Solo como un perro

Estaba yo en el pozo cuando Gaspar se rió.

-Qué... -dije.

-Mirá lo que te hace hacer un perro, curepí-aclaró. Reí también.

-Dejame a mí -se metió en el agujero y cada palada suya eran dos de las mías-. Se nos va a hacer de día.

Mientras yo recuperaba el aliento, ví a Juan que se asomaba sobre su cerco. Mi mujer andaba por ahí.

-Son amigos, ¿no?

No escuché la respuesta de mi mujer, que le habrá dicho "sí, son Pablo y Gaspar". Menos mal. A Juan le gusta jugar a los policías y ladrones y podríamos habernos comido un par de chumbazos. Habrá recibido además un resumen de situación: se murió el perro de los vecinos de enfrente. Hoy a la tarde. Venía jodido, una especie de tumor.

Y para enterrar un gran danés hay que hacer un pozo casi como para meter a una persona. Si. Más o menos como para una persona.

-Le faltaba hablar -la prima de Gaspar se arrimó a acompañarnos, sin querer ver al perro.

-Las cosas que hay que hacer por los vecinos -dijo Gaspar, en un descanso.

-Y... no podemos dejarlo ahí tirado hasta que a los dueños se les dé por terminar sus vacaciones -y bajé yo al pozo.

-Es que estaba depresivo.

-El tumor en la pata ya lo tenía...

-Ya lo tenía, sí, pero se entregó. Estaba triste de estar solo. ¿Lo viste como estaba hoy?

Si, claro, si lo bajé yo de la camioneta del veterinario. Un perrazo de sesenta kilos tirado en una lona que usamos como camilla para llevarlo a su canil, con la cabeza colgando, ya como muerta. Si: entregado.

La luna llena completaba nuestro cuadro de sepultureros. Pensarán que busco darle a mi relato un toque banalmente tétrico, pero era así, nomás. Ahí estábamos y había luna. Luna, luna llena.

Menguante.

Me doy cuenta de que no le sacamos la cadena del cuello. La imagino con destino de fósil: la encontrarán cuando alguien decida construir en este baldío.

No sé por qué pero no fue con la primera palada que le hechamos encima, después de descoyuntarle las patas para acomodarlo en el hueco de todas maneras estrecho, sino con la segunda que Gaspar se despidió.

-Chau, Bull.

Ingenuamente, como un conjuro, después de todo quizás en eso consiste, repetí el saludo en voz baja. Seguimos llenando el pozo hasta que quedó el montón de tierra removida. Después, lavamos las palas.
...y mi padre dándome explicaciones, queriendo ser comprendido. Ser comprendido será ser justificado y eximido de culpa: las razones son causas y las causas son fatalidades: las cosas no pudieron ser hechas de otro modo. La historia familiar es una historia de fracasos, traiciones y envidias. Como cualquier historia familiar, convengamos, lo que hace mágico y maravilloso al relato de una historia familiar. Y en esa historia se recortan las decisiones sin brújula de mi padre. Categóricas, indudables, pero necesitadas de la mirada comprensiva del hijo. Y ahí estoy yo, viendo las lágrimas empujar desde cuarenta años atrás hasta hacerse irrefrenables. Siento que entiendo, que comprendo y que me importa un carajo si las cosas fueron como fueron o podrían haber sido de otro modo. Fueron. Y eso es, al menos, lo que me gustaría creer. Que ya fueron y que no me atan.

Sin embargo.

Ahí estoy yo, escuchando el relato de mi padre en un día de sol en un parque en las afueras de La Plata. Podría decir que sopla el viento y que los mosquitos acechan. Sería verdad. Podría decir que el pasto está crecido y molesta. Pero no sé qué ganaría con esa descripción.

Yo soy el hijo de ese hombre. Y saber eso ya es algo.

