Estudio No. 1 en sol menor y en tres movimientos, para soprano y barítono

"...quiero morder
el tallo de su rosa..."

El primer día, se quedó mirándome a los ojos, fascinada, y sonrió, como sonríen las mujeres cuando quieren hacerte pensar que, tal vez, te han elegido. Pero fue por sus labios del color de las rosas que crecen río abajo, rojas como si estuvieran a punto de reventar de sangre, salvajes, que supe que era ella. Tocó a mi puerta un día y me atreví a dejarlo pasar. Sin buscarlo, me encontré de pronto sumergida en el refugio de su abrazo mientras permitía que con mano segura secara mis lágrimas: decidí que sería mi primer hombre. Al otro día, vino con una solitaria rosa roja y me la ofreció a cambio de mis penas y de todos los fantasmas sin nombre ni rostro que me habitaban en lugar de otros cuerpos, otros rostros, otros nombres. Me preguntó si lo acompañaría a conocer el lugar donde crecen las rosas silvestres y apenas atiné a asentir tímidamente con la cabeza. El segundo día, le llevé una flor; era más hermosa que cualquier mujer que hubiera visto. Entonces, le pregunté si conocía el lugar donde crecen libres las dulces rosas silvestres. Al tercer día fuimos al río. Me enseñó las rosas y nos besamos. Después ya no sé: lo último que escuché fue un susurro; él estaba arrodillado sobre mi, con una piedra en la mano. El último día, la llevé al lugar junto al río donde crecen las rosas silvestres. Se recostó en la orilla (el viento tenía el brillo que pudiera tener un ladrón que triunfa en la noche). No le negué un beso de despedida: toda belleza debe acabar, murmuré. Después, planté una rosa entre sus dientes....