De la trozabilidad del alma

Por las calles del centro porteño pueden verse los carteles de un fulano que anuncia la presentación de un disco llamado "Trozos de mi alma 2".

Sin ánimo de faltarle el respeto al fulano, debo advertir que no lo conozco a él ni a su obra. Lo cual no debe entristecernos a ninguno de los dos, puesto que estadísticamente siempre es más la gente que no lo conoce a uno que la que sí, por muy famoso o significativo que se sea. Eso puede decirse hasta de los Beatles, más famosos que Cristo, pero, con mucho, ignotos para una importante masa de humanidad. Y la recíproca también es verdadera: hasta entre los muy famosos habrá gente de la que uno no tenga ni noticias.

Pero, salvando esta digresión, lo que me ha sentado frente al teclado es el nombre del disco de marras, "Trozos de mi alma 2". ¡¡¡¡Dos!!!!

Hemos de suponer que el alma de este señor es tan grande como para desagregarse en tantos trozos que le quedaron algunos como para hacer un segundo disco.

Si concedemos a la creencia acerca de la naturaleza inmaterial del alma, podemos suponer que su facultad de trozarse es infinita, lo cual nos expone a una serie de "Trozos de mi alma" aún más larga que la saga Rocky (ya consolidada como unidad de medida de toda serie larga, en perjuicio de recursos matemáticos más rigurosos).

Pero al mismo tiempo, esta concesión nos coloca en posición de cuestionar la trozabilidad del alma, puesto que sería legítimo preguntarnos si puede desagregarse en trozos algo inmaterial. Podemos preguntarnos si puede trozarse a Dios, o a la bondad o a cualquier otra entelequia del gusto del condescendiente lector.

De lo que se sigue que la hipótesis subyacente en el título de la obra es la de que el alma en realidad es algo material. En ese caso, su capacidad de trozarse es limitada, por esas pueriles restricciones que afectan a la materia y que no estoy en condiciones de enumerar ahora, pero que para qué carajo exite la Wikipedia.

¡Hosana! Entonces la serie "Trozos de mi alma" es una serie finita. Qué alivio.

Luego, admitida la materialidad del alma (hipótesis que agradaría a Althusser), cabe preguntarse por sus condiciones de desagregación. ¿Los trozos corresponden a "partes", "componentes" o "elementos"? ¿O se trata sin más de "trozos", es decir, porciones arrancadas sin orden ni concierto y que de alguna manera desfiguran y corrompen el alma en cuestión?

En ese caso, ¿se nos propone como espectadores asistir a la desfiguración de un alma?

En todo caso, aceptada la hipótisis, nos retrotraemos a antiguas cuestiones acerca de la localización del alma en el cuerpo. La imagen es, vale decir, dantesca: nuestro artista aparecería en el escenario mutilado de su alma, ni siquiera completamente, porque sólo se trata de trozos, aunque como es la segunda tanda de tales trozos, hemos de imaginar que la mutilación es significativa.

Aunque quizás el alma participe de alguna manera de la naturaleza del pelo o de las uñas. Quiero decir: vuelve a crecer. Puede usted arrancarse a gusto trozos, ma' qué digo trozos, brutos pedazos de alma, en la confianza de que le volverá a crecer.

Ahora bien, si el alma participa de la naturaleza de las uñas, entregar sus trozos tiene un carácter, digamos, escatológico. Usted no anda por ahí regalando sus cachos de uñas recortadas, salvo que sea santo o semidiós de calaña análoga y sus pedazos busquen destino en dorados relicarios.

En cambio, el pelo tiene un carácter más romántico. Al menos, medievales doncellas han poblado romances y baladas de escalas hechas con sus trenzas y destinadas a facilitarle un buen polvo a su enamorado. O a simplificarle el escape de la muerte, preséntese ésta en forma de mujer con guadaña o de padre embravecido.

Pero, ¿se aloja el alma en algún lugar donde su ausencia sea apreciable? Analizando la morfología exterior de esos sujetos que se califica habitualmente de "desalmados", resulta palmario que no. La falta de alma no es algo que pueda observarse a simple vista. Aunque a decir verdad, gusta señalarse en tales sujetos un ensombrecimiento de la mirada, un rictus de la boca, alguna clase de arruga en la frente que los delataría. Vaya a saber.

