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Paralelogamos

Hay días y días, lo sabemos todos. Hoy tengo ganas de que pase algo y no sé qué: una sensación vulgar (o la expresión vulgar de una sensación). ¡Claro! Si en definitiva uno no es más que un manojo de vulgaridades a la deriva que se empecina (dudo entre poner "empecina", lo que refiere al manojo, o "empecinan", que vuelca la atención en las vulgaridades), digamos entonces: empecinan, en remar hacia algún lado y después elabora (aquí sí, el manojo) una teoría de las desviaciones para explicar por qué, paralelográmicamente, en realidad alcanzó el punto X, cuando sus fuerzas pretendían llevarlo a W y el viento apuntaba a Z.

Cataplum

"Las tartas de nata golpean plenamente gracias
a tres cualidades inéditas y propiamente filosóficas.
Son azucaradas. Son opacas. Son blandas.
Nos alcanzan en lo que consideramos bueno, verdadero y bello."

Roser Berdagué traduce el
"Elogio de la tarta de nata",
de
André Glucksman,
en La estupidez.


Me pasa, a veces, que alcanzo a darme cuenta de que he caído en la estupidez. Es algo que no me sale decir sino así: "he caído", en perfecto compuesto, el tiempo que, dicen, en nuestra lengua, conecta el pasado con el presente. Algo ha pasado y mete sus patas en el ahora. Nunca podría decir "me doy cuenta de que caigo" en la estupidez. No sé, se me antoja que por definición es algo que no puede estar en la conciencia en el momento en que pasa. Mucho menos puede anticiparse. Tampoco, entonces, podría decir "caeré en la estupidez". Eso me permitiría conjurarla, tal vez. Pero la estupidez es fatal, y para cuando me doy cuenta, ya ha acontecido. (Hay un payaso en medio de la pista. En la barahúnda, una torta de crema lo sorprende realmente y le estalla en la cara. Para volver a su papel, escoge caer al suelo aparatosamente, patas arriba, los zapatotes rojos. El público ríe, aplaude, silba, grita, se compadece, se mofa; las reacciones del público son tantas. Terminado el número, el payaso se incorpora. Dirige la vista al lugar donde ha decidido imaginar al destinatario del gesto y, tocando el ala de su sombrero, hace una pequeña reverencia; lo escucho incluso murmurar "chapeau". Después, con la mayor dignidad de que es capaz, abandona la pista. En su carromato, se despinta la cara y mira en el espejo, durante todo el tiempo que dura el tiempo presente, su humanidad desvencijada).
Puck Robin Goodfellow wrote:
"...pienso en todas las versiones que Miles
pudo haber producido de 'Limbo'
durante sus distintas etapas,
y, ya que estamos en envión,
cada uno de esos días
en que las manos le picaban tanto..."


...me pican las manos, reina, me pican. El escozor empieza en las muñecas, ¿sabés? Digo las muñecas por decir, porque me gusta la palabra "muñeca", porque ese nudo del cuerpo parece un buen lugar para que algo empiece, y porque decir que me empieza en el alma sería muy cursi... Nunca digas que una vez te dije que la picazón me empezaba en el alma, please... qué sé yo qué será el alma. Me pican las manos, es eso. Mirá como se me ponen. ¿No lo notás? Claro, no me brotan puntitos rojos ni la piel se me pone bordó, pero fijate, queman, ¿no lo notás? las manos calientes... tocame... viene de adentro... ¿acaso puede uno rascarse el lado de adentro de las palmas? Es insoportable, ayudame, agarrame las manos, apretalas fuerte. Cantá una canción, reina, un rato. Esa que te sale tan hermosa, así, sonriendo, como Ella. Eso me calma. Un rato, pero vuelve. De chico, me picaban las manos y me daba por rascarme con un palito o una ramita. Pero eso no sirve, porque mientras te rascás una mano te pica la otra, una tortura. Un día ví a mi viejo hacerse un emplasto con aceite y azúcar, después de terminar de arreglar no sé qué cosa del auto. Lo hacía para sacarse los restos de grasa. "Me pule la piel", decía, cosas de mi viejo. Pero un día que la picazón era espantosa se me ocurrió probar. Te ponés una cucharada de azucar en la palma, le hechás un chorrito de aceite y frotás una mano con la otra, como lavándote. ¿Sabías que el azúcar no se diluye en el aceite? Se hace como una pasta de pulir y te raspa la piel sin lastimar. Me dió alivio. Un rato. Todavía lo hago, cuando la picazón me enloquece. O me pongo un disco de Miles. Uno lo escucha y parece fácil eso de tocar sin vibrato, soplar adentro de un tubo de metal y sacar un sonido liso, parejo, imperturbado. Fijate. ¿Escuchás el esfuerzo? Yo lo escucho, es como si el tipo intentara rascarse las palmas por el lado de adentro. Rascar el alma.

