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Silencio

No voy a decir la pavada de que el silencio sea algo malo porque para silencio el de los cementerios. El silencio es la parte, me parece a mí, más importante de la música.

Por eso, porque este blog está en silencio desde hace bastante (y eso no es ni malo ni bueno: simplemente es), encuentro ahora un motivo para tomar la palabra: desde hace unos días, Blogspot decidió imponer el silencio a Toy Enojau.

Toy Enojau ha hecho un gran, enorme, valiosísimo aporte a la cultura, a romper la idea de que sólo valen los blockbusters, de que música es Lady Gaga.

Como sabemos en la pampa, siempre llega un momento para ir con la música a otra parte.

Y allí, ser libres de elegir, si queremos, y sólo si queremos, el silencio.

Falsarios filisteos!!!

Faulkner, escribiendo cuentos, es así: se pasa párrafos describiendo acciones más o menos triviales y morosas (un tipo que vuelve de la siega, caminando por el campo, subiendo y bajando colinas, olfateando las mujeres que le cruzan el paso, mirando el movimiento del sol y el lento y rural paso del tiempo) y cuando tu paladar de ritmo urbano está a  punto de decir "come on, William", te descerraja un tiro como este:

"El hombre puede falsificarlo todo salvo el silencio. Y en aquel silencio conoció el miedo".

Tomá pa' vos.

Se vuelve un buen momento para apagar la música, enfrentar el silencio y seguir leyendo.

Las fuerzas sutiles

"...el silencio llega hasta
nosotros como una voz..."

Juan José Saer, desde
una anotación de Vero


A ver, sigamos. Detengámonos en el diapasón. Quizás hayamos notado que es un artefacto que produce una vibración de tan baja intensidad que resulta prácticamente inaudible.

Repasemos. Para ponerlo a vibrar, es costumbre entre los músicos golpear el diapasón contra una rodilla. Escuchemos. Para que esto sea posible, es necesario apoyar el artefacto contra alguna caja de resonancia, como por ejemplo el cuerpo de una guitarra, la tapa de un piano.

Observemos. La escena más conmovedora la ofrecen los cantantes: carentes de otra caja de resonancia, se apoyan el diapasón contra el hueso de la mandíbula, ahí donde se articula con el cráneo, muy cerca del orificio del oído. ¿Lo notamos? El tímido diapasón resuena en toda su cabeza, permitiéndoles oir, desde adentro, un sonido delicado e improbable...

Atenuación y énfasis

Imagine un zumbido más o menos indefinido (y disculpe usted este comienzo tan inexacto: "imagine un zumbido"; pero aproveche para notar que, si bien nuestro idioma tiene un verbo para la acción de representarse una imagen en la mente, carece de uno para la de representarse así un sonido). Repito: imagine un zumbido más o menos indefinido. Puede ser eso que se llama "el rumor del viento" o "el ruido del mar". Son los sonidos que se me ocurren ahora más próximos a algo que técnicamente se llama "ruido blanco". Es curioso: recibe ese nombre por analogía con la luz blanca, y fíjese que tenemos aquí, otra vez, una sinestesia. Como la luz blanca es el resultado de la combinación de todas las frecuencias en que ondula la luz, se le da el nombre de "blanco" a aquel ruido en el que se presentan indiferenciadas todas las frecuencias en que ondula el sonido. Y ahí está la naturaleza del rumor del viento, del ruido del mar: todos los sonidos que los componen tienen más o menos la misma intensidad y son, en consecuencia, indiferenciables. Imagine ahora que mediante algún artificio cuya mecánica no nos interesa (y no estaría mal suponer un arte de magia), usted pudiera enfatizar algunas frecuencias y atenuar otras, haciendo que sea posible diferenciarlas. Ninguna de ellas habría desaparecido, pero se habrían colocado en alguna relación peculiar y se habrían combinado para hacer audible un fenómeno que merece por fin un nombre netamente acústico: el timbre. Timbre es el nombre que recibe la peculiar forma en que se organizan un conjunto dado de sonidos de diferentes frecuencias, que en ese caso reciben el nombre de "armónicos" (y note que es recién al hablar de timbres que nuestro idioma empieza a tener, para las cosas que se perciben con los oídos, nombres de los que hemos logrado olvidar su naturaleza de metáforas). Se trata en suma de lo que le permite a usted decir "es el viento que trae la voz de mi padre", "esto es el sonido de mis pasos sobre el asfalto", "esto es el tamborileo de mis dedos sobre el plástico negro del teclado", "ese es el ruido de unos cristales que se rompen", "aquél es el llanto de mi hija", "eso que surge del mar es el canto de las ballenas". Inspirada por el canto de las ballenas, su magia puede devenir selectiva y lograr que se destaquen ciertos armónicos que guardan entre sí relaciones curiosas que la matemática ha sabido describir. A partir de ese momento, le será posible apreciar una propiedad del sonido que se llama "altura" (y hago otro inciso para anotar la esquiva naturaleza del sonido, que a la primera de cambios vuelve a resistirse a ser nombrado sino a través de notorias metáforas). Estas alturas corresponden a eso que, si le tocó sufrir una clase de solfeo en la escuela, quizás recuerde que recibe nombres como "do", "fa" o "si bemol". Como vé, lo que está usted haciendo mediante arte de magia es hacer surgir el orden a partir del caos. Si usted lograra atenuar al máximo todos los armónicos menos uno, habría logrado una nota pura: el sonido más parecido a eso lo produce el artefacto llamado diapasón. Si sigue ese camino, logrará atenuar todas las frecuencias hasta colocarlas por debajo de su capacidad de percibirlas.

