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Si hay una película que un fanático del Rock no puede dejar de ver -y de cuando en cuando volver a ver- esa es Almost Famous... aunque también School of Rock (2003) y Rock Star (2001) son un deber.

Pero que es que Casi Famosos es una de la saga "Cameron Croweniana" y ya sabemos que este director es garantía de una especial sensibilidad musical rockera. Mal que mal es periodista rock, esposo de rockera y compadre de toda la fraternidad noventera de Seattle.

El protagonista de esta película, un enamorado de la música de grupos como Black Sabbath , Led Zeppelin, David Bowie y Lou Reed, es un joven superdotado y que gracias a (o por culpa de) su madre, profesora de universidad contraria a todo el movimiento de cambio que estaban realizando los jóvenes en ese momento, lleva varios cursos de adelanto respecto a su edad. La cosa es que consigue un puesto como reportero de la revista Rolling Stone. Su primer encargo consistirá en cubrir la gira del 73 de la banda Stillwater.


Con ésta, y toda la caravana de técnicos y fans del grupo, se embarcará en un viaje, no sólo hacia las principales ciudades del país, sino también hacia su madurez.

Cameron Crowe nos cuenta una historia con algo más de nostalgia romántica que lo debido ya que ese no era el despertar del rock en los Estados Unidos, más bien era el fin de un sueño y el comienzo de una decadente resaca -el dialogo del protagonista con Lester Bangs lo deja más que claro.


El joven que pide la oportunidad en la revista Rolling Stone y termina cubriendo una gira de un supuesto grupo es él mismo de pequeño y por tanto esta es su propia historia. Claro que está adaptada al cine, pero nombres y señales como las de Ben Fong-Torres, el periodista que le da el OK existe, Lester Bangs -el ícono del rock journalism- también y la gira que cubrió fue real también -nada menos que con los Allman Brothers.

A lo largo de las peripecias del periodista en ciernes y los Stillwaters, se desarrolla una inevitable comedia romántica, y una fantástica descripción del “modus vivendi” rockero. La música durante toda la película son precisos estiletes que se clavan en tus recuerdos, llevándote a acompañar el relato con tu propio sentir. Toda la película está cargada de anécdotas tomadas de la vida real. Cuando el guitarrista de Stillwater Russell Hammond pasado de LSD grita “I am a Golden God!”, es en referencia a la ocasión en que Robert Plant gritó lo mismo (sobrio) desde el balcón de un hotel en Nueva York. O cuando por problemas en un vuelo pensaron que el avión caería al vacío, fue cuando el mismo Crowe cubría una gira de The Who. El joven reportero lo llamaban “el enemigo” y no le tenían confianza, y es en alusión a que Allman Brothers pensaron que podía ser un policía infiltrado en su gira y le sacaron todas las cintas con la que grababa porque pensaban que los podían incriminar en algún caso de drogas.

Crowe nos presenta un mundo que conoce al dedillo y reflexiona sobre las grandezas y las miserias de los grupos de rock. Al final lo que queda es el arte, las grandes canciones que escuchamos una y otra vez. Los mitos son otra cosa porque detrás de ellos encontramos su propia constatación de la imposibilidad de escapar del sistema consumista que despreciaban, su condición de seres humanos egocéntricos que juegan con los sentimientos de las personas que les admiran, su alejamiento cada vez mayor del mundo que pretenden describir en sus melodías, y por encima de todo su incapacidad para asimilar con madurez y autenticidad la fama que les ha llegado de un día para otro.

En Almost Famous hay reales momentos de buen cine: por ejemplo la de la canción de Simon y Garfunkel, “América”- lamentable que a veces las distribuidoras Columbia no se molesten en subtitular las canciones, y también todas las que reflejan la relación entre el joven reportero y la entrañable Penny Lane – un gran descubrimiento el de Kate Hudson, nominada al Oscar, como mejor actriz secundaria.