Qué se yo qué será el alma.

...these days, he also wrote this.


En el principio fue la voz

¿Para qué suponer que en el principio fue el verbo? Antes que él, ahí, más cerca del cuerpo, vibración y trémolo, está la voz. Aún antes de que las palabras hagan la luz.

La voz antecede al mundo.

Y cuando el diafragma se tensa y el abdomen conoce el temblor, allí, en el fondo oscuro, algo preña las ondas, algo, mi dulce hermana del alma, traiciona la mano que en un puño pretende aferrar eso que se le regala al aire.

En el principio fue la voz. Después vino todo lo demás. Después todo vendrá.

"...thought I'd something more to say..."

Un día me voy a dar el gusto. Voy a juntar a dos o tres atorrantes amigos que me hagan el aguante y vamos a ensayar horas, días: una única canción. Alcanzado el punto, cuando creamos que hemos logrado capturar los matices, vamos a montar un escenario modesto en la plaza del barrio o en mi jardín, que para entonces ya tendrá el aspecto noble de un jardín japonés. Será al atardecer, ese momento en que todavía hay luz de sol pero en el cual los rayos tienen la disposición amable que da la oblicuidad. No le avisaremos a nadie. Uno de nosotros cantará eso de los diez años behind you y, cuando llegue el momento, yo voy a cerrar los ojos y voy a tocar este solo de guitarra.



Será un fracaso: nunca tocaré este solo de guitarra.

Niebla

La niebla es un lugar común. Quiero decir: un tópico repetido y frecuentado, pero también una forma o disposición del espacio que nos es compartida. Pongamos por caso el día de hoy: la niebla se aposentó en mi barrio como una dama victoriana, petulante y pagada de si misma. Curiosamente, se desparramó en parches caprichosos (bueno, una dama victoriana no se desparramaría en parches caprichosos. Se sentaría recatada y con la piernas bien juntas, las manos sobre esa parte del cuerpo victorianamente conocida como "regazo", con expresión de nunca haber chupado una pija y con una maldad evidente y notoria). El efecto de esta niebla-patchwork fue el de sumergir a los transeúntes y a los automovilistas en súbitas fosforescencias tridimensionales, de ese color amarillento, o cobrizo, o rosado, propio de las luminarias modestas de los suburbios, en las noches de niebla. La luz se apelmaza en la niebla. La luz de los faros de los autos se apelmaza en la niebla. La luz de los faros de los autos que vienen en sentido contrario se queda pegada a los faros y avanza con ellos, a veces como amenazas brutales, a veces con timidez de pantera. Y súbitamente, la niebla-patchwork se acaba,
la claridad se abre y encandila,

el volumen de las cosas es un oprobio o un elefante o una pagoda,

o un volumen o una atmósfera o peso específico o mera masa,

y la distancia tiene otra vez función, sentido, rumbo y dimensión.
Pero, allá en el fondo, doscientos metros adelante, donde la calle se hace de tierra y salta en un puente angosto sobre el arroyo Rodríguez, otra vez, la señora victoriana se impone como una pared, una fosforescencia, un rubor sonrosado, o amarillo o cobrizo, que hace de todo un telón pintado, una pantalla 2d, una apnea de masa.


