inaudible.

Repasemos. Para ponerlo a vibrar, es costumbre entre los músicos golpear el diapasón contra una rodilla. Escuchemos. Para que esto sea posible, es necesario apoyar el artefacto contra alguna caja de resonancia, como por ejemplo el cuerpo de una guitarra, la tapa de un piano.

Observemos. La escena más conmovedora la ofrecen los cantantes: carentes de otra caja de resonancia, se apoyan el diapasón contra el hueso de la mandíbula, ahí donde se articula con el cráneo, muy cerca del orificio del oído. ¿Lo notamos? El tímido diapasón resuena en toda su cabeza, permitiéndoles oir, desde adentro, un sonido delicado e improbable...

Sin embargo...

....el silencio no es insignificante, un vacío, una pura negatividad, la ausencia del ser. No sé si ustedes lo saben, pero, en la notación musical, el silencio se escribe y, como todo signo, adquiere valor en su relación con los demás signos. Es decir: el silencio no es la falta de alguna cosa sino la ejecución deliberada y precisa de otra más; en la jerga musical, cuando un instrumento calla, toca silencio.

El silencio es palpable.

No puedo evitarlo: desconfío de los que reaccionan ruidosamente ante una invitación a bajar la voz. Y no logro pensar que alguien sea cabalmente dueño de sus palabras si no es, a la vez y en el mismo acto, amo de sus silencios.

Bam

Y fue entonces que se oyó en la noche un estallido o un disparo o no sabemos qué. Sonó fuerte y claro, aunque a lo lejos, y nos despertó. Después, nada. Lo siniestro de esos ruidos en la noche, estallidos o disparos, no sabemos qué, es el silencio que les sigue. Si al menos alguien gritara, si al menos alguien corriera, si alguien se riera a carcajadas. Pero, en los baldíos que orillan el arroyo, brotan de la nada estos estallidos, sin anuncios, y después, otra vez, la luna y los eucaliptos. Ni los perros hinchapelotas ladran. Nos quedamos en la cama, entredormidos, esperando una señal. No sabíamos si alguien había sido asesinado, si alguien se había suicidado, si había reventado una garrafa o si explotaban petardos en la fiesta más grande del mundo. "Fue un tiro", murmuré. Un tiro único y suficiente. La duermevela no puede prolongarse demasiado. Pasado un rato, ella a mi lado se ha dormido. El silencio de la noche es rotundo y límpido. Al rato, me duermo yo.
Puck Robin Goodfellow wrote:
"...pienso en todas las versiones que Miles
pudo haber producido de 'Limbo'
durante sus distintas etapas,
y, ya que estamos en envión,
cada uno de esos días
en que las manos le picaban tanto..."


...me pican las manos, reina, me pican. El escozor empieza en las muñecas, ¿sabés? Digo las muñecas por decir, porque me gusta la palabra "muñeca", porque ese nudo del cuerpo parece un buen lugar para que algo empiece, y porque decir que me empieza en el alma sería muy cursi... Nunca digas que una vez te dije que la picazón me empezaba en el alma, please... qué sé yo qué será el alma. Me pican las manos, es eso. Mirá como se me ponen. ¿No lo notás? Claro, no me brotan puntitos rojos ni la piel se me pone bordó, pero fijate, queman, ¿no lo notás? las manos calientes... tocame... viene de adentro... ¿acaso puede uno rascarse el lado de adentro de las palmas? Es insoportable, ayudame, agarrame las manos, apretalas fuerte. Cantá una canción, reina, un rato. Esa que te sale tan hermosa, así, sonriendo, como Ella. Eso me calma. Un rato, pero vuelve. De chico, me picaban las manos y me daba por rascarme con un palito o una ramita. Pero eso no sirve, porque mientras te rascás una mano te pica la otra, una tortura. Un día ví a mi viejo hacerse un emplasto con aceite y azúcar, después de terminar de arreglar no sé qué cosa del auto. Lo hacía para sacarse los restos de grasa. "Me pule la piel", decía, cosas de mi viejo. Pero un día que la picazón era espantosa se me ocurrió probar. Te ponés una cucharada de azucar en la palma, le hechás un chorrito de aceite y frotás una mano con la otra, como lavándote. ¿Sabías que el azúcar no se diluye en el aceite? Se hace como una pasta de pulir y te raspa la piel sin lastimar. Me dió alivio. Un rato. Todavía lo hago, cuando la picazón me enloquece. O me pongo un disco de Miles. Uno lo escucha y parece fácil eso de tocar sin vibrato, soplar adentro de un tubo de metal y sacar un sonido liso, parejo, imperturbado. Fijate. ¿Escuchás el esfuerzo? Yo lo escucho, es como si el tipo intentara rascarse las palmas por el lado de adentro. Rascar el alma.

