El sábado, casi de madrugada, me subí en Madrid a un autobús con un montón de desconocidos rumbo a Bilbao. Había dormido poco, algunos amigos me decían que si estaba loca, que qué se me había perdido a mí en una manifestación en favor de los presos políticos vascos, mientras que a otros los mantuve en la ignorancia por egoísmo o comodidad. Porque sabía que no lo entenderían jamás, y si cuanto más pasan los años, más lejos nos encontramos, esto podía provocar la brecha definitiva.
Estos amigos son de izquierdas, de esos que se echan a la calle para protestar en favor de Palestina, pero que de lo que ocurre en Euskal Herria no saben nada, y cualquier movilización allí les huele a terrorismo. La dispersión para ellos es aquello que les pasaba en la cabeza al entrar en una clase después de pasar demasiadas horas en la cafetería de la Facultad de Periodismo, y ya tendremos tiempo de hablar sobre el asunto.
La abuela de Alfon es la mujer de la derecha vestida de rosa. |
La carpa de Herrira, a la derecha. |
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Estas son las furgonetas que cada fin de semana se encargan de llevar a los familiares a visitar a los presos. Recorren cientos, miles de kilómetros, para que esas familiares puedan ver a sus seres queridos durante unos minutos a la semana.
Cada furgoneta llevaba un cartel con el nombre de la ciudad a la que se dirige y el número de kilómetros que recorre.
Y detrás de las furgonetas, cientos de familiares sostienen velas y pancartas contra la dispersión que sufren. Se trata del momento más emocionante de la manifestación, y a pesar de la lluvia que caía, miles y miles de personas les apoyaban, entre gritos de apoyo y lágrimas.
El ambiente que se vivía se puede ver mejor en los vídeos, que están bastante mal grabados porque la lluvia me empapaba la cámara y a veces me era imposible moverme, o continuar.
Proyección sobre un edificio en la Plaza Circular.