Publicado por primera vez en Glosa

Autopista La Plata - Buenos Aires II

Zanfonía. Un caja de resonancia, un rueda que gira accionada mediante una manivela, y unas cuerdas. Frotadas. El principio es el mismo que hace que las patas del grillo y las alas de la cigarra vibren. Como en una viola, las notas nacen de la frotación. Así, el sonido que quiero describir, intuyo, adivino, porque lo escucho sin poder ver qué es lo que lo produce, surge de una frotación, aunque, a diferencia del que emite una viola, que implica el movimiento de una lanzadera, este tiene el largo aliento del sinfín de una rueda, como la de la zanfonía. Ahora dejo de pensar en grillos, cigarras y violas e imagino el canto de las ballenas. Se me figura un sonido casi de ultratumba, algo que proviene de una copiosa inmaterialidad. El sonido que describo tiene esa abisalidad, obtiene su cualidad mohosa de las capas y capas de agua que encubren a las ballenas. O de la arcaica antigüedad que desde el pasado sumerge a las zanfonías. Esta vibración tiene esa cualidad mohosa. Sin embargo, es de frecuencia humana, en el registro de una mezzosoprano o de un tenor. Por eso la viola y la rueda. Va y viene, de acuerdo con el vaivén del ambiente donde se produce, una ballena gigante, navegando la copiosa materialidad de la autopista, el micro. Apareciendo y desapareciendo sobre el ronroneo indiferenciado del motor y del viento, una serie de notas de ataque suave brotan de algún eje o de alguna rueda, frotación sostenida, y se combinan en acordes imprevisibles, dos notas, tres notas, una melodía automática y caprichosa. Este micro canta.

Para una refutación de la gravedad

Para mi amigo Darío,
un hombre que vuela.

Hay un arte que envidio sinceramente: véanlos, con cada brazo golpean un plato distinto, descargando, cada tantos, un golpe seco al redoblante y los pies, en un vértigo danzante, se liberan del suelo por interpósitos pedales. El cuerpo mantiene apenas un contacto suave ya no con la materia sino con el tiempo, apenas apoyado en la banqueta (una ilusión óptica o la inercia de esperar que haya un asiento): ¡mentira!, véanlos, esos hombres, los bateristas, flotan.

Ondas

"Un éxodo en cada lóbulo puerta..."
Kaco, Valijas de forma rara


Allí está mi voz. La conozco. Como que es mía, ¿no?. Y, sin embargo, por estos días se me ha perdido, o algo así. Curiosa forma de enmudecimiento esta en la cual la voz puede ser todavía el movimiento del aire o la organización de minúsculos puntos en una pantalla, pero no ser la propia voz, sino una especie de resonador de otros sonidos, como los vidrios que vibran con las bocinas y los taladros neumáticos.

¿Qué hacer cuando la propia voz se pierde? Algo como cerrar los oídos, se me ocurre, porque, en la extraordinaria capacidad de entrar por ahí que tienen las otras voces, arrastran, cual onda portadora que la física ha descrito y la radiofonía explotado, la voz que en ese lugar, en ese caprichoso recortarse del cosmos que llamamos interioridad o incluso Yo, tiene la vocación, frágil, de ser una voz.

"Al modular una señal desplazamos su contenido espectral..."
de la definición de "onda portadora"
en donde ustedes ya se imaginan.

Allí está mi voz, y sin embargo, no la escucho. Se adelgaza, enflaquece y ahora parece una lámina, una superficie. Ahí está: eso que tiene la vocación de ser una voz, se convierte en un tímpano...

"...un ejercicio de la apertura, de la disponibilidad.
Hacer callar al hablador de adentro."
Daniel Freidemberg, en Kapput

Elephant talk

No puedo hacer sino esto que hago, así, como lo hago, torpemente, sin gracia, a los ponchazos, pasando como el mítico elefante haciendo añicos las fruslerías que conforman el precioso capital del dueño del bazar. No es tampoco que sea Atila y que un impiadoso ímpetu conquistador me lleve a arrasar la tierra que piso. Es apenas una de las formas de la torpeza, ni siquiera la más flagrante o la más dolosa, apenas eso: un elefante en un bazar, hechando por tierra vasos baratos, jarros de agua y palanganas, pingüinos de vino, quemadores, calentadores, perchas, tendederos plegables, esas cosas simples. No puedo exhibir en mi beneficio una vocación iconoclasta. No ando por ahí vociferando el fin de los tiempos ni buscando aquello indestructible que tanto interesaba a no me acuerdo cuál anarquista famoso, creo que Malatesta. Claro, desprovisto de una motivación loable, difícilmente pueda conformar al dueño del bazar explicándole que es mi naturaleza de elefante la que me priva de la delicadeza que sus susceptibles escaparates reclamaban. Quiero decir: no se puede ser un elefante, meterse así nomás en un bazar y pretender luego salir por la puerta saludando con las orejas y bamboleando la cabeza como todo un artista mientras suena de fondo la musiquita del circo. No, señor, todo tiene un precio y debe pagarse. Lo que consecuentemente quiero señalar es que acumulo muchas deudas. Me encantaría poder pagarlas sin falta, pero algunas me las quieren cobrar usurariamente y, en todo caso, no tengo sino esta naturaleza de elefante que, sin gracia, torpemente, me llevará a hacer nuevos estragos en las oficinas de cobranza.