Qué se yo qué será el alma.

...these days, he also wrote this.


En el principio fue la voz

¿Para qué suponer que en el principio fue el verbo? Antes que él, ahí, más cerca del cuerpo, vibración y trémolo, está la voz. Aún antes de que las palabras hagan la luz.

La voz antecede al mundo.

Y cuando el diafragma se tensa y el abdomen conoce el temblor, allí, en el fondo oscuro, algo preña las ondas, algo, mi dulce hermana del alma, traiciona la mano que en un puño pretende aferrar eso que se le regala al aire.

En el principio fue la voz. Después vino todo lo demás. Después todo vendrá.

Autopista La Plata - Buenos Aires II

Zanfonía. Un caja de resonancia, un rueda que gira accionada mediante una manivela, y unas cuerdas. Frotadas. El principio es el mismo que hace que las patas del grillo y las alas de la cigarra vibren. Como en una viola, las notas nacen de la frotación. Así, el sonido que quiero describir, intuyo, adivino, porque lo escucho sin poder ver qué es lo que lo produce, surge de una frotación, aunque, a diferencia del que emite una viola, que implica el movimiento de una lanzadera, este tiene el largo aliento del sinfín de una rueda, como la de la zanfonía. Ahora dejo de pensar en grillos, cigarras y violas e imagino el canto de las ballenas. Se me figura un sonido casi de ultratumba, algo que proviene de una copiosa inmaterialidad. El sonido que describo tiene esa abisalidad, obtiene su cualidad mohosa de las capas y capas de agua que encubren a las ballenas. O de la arcaica antigüedad que desde el pasado sumerge a las zanfonías. Esta vibración tiene esa cualidad mohosa. Sin embargo, es de frecuencia humana, en el registro de una mezzosoprano o de un tenor. Por eso la viola y la rueda. Va y viene, de acuerdo con el vaivén del ambiente donde se produce, una ballena gigante, navegando la copiosa materialidad de la autopista, el micro. Apareciendo y desapareciendo sobre el ronroneo indiferenciado del motor y del viento, una serie de notas de ataque suave brotan de algún eje o de alguna rueda, frotación sostenida, y se combinan en acordes imprevisibles, dos notas, tres notas, una melodía automática y caprichosa. Este micro canta.

Ondas

"Un éxodo en cada lóbulo puerta..."
Kaco, Valijas de forma rara


Allí está mi voz. La conozco. Como que es mía, ¿no?. Y, sin embargo, por estos días se me ha perdido, o algo así. Curiosa forma de enmudecimiento esta en la cual la voz puede ser todavía el movimiento del aire o la organización de minúsculos puntos en una pantalla, pero no ser la propia voz, sino una especie de resonador de otros sonidos, como los vidrios que vibran con las bocinas y los taladros neumáticos.

¿Qué hacer cuando la propia voz se pierde? Algo como cerrar los oídos, se me ocurre, porque, en la extraordinaria capacidad de entrar por ahí que tienen las otras voces, arrastran, cual onda portadora que la física ha descrito y la radiofonía explotado, la voz que en ese lugar, en ese caprichoso recortarse del cosmos que llamamos interioridad o incluso Yo, tiene la vocación, frágil, de ser una voz.

"Al modular una señal desplazamos su contenido espectral..."
de la definición de "onda portadora"
en donde ustedes ya se imaginan.

Allí está mi voz, y sin embargo, no la escucho. Se adelgaza, enflaquece y ahora parece una lámina, una superficie. Ahí está: eso que tiene la vocación de ser una voz, se convierte en un tímpano...

"...un ejercicio de la apertura, de la disponibilidad.
Hacer callar al hablador de adentro."
Daniel Freidemberg, en Kapput