Del esquema "introducción-nudo-desenlace" en el relato breve, de la concisión en el lenguaje y de esa costumbre alguna vez de moda de utilizar títulos desproporcionadamente largos: un caso


"Vini, vidi, vici"

Yo tenía una amiga...

...que había acuñado (o adoptado, no lo sé) la frase "sacámela más adentro". Caprichos de la mente me hacen recordar su agudísimo sentido del humor y el impactante par de razones con que sostenía tamaña exigencia.

Para su fortuna, nunca le faltaban caballeros dispuestos a intentarlo.

Colabore con la policía: péguese solo...

  • y use una cuenta de correo de un proveedor público, digamos Gmail;
  • mande el texto sin encriptar, ¿o acaso tiene algo que esconder?;
  • guarde todos sus archivos en un servicio de almacenamiento en línea como eSnips (que por ahora no es de Google);
  • lleve la contabilidad de su negocio con las hojas de cálculo de Google Docs and Sheets;
  • si es tan amable, indíquenos su geolocalización con Google Earth;
  • es más, suba la vista del techo de su casa obtenida mediante Google Maps y póngala en Flickr; en realidad la imagen ya la teníamos (o quién piensa que es el dueño del satélite que la obtuvo), pero quisiéramos confirmar que es usted el que vive ahí;
  • ya que está en Flickr, no olvide describirnos con las adecuadas fotografías su cara, las caras de sus familiares y el lugar donde vive;
  • de paso, puede informarnos acerca de su gestualidad con un videíto, vamos, no sea tímido y ponga un video suyo en YouTube;
  • cuéntenos sus miedos, fobias, fantasías, expectativas, deseos, dolencias, intervenciones y ya que está, infórmenos de sus gustos musicales, los libros que lee, las películas que vé y todo eso. Tiene varias opciones: puede completar su perfil de Blogger o abrir alguna de las múltiples listas de deseos de comercios en línea como Amazon;
  • mendiante Google Calendar, indíquenos las fechas relevantes para usted, como su cumpleaños y los de sus amigos, socios o clientes, marque cuándo se va de vacaciones, qué reuniones prevé, etc., usted elija;
  • etc.

"Usted se ha comunicado con el Servicio de Atención
Telefónica de las Enfermedades Mentales.
Si es esquizofrénico, marce 2,
si es obsesivo, marque 9, 9, 9, 9, 9, 9, 9, 9, 9...
si es paranoico, no marque nada: ya sabemos todo de usted"

(Una de las formas que puede adoptar
el recuerdo que tengo de un chiste que le escuché a
Enrique Pinti)


La única esperanza, si es que tiene algún sentido poner la cosa en términos de esperanza, es que, cuando el panoptismo sea acabado y milimétrico, cuando amablemente todos los habitantes del globo, incluida esa gran mayoría que en su vida ni hizo ni recibió una llamada telefónica, nos hayamos puesto de buen grado y por propia voluntad al alcance de la mirada de Big Brother, se compruebe esa idea según la cual, cuando un dispositivo, una tecnología, un modo de la socialidad alcanza la hipertrofia, la plena realización, la total consumación, "revierte": si somos afortunados, quizás descubramos que el mapa, para ser perfecto y exhaustivo, habrá alcanzado las exactas y mismas dimensiones que el territorio que describe, volviéndose superfluo, inmanejable e inútil.

Separador

En radio y televisión hay un elemento retórico al que le llaman, al menos en Argentina, "separador", un fragmento de audio o imagen cuya única misión es separar un contenido de otro, estableciendo una puntuación en el continuo visual o sonoro.

A falta de algo semejante propio de este medio, escribo este post para cumplir exactamente esa función, poniendo un coto a la inercia que empuja desde el post anterior.

Yo no sé si uno vuelve renovado o no de las vaciones, pero ellas también son, las más de las veces, apenas un discreto separador entre un año de yugo y otro año de yugo, una forma de establecer una caprichosa puntuación en el continuo de la cotidianidad.

Metele que son pastele'.