Sin embargo, debieran verme cuando con la punta de mi trompa levanto del suelo, separándolo de las ramas secas y el polvo, ese minúsculo maní que algunos amigos que conservo me regalan y, con gesto serio y concentrado, como conviene al rostro tristón de un elefante, lento, parsimonioso, me lo llevo a la boca para disfrutar de ese sabor seco y chiquito que tan bien acompaña, dicen, a la cerveza...




<META NAME="Note for further use" CONTENT="Para el 2007 debo excluir los títulos de King Crimson de mi vocabulario">

El viento reposa

Cuando el viento reposa... ¿es como un monje budista en el segundo antes del nirvana?

En el fondo del mar, donde ya no hay luz y la presión es inconmensurable, el agua, apenas fluída, ya casi inmóvil, ¿reposa?

¿O reposa el oranguntán que ve pasar la selva en su mínimo marchitarse?

¿Es como el aliento contenido?

El viento reposa: apenas un sustantivo y un verbo.

Para delimitar el sentido de la expresión probemos cambiar una vez más el sustantivo. Digamos: el hombre reposa. Seguramente no cualquier hombre reposa. La mayoría descansa. Reposa el hombre que puede elegir no usar una energía que, sin embargo, tiene.

Al hacer reposar al hombre, la voluntad ejerce.

Pero, ¿qué pasa si hacemos reposar a algo sin voluntad?

Digamos: los planetas reposan. Reposan suspendidos, apoyados o colgados de la nada mágica de que está hecho el universo.

Y ese reposo magnético es como la deriva retenida que precede al abrupto acontecer de una anacrusa.

La anacrusa ¿empieza con su primer sonido, o empieza antes, contra el fondo de silencio que de golpe se retira para permitirle ser figura?

La anacrusa del cosmos se resuelve en los acentos de la polirritmia que forman las estaciones de todos los planetas, primaveras de Júpiter o Saturno, que seguro tienen.

Anacrusa o compás de espera... y en el movimiento de los planetas, ha cambiado el verbo: los planetas esperan. El hombre espera. Algo del orden del futuro ha preñado de tiempo el reposo del hombre y de los planetas.

Como ese hijo nuestro, que en tu vientre reposa.

Como el viento.

Lisboa

Lisboa tenía el aire azul por aquellos días. Todo era correr por la calle naranja hasta dar con la nariz contra una puerta; entrábamos siempre (había mármol, unas sillas inglesas y una luz muy clara).

Tomábamos el té mientras mirábamos el mar por la ventana del salón. A veces, no nos alcanzaba el azúcar y le arrancábamos mechones de pelo a tu perro blanco, que dormía a nuestros pies, siempre.

¡El mar era tan verde! Contemplábamos las olas y nos hacíamos cosquillas en las yemas de los dedos, con las uñas. En la terraza, creábamos montañas de pelo blanco de ballena que caía de los aleros. (El perro estornudaba y trataba de atrapar al vuelo el vapor de pelo de ballena que se deshacía en el aire).

Nos zambullíamos en las montañas y rodábamos.

Estabas desnuda entonces.

Te tocaba la palma de los pies antes de que bajaras a la playa. El mar te esperaba conteniendo el aliento (Lisboa entera se estremecía con la apnea del mar).

Yo cerraba las celosías y rezaba. Tal vez llorara. Devoraba los mechones de pelo blanco de ballena que habían estado entre tus piernas.

Tu perro se quedaba en la terraza y miraba el cielo hasta que la lluvia le quemaba los ojos acuosos y le lavaba el pelo blanco, que escurría a chorros, como volcanes de edulcorante. Entonces se levantaba despacio y se iba a tirar debajo de una mesa de hierro forjado, pintada de blanco.

Lisboa entera (las calles naranja) espera que salgas del mar.

