La lluvia era nuestro castigo. A las que normalmente nos portábamos mal, nos obligaban a bajar al patio en mangas de camisa, y sentarnos sobre la arena hasta que la tormenta amainara, en silencio, bajo la constante mirada de un paraguas sostenido por el odio, sin poder hablar. Después pasábamos el resto del día empapadas, y cuando llegábamos a casa, lo único que queríamos era desaparecer entre las sábanas, lejos de la mirada de nuestras madres, y que nos dejaran en paz.
Aquel maldito colegio religioso
La lluvia era nuestro castigo. A las que normalmente nos portábamos mal, nos obligaban a bajar al patio en mangas de camisa, y sentarnos sobre la arena hasta que la tormenta amainara, en silencio, bajo la constante mirada de un paraguas sostenido por el odio, sin poder hablar. Después pasábamos el resto del día empapadas, y cuando llegábamos a casa, lo único que queríamos era desaparecer entre las sábanas, lejos de la mirada de nuestras madres, y que nos dejaran en paz.