Zero Dark Thirty regalo de Hollywood al poder estadounidense


Muchos han señalado que la película de Kathryn Bigelow aprueba la tortura. Pero ¿por qué se ha hecho una película así ahora?
Slavoj Žižek Viernes 25 de enero 2013
He aquí cómo, en una carta al diario Los Angeles Times, Kathryn Bigelow ha justificado que la película Dark Zero Thirty muestre métodos de tortura utilizados por los agentes del gobierno para capturar y matar a Osama bin Laden:
“Aquellos de nosotros que trabajamos en el mundo del arte sabemos que mostrar no es avalar. Si lo fuera, no habría artista capaz de pintar prácticas inhumanas, ningún autor podría escribir acerca de ellas, y no habría cineasta que pudiera profundizar en los temas espinosos de nuestro tiempo.”
¿En serio? Uno no tiene por qué ser moralista o ingenuo acerca de las urgencias de la lucha contra los ataques terroristas, para pensar que torturar a un ser humano es en sí mismo algo tan profundamente aplastante que representarlo de forma neutral – es decir, que neutralizar esta dimensión aplastante – no es ya un tipo de respaldo.
Imagínense un documental que mostrara el Holocausto de manera tranquila y desinteresada como si se tratara de una gran operación logístico-industrial centrada en resolver problemas técnicos (transporte, eliminación de los cadáveres, evitar el pánico entre los prisioneros a ser gaseados). Tal película bien podría encarnar una fascinación profundamente inmoral con su tema, o la neutralidad obscena en la que se basa su estilo bastaría para generar consternación y horror en los espectadores. Y ¿dónde se encuentra Bigelow aquí?
Sin lugar a dudas, se encuentra en el lado de la normalización de la tortura. Cuando Maya, la heroína de la película, es testigo del denominado waterboarding por primera vez se sorprende un poco, pero rápidamente aprende lo que hace falta, y más tarde en la película chatajea con toda frialdad a un prisionero árabe de alto nivel: “si no hablas con nosotros, te libraremos a Israel”. De hecho, su persecución fanática de Bin Laden le ayuda a neutralizar escrúpulos morales ordinarios. Pero mucho más inquietante es su colega, un agente joven, barbudo de la CIA que domina perfectamente el arte de pasar con soltura de la tortura a la amabilidad una vez que la víctima ya está rota (encendiéndole un cigarillo, intercambiando bromas). Y hay algo profundamente perturbador en cómo, más tarde, se cambia de ser un torturador en pantalones vaqueros a un burócrata bien vestido de Washington. Esto es normalización en su estado más puro y más eficiente – el poco malestar que queda es más acerca de una sensibilidad herida que una cuestión (de) ética, pero el trabajo es el trabajo, algo que se debe hacer y punto. T es de este modo que tal toma de conciencia de la sensibilidad herida del torturador en tanto en cuanto costo humano (principal) de la tortura asegura, a su vez, que la película no sea propaganda barata de derechas – pues la complejidad psicológica se representa de tal modo que la gente liberal puede disfrutar de la película sin sentirse culpable. Esta es la razón por la cual Zero Dark Thirty es mucho peor que 24, donde al menos Jack Bauer se destroza por dentro al final de la serie.
El debate sobre si el llamado waterboarding es tortura o no debería abandonarse como tontería obvia que es – y sino ¿por qué es si no por causa del dolor y el miedo a la muerte que produce el waterboarding que habla hasta el más endurecido de entre los sodpechosos de terrorismo? La sustitución de la palabra “tortura” por “técnica de interrogatorio mejorado” es una extensión de la lógica de lo políticamente correcto: la violencia brutal practicada por el Estado se hace públicamente aceptable cuando se cambia el language.
La defensa más obscena de la película es la afirmación de que Bigelow rechaza el moralismo barato y tan sólo presenta sobriamente la realidad de la lucha anti-terrorista, planteando de paso preguntas difíciles que nos obligan a pensar (además, de que algunos críticos añadan que “deconstruye” clichés femeninos puesto que Maya no muestra ningún sentimentalismo y es dura y dedicada a su trabajo como cualquier hombre). Y sin embargo, con la tortura, no hay ni por qué “pensar” y, de hecho, hay un paralelo que se impone aquí y es el la violación: ¿qué pasaría si una película mostrara una violación brutal de la misma manera neutral, alegando que se debe evitar todo moralismo barato y hay que empezar a pensar acerca de la violación en toda su complejidad? Nuestras tripas nos dirían que hay algo aquí que va terriblemente mal, que me gustaría vivir en una sociedad donde la violación se considera simplemente inaceptable, por lo que cualquier persona que abogara por ello aparecciera como un idiota excéntrico, y no en una sociedad donde uno tiene que argumentar en contra de la violación. Pues lo mismo ocurre con la tortura: un signo de progreso ético es el hecho de que la tortura es “dogmáticamente” rechazada como algo repulsivo, sin necesidad de discusión.
Y entonces, ¿qué pasa con el argumento “realista” de que la tortura ha existido siempre, por lo cual es mejor hablar públicamente sobre ello? Pues que ese es, exactamente, el problema. Si siempre ha babido tortura, ¿por qué es precidsamante ahora que los que están en el poder nos hablan de ello? Sólo hay una respuesta: para normalizarla, para bajar nuestros estándares éticos.
¿La tortura salva vidas? Tal vez, pero seguro que pierde almas – y su justificación más obscena es afirmar que un verdadero héroe está dispuesto a renunciar a su alma para salvar las vidas de sus compatriotas. La normalización de la tortura en Zero Dark Thirty es un signo que nos vamos acercando el vacío moral. Si tienen alguna duda sobre ello, traten de imaginar una gran producción de Hollywood que represente la tortura de forma similar hace 20 años. Es impensable.
Traducción de Imanol Galfarsoro