...el tiempo pasa como oruga sobre hoja

... eso, hoja, y se la va comiendo. El tiempo de la hoja es medido por la parsimonia de la oruga, que dibuja el pespunte de su apetito hasta que pasa a ser otra cosa, radical y mágica transformación por la cual algo que ya estaba, embrión en lo que estaba, enredepente: ¡puf! eclosiona, ve la luz, se da al mundo como una palmada, un aplauso, un rotundo remolino de rémoras y renacuajos y ya está, es mariposa. Si la hoja tiene suerte, el huésped cumplirá su tiempo antes de que el anfitrión haya dejado de ser, devorado. Aunque la hoja llevará hasta que caiga, agotado su propio tiempo embrión en lo que estaba, las marcas del tiempo de la oruga, conocerá, si tiene suerte, el comienzo del invierno, hasta donde ni en sueños piensa llegar la mariposa...

Tres golpes

A ver, hagamos la prueba. Digamos, digamos que el sexo es muerte. Digamos que el hastío, y que la mujer no existe, y que puto el que lee. Digamos, digamos todo eso y veamos qué ha cambiado. Si acaso tu boca fuera a acercarse más por eso, si acaso mi coraje fuera a ser más como para intentar el abrazo y el beso. Ahora que lo hecho hecho está y qué remedio, ahora que la otredad rotunda de esos otros de que somos causa y origen y circunstancia nos convoca a quehaceres nimios pero no por ello menos vitales, ahora que el termómetro marca 38 (y medio) y las vísceras se han dado vuelta como guante, como media, como bolsa de nylon, como explosión de bilis y moco y sobre todo eso, ¿no?, como si decir todo esto así o asá fuera a hacer que mi coraje y que tu boca, que la fiebre y que esos otros. Nah, no es así, o no necesariamente, no es cuestión de abundar en truculencias cuando a veces el pánico es tan minúsculo como esa gota, esa lágrima, esa cosita de nada, gracias, de nada, no hay de qué, no hay por dónde, no hay cómo, si no sabrías explicar el por qué del miedo y, si supieras, ¡qué remedio!, ¿quién puede sentir tu miedo en tu lugar?, porque el pánico no entra en la palabra, o entra, pero no se queda, o si, quién sabe. A ver, hagamos la prueba: digamos "cadáver" digamos "podredumbre" digamos alguna otra palabra grande, bruta, violenta, a ver, qué pasa, ¿se ha manifestado el fantasma?, ¿la señora gorda que nos hizo juntar las manos sobre la mesa ha comenzado a levitar? Escuchen, vean: ¡fueron tres golpes! ¡Yo los escuché! Con la diáfana claridad de los timbales. Tres golpes, o 400, ¿fantasma locuaz o apenas obse?, ¿conoce la diferencia la señora gorda? Ahora murmura. Quiere llevarnos a creer que tiene algo que decir o que algo le ha sido comunicado, que para eso es medium. Entremezcla palabras grandes, violentas, brutas. Si hasta ha logrado hacernos sentir su aliento fétido (¿habrá estado chupando una pija sucia?). A lo mejor sí, el fantasma ha venido a satisfacer el morbo de los oficiantes, que inclusive, hacen como que tienen miedo. Fueron tres golpes. Y los escuché claramente.

Detrás de los cristales llueve y llueve

Claro que llueve. No vamos a tener un blog para dar noticias meteorológicas: llueve. De arriba pa' bajo, como decía un vecino, y me viene a la cabeza un cierto clima en la cocina de un departamento en la calle Seis, la hornalla prendida, la pava en la mesa, el mate yendo y viniendo y la charla o la radio. El ir venir del mate, tan afín al de la lanzadera en el telar, la alacena naranja, presencia y luz insoslayable, el panorama gris hacia el barrio El Mondongo, los techos y las paredes, empapados, rotosos y descascarados, unas tipas de fondo y la lluvia, que parece que va a arrastrar a la ciudad a fuerza de durar días y días, hasta volcarla en el Plata, pero no, ahí sigue todo, mojado y cansado y vuelto a mojar, de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, las paredes mohosas y los patios vacíos y la charla y Radio Universidad y el mate que teje, teje y teje...

Reloj biológico

Dícese de un dispositivo orgánico no creado para ese fin pero susceptible de ser empleado para medir el tiempo a causa de la regularidad de sus comportamientos. Ciertos modelos jóvenes pueden ser utilizados como infalibles despertadores. Estos últimos, sin embargo, resultan de difícil cuando no imposible reprogramación.

Como mi niña, sin ir más lejos, que, sistemáticamente, insiste en despertarse a las 6:00 de la mañana, incluso sábados, domingos, feriados y fiestas de guardar.