...cerca de la puerta de Tanhäuser

En Mundo Marino, con mi hijo, hace meses. Es el espectáculo de la orca. Anuncian la prueba central, el momento que todos fuimos a ver. El bicho va a pegar un salto de más de cuatro metros y va a sacar todo su cuerpo fuera del agua. Recibe la orden (y mi niño me agarra fuerte el brazo). Se sumerge. No sabemos qué profundidad tiene la pileta, pero la voz que habita los parlantes aclara que el animal debe hundirse todo lo posible. Tarda en volver a salir. De pronto, una onda enorme se despliega sobre la superficie, desde el centro, algo descomunal mueve la masa líquida hacia afuera y hacia arriba. Se abre un vacío bíblico en medio del agua mientras los márgenes se elevan hasta desbordar. Entonces, la orca cumple su número, aparece y se descubre, toca con la nariz la bola-señuelo que le han colgado sobre el estanque y vuelve a caer, estallando la superficie. La tribuna aplaude (a rabiar, como se dice).

La pobre orca es impactante, sí. Mi niño y yo nos abrazamos, sobrecogidos.

Pero esa anacrusa que anticipa el salto, ese momento en que el agua se perturba con violencia, manifestación visible del esfuerzo y del impulso, es una de las imágenes de potencia no humana más vívidas que he presenciado.

Otra, es la del mar hechando espuma por la boca, justo antes de un temporal, mientras se acumula el viento. Ahora que lo pienso, dos anacrusas.

Listo, lo he narrado. ¿Y? Algunas de esas pueriles imágenes que, ya saben, se perderán en el tiempo como blah, blah, blah...

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