rutina


Me veo empujada de nuevo a mi rutina. A levantarme temprano. A coger el metro. Hay menos gente en todos lados. Y parece que aún no se ha descubierto que el aire acondicionado es para refrescar, no para congelarnos a todos. En los andenes hay poca gente, y menos en los vagones. Me siento. Tengo frío. Cambio de trayecto, descubro uno nuevo. Pero tengo que hacer un transbordo por túneles interminables y escaleras mecánicas mucho más complicado que el que suelo utilizar. Escucho el sonido de mis chanclas mientras mi reflejo avanza por superficies frías, vacías. Camino atravesando una ciudad que está arriba. Escucho sonidos torpes, metálicos. Algunas goteras. Como si viera a través de un cinexín avanzo con cuidado, como para no romper nada. Para no mover las imágenes que se me cruzan a lo largo de subidas y bajadas. Y por fin otro andén. Otro vagón. Y aunque esté medio vacío y mal iluminado, me siento mejor cuando una mujer mayor entra corriendo a buscar asiento. Una de esas mujeres que le da tanta importancia a conseguir sentarse. que todos los músculos de su cuerpo parecen centrados en eso. En conseguir un asiento. Ahora respiro. Mi rutina se vuelve más cálida. Más recogida.