Habría creado usted el silencio.

Lo interesante es que tanto la nota pura, sin armónicos, como el silencio absoluto constituyen dos manifestaciones de una misma improbabilidad: el silencio es un fenómeno estadísticamente tan improbable como la nota pura. Para que hayan tanto notas puras como silencios es necesario un trabajo que contrarreste la tendencia hacia ese estado de máxima desorganización en el que todos los armónicos posibles suenan más o menos por igual, el ruido blanco.

El silencio, entonces, es una de las formas en que luchamos contra la entropía.

Despacio. También. Podés hallar la luna

Me hizo acordar Inx y viene a cuento. Vayan por allá y escuchen a Spinetta. La canción empieza con una sencilla introducción de guitarra, mientras cantante, bajo y batería tocan silencio. Cuando Spinetta exponga la parte cantabile, no se distraigan con las palabras. No nos importa ahora si las horas suben, bajan o si concluyen en algo. A lo sumo, usen las palabras como referencia. Escuchen: en el preciso momento en que el cantante dice "porque es entonces cuando las horas...", ahí, la guitarra hace un ínfimo silencio, quizás ni siquiera un silencio, tal vez sólo una interrupción del legato, una apnea, una nota picada que da paso al macizo unísono en que se apoya la frase "bajan, y el día es vidrio sin sol".

Cerati escuchó ese mismo ínfimo silencio y decidió, me gusta imaginar, que sería el centro de su versión. Dividió la canción en dos partes, bien contrastadas. La primera, despojada, casi vacía, es una cita todo lo textual posible donde cantante y guitarra comienzan la estrofa mientras el resto del ensamble toca silencio. Pero luego de dar fe de la misma minúscula apnea que imaginó Spinetta, el estribillo se atraviesa como una pared de sonido, pleno, cargado de guitarras que tocan larguísimas notas ligadas. Ese clima se sostiene incluso en la estrofa siguiente hasta que Cerati canta "cuando en tus ojos no importa si las horas..." y afirma "a Spinetta yo lo escucho así": un abrupto tijeretazo corta esa superficie pletórica, ese sonido denso y rico, para hacer surgir, fuerte y claro, diáfano, imponente y fugaz, un minúsculo silencio.


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Sin embargo...

....el silencio no es insignificante, un vacío, una pura negatividad, la ausencia del ser. No sé si ustedes lo saben, pero, en la notación musical, el silencio se escribe y, como todo signo, adquiere valor en su relación con los demás signos. Es decir: el silencio no es la falta de alguna cosa sino la ejecución deliberada y precisa de otra más; en la jerga musical, cuando un instrumento calla, toca silencio.

El silencio es palpable.

No puedo evitarlo: desconfío de los que reaccionan ruidosamente ante una invitación a bajar la voz. Y no logro pensar que alguien sea cabalmente dueño de sus palabras si no es, a la vez y en el mismo acto, amo de sus silencios.

De las muchas maneras de llamar a silencio

La crónica señala que el ámbito era el aula de una facultad de periodismo. La crónica dice que un titular de cátedra se había tomado muy a pecho su papel y había dado una clase magistral, magistral por su género más que por sus méritos. El tipo habló una hora y media mientras el alumnado bostezaba y buscaba forma de acomodarse en los bancos.

Al terminar su sesuda alocución, juzgó llegado el momento de acabar con la comunicación de una sola vía, se cruzó de brazos, ahí donde estaba, de pie frente a su auditorio y dijo: "Ahora, debatan".

Los recursos para mandar a callar son muchos y variados y no siempre son los que un convencionalismo reflejo nos acostumbra a identificar.

El silencio de la sala fue formidable.