Bam

Y fue entonces que se oyó en la noche un estallido o un disparo o no sabemos qué. Sonó fuerte y claro, aunque a lo lejos, y nos despertó. Después, nada. Lo siniestro de esos ruidos en la noche, estallidos o disparos, no sabemos qué, es el silencio que les sigue. Si al menos alguien gritara, si al menos alguien corriera, si alguien se riera a carcajadas. Pero, en los baldíos que orillan el arroyo, brotan de la nada estos estallidos, sin anuncios, y después, otra vez, la luna y los eucaliptos. Ni los perros hinchapelotas ladran. Nos quedamos en la cama, entredormidos, esperando una señal. No sabíamos si alguien había sido asesinado, si alguien se había suicidado, si había reventado una garrafa o si explotaban petardos en la fiesta más grande del mundo. "Fue un tiro", murmuré. Un tiro único y suficiente. La duermevela no puede prolongarse demasiado. Pasado un rato, ella a mi lado se ha dormido. El silencio de la noche es rotundo y límpido. Al rato, me duermo yo.

Nota gramatical

Acabo de reparar en que la primera persona del presente del indicativo de los verbos "mentar" y "mentir" son morfológicamente indistinguibles.

Cataplum

"Las tartas de nata golpean plenamente gracias
a tres cualidades inéditas y propiamente filosóficas.
Son azucaradas. Son opacