Guilty

Me pregunto si la soledad favorece la escritura. No me refiero al hecho de estar solo para poder concentrarse y escribir. Pienso si no es el hecho de no tener con quién hablar el que, por lo menos a mí, ahora, me mueve a escribir. Así, la escritura sería como mi Viernes, o como la pelota Wilson de Chuck Nolan. Un lugar para un Otro indispensable.

Por ejemplo, no tengo a quién contarle, en este momento, que descubro esta mañana un mecanismo de culpabilidad que me perturba. Está relacionado con la comida. Anoche no tenía ganas de cocinar y me compré una pizza. Me la comí casi entera (dejé sólo una porción, lo cual constituye el primer gesto culposo). Ahora amanezco y encuentro que no me siento bien. Me siento hinchado, tengo acidez. Pienso en que estoy gordo y que no debí comer pizza.

Me pasó hace tres o cuatro días. Estaba en la oficina, era la hora del almuerzo y estaba más o menos apurado. Decidí ir a la pizzería del barrio. Pedí una porción de fugazzeta y una de fainá, para comer en la barra. Me encanta comer parado en la barra de una pizzería, mirando las noticias mudas en un televisor lejano. Ya esa tarde tuve la sensación de pesadez y de hinchazón. Pienso que son las levaduras. Que estoy gordo, bah. Y otra vez pensé “no debí”.

En estas dos circunstancias advierto el sentimiento de culpa. Pero son también aquellas en las que me di cuenta de que esto me pasa cada vez que como comida chatarra. Y eso me pasa bastante más seguido de lo que debería: no debería.

Entonces es así: como esta mañana y este encuentro son sueños, como en este sueño no tengo a quien contarle mis menudas angustias, escribo.