De travesías y viajes


Nunca sales indemne de un viaje. En el peor de los casos recordarás una pésima experiencia, un robo, un accidente. En el más anodino de todos, tendrás un vago recuerdo al regresar a lo normal, a lo típico. Y entre esas posibilidades extremas, una variedad infinita de sentimientos y aprendizajes. Eres casi el mismo, pero ya no eres igual. Algo cambia en tu interior.

Pero además de ser un recorrido físico, no importa por cuanta gente estés rodeada durante la travesía, un viaje siempre es una experiencia en solitario. Es un camino que recorres tú, que llevas a cuestas todo un bagaje de historias, recuerdos y pensamientos que no los conoce nadie más. Y a lo largo del tramo irás dejando y recogiendo inquietudes y recuerdos. Y cambiarán tus perspectivas y prioridades. Y llegarás a la meta, tal vez mejor o tal vez peor de como comenzaste, pero nunca igual.

Dar el primer paso fuera de lo seguro, de lo estable, despliega a tus pies una vasta alfombra que puedes recorrer a gusto, en innumerables direcciones. Viajar es vivir. Es aprender y conocer mientras vas devorando caminos. Es asomarte a otras realidades, a otros paisajes. Y es plantearte millones de interrogantes, y sorprenderte de la adaptabilidad humana. Y recordar que somos sólo una especie más, nimia e intrascendente en la grandeza del universo.

Es parar durante un instante la travesía en medio de la nada y contemplar el cielo plagado de estrellas, sin que las luces humanas les quiten magnificencia y brillo.

Te da la posibilidad de hacer balances entre lo que vas conociendo o reconociendo y tu propia realidad cotidiana. Te recuerda que hay rutinas de vida tan disímiles a la tuya, que tal vez te parecen imposibles.

Y tus ojos absorben en fracciones de segundo vistas irrepetibles. Grandes panoramas, imponentes paisajes. Un esquivo nevado que se despeja por segundos. Minúsculas muestras de vida en las condiciones más adversas. Una pequeña flor en un pedregal del páramo. Engañosas siluetas en una madrugada bañada por la neblina.

Y algo adentro tuyo se llena un poco. El nómada que llevamos impreso en nuestro código genético se aplaca por un poco; pero se revuelve intranquilo con esa prueba de libertad, de movimiento, de camino. Y cuando regresas a puerto, sabes que no puedes estar en dique seco por siempre. Algo adentro tuyo te llama a volver a la marcha. A rodar la vida.