Quizás el alma sea una especie de glándula, cuya falta priva al cuerpo de cierta hormona o secreción y que, aunque no resulte visible la ausencia de la glándula, puede adivinarse la extirpación mediante la somera observación clínica de cierta sintomatología.

Dicho to lo cual, no me imagino qué puede estar en juego en la presentación de un disco que se llama "Trozos de mi alma" (dos).

Parece algo así como que viene a ofrecer su corazón. Pero el corazón, no está de más recordarlo, ya te lo han dado.

.::: kE sAbEn dE tEkIlAsOs :::.

kE sAbEn dE tEkIlAsOs

.::: ExElEntE :::.

kasi ....pero kasi krei en dios por un instante...

...y kE sEA rOk...

Para una refutación de la gravedad

Para mi amigo Darío,
un hombre que vuela.

Hay un arte que envidio sinceramente: véanlos, con cada brazo golpean un plato distinto, descargando, cada tantos, un golpe seco al redoblante y los pies, en un vértigo danzante, se liberan del suelo por interpósitos pedales. El cuerpo mantiene apenas un contacto suave ya no con la materia sino con el tiempo, apenas apoyado en la banqueta (una ilusión óptica o la inercia de esperar que haya un asiento): ¡mentira!, véanlos, esos hombres, los bateristas, flotan.

Ex coelis (la lluvia, el color que cayó del cielo)

"Las viejas metáforas están desvaneciéndose constantemente en la literalidad
para pasar a servir entonces de base y contraste de metáforas nuevas"
Richard Rorty, La contingencia del lenguaje,
en Contingencia, ironía y solidaridad.

(una transcripción electrónica aquí)

"DEBUTE (O DE BUTE) (adj) : Excelente, óptimo, de lo mejor,
al parecer deriva del sustantivo “debut” o estreno de una obra,
momento en que se expone la mayor gala, voluntad y energía."
Diccionario del lunfardo de ElOrtiba.org
(la itálica es, como se estila decir, mía)


"'Excelente' es atroz, porque 'excelente' es una metáfora,
quiere decir 'celeste', quiere decir 'en el cielo'".
Fogwill según Gustavo Nielsen, en Mandarinas.

Para seguir pensando esto de las metáforas, de su funcionamiento, de su paulatina conversión en lugares comunes y patatín y patatán, recurro a Rorty y a la Historia de la Eternidad del viejo Jorge Luis. Mirando con ojos de Rorty, me aproximo al ensayo borgiano sobre las kenningar (curiosamente, en el aleph que habitamos, no fui capaz de encontrar una transcripción electrónica hacia la cual ofrecer un vínculo). Y se me ocurre una idea quizás un poco tosca u obvia, una perogrullada: ¿no es todo nuestro lunfardo, por ejemplo, un afiebrado ejercicio de creación y uso de kenningar?

Y, por extensión, ¿no son las hablas populares, las hablas del lumpenaje, el hampa, los drogones, arduos sistemas de kenningar? Nuestras hablas populares, ¿no son, de alguna manera, "literaturas instintivas", como el viejo llama a la de Islandia? ¿Y las hablas técnicas, o nuestro argot bloguero? Buena parte de los nombres que hoy usamos para cosas como esta que tengo de a ratos en mi mano, que sirven para ingresar datos y que llamamos "ratones" o esas otras que sirven para almacenar información y que llamamos "llaves" o "lapiceras" USB, ¿no serían como kenningar cuyo origen metafórico hemos olvidado o, amablemente, pasamos por alto?

Llevando el razonamiento al extremo: ¿qué diferencia hay entre la agotadora lista de kenningar que ocupa nueve páginas del ensayo borgiano -en la edición de EMECE, la que tengo- y cualesquiera otras nueve páginas del DRAE o un diccionario de sinónimos? Si construyéramos un diccionario de sinónimos agrupando todos los sinónimos y alineándolos a un "significado" básico, como hace Borges con su selección de kenningar, ¿no lograríamos el mismo efecto desilusionante? ¿No aparecería nuestro lenguaje igual de mal retratado, pobre y mecánico?

Pero, a pesar del tono condenatorio que afecta para referirse a su objeto, elijo usar la reflexión de Jorge Luis con una intención de apariencia distinta, una que entra en consonancia con la idea de Rorty que sirve de epígrafe: una descripción (sincrónica, valdría decir) de un lenguaje no lograría sino la fotografía de un sistema de kenningar más o menos consolidado que en un momento dado se ha vuelto obvio y, aún así, puede usarse para expresar lo que no es obvio para quien usa ese sistema, para nombrar eso "espeso real", como acertó a llamarlo Freidenberg.

(Pienso: una sospecha que siempre tuve, la de que cierta manera de leer poesía que se estimula en la escuela es una suerte de aberración: "A ver, alumnos, 'al andar se hace camino/y al volver la vista atrás/se vé la senda que nunca/se ha de volver a pisar'". "¡La vida!", nunca habrá de faltar el que lo diga, como si Machado hubiera escrito una adivinanza. "Reducir cada kenning a una palabra no es despejar una incógnita, es anular el poema", advierte Borges.)

Mañosamente, en uno de sus abracadabras, Jorge Luis confiesa que no puede imaginarse cómo eran aquellas kenningar cuando eran dichas, desde qué caras eran dichas, con qué "decisión o modestia", porque a él ya sólo pueden darle a conocer un "placer casi filatélico". Es decir, ya no puede imaginarlas cuando eran una lengua viva y capaz de hacer sentido. Cual viejas estampillas, ya no puede usarlas, debe recurrir a otras.

Y aquí estamos nosotros, sintiendo, puesto que hoy, otra vez, es un diagris, algo que me gustaría llamar una honda sensación de queganasdellorar, impostando decisión, afectando modestia.

"Ahora que fuimos expulsados,
gracias a Dios, del Paraíso,
se largó a llover"
Daniel Freidenberg, Lo espeso real

Y, para paladear, En esta tarde gris, de Mariano Mores y José María Contursi, acaso en su versión canónica, la de Julio Sosa, la que al menos a mí se me grabó ya de púber en el recuerdo para proveerme el nombre inevitable de la sensación que me asalta en los diagrises.

Julio Sosa - En es...

Del funcionamiento de las metáforas

Pienso. Me pasa a veces y en general no resulta algo mejor ni más eficaz que las oportunidades en que no pienso. Pero en este caso, pienso. Pienso, a raíz de las paparruchadas meteorológicas de los posts anteriores, en cómo funcionan la metáforas, en cómo es el tránsito desde eso que es un hallazgo, a veces ligado al genio individual, otras ligado al genio del pueblo o entelequia afín, hacia el lugar común. Digo, algo o alguien, Sujeto X, a él los honores del caso, da con un modo creativo de nombrar algo que está ahí en el mundo y que reclama un nombre, lo pone en relación con otros nombres y lo recorta del sinsentido. El Sujeto X crea una metáfora, que inicia, si resulta una metáfora exitosa, su camino para convertirse en un lugar común.

Nuestro idioma no suele ser muy feliz a la hora de crear vocablos por aglutinación, sus mecanismos preferidos son otros, pero podríamos decir que hay cierta clase de días que son, a secas, un diagris. Los diagrises son días tristes o melancólicos. Se contraponen con los maldicionvaaserundiahermosos, días pletóricos de sol en los cuales uno lamenta no ser un animal salvaje que brinque (puesto que en esta clave los animales brincan, no saltan) bucólico en una verde y soleada pradera.

Pero en todo caso, veo ahí cómo la metáfora abandona su condición de novedad, ya no es un chispazo de genio que da con un nombre para algo que está en el mundo para pasar a ser el nombre de eso que está así en el mundo, de esa peculiar manera y en esa particular disposición. Se convierte primero en lugar común, y luego, si tiene suerte, en un sustantivo.

Un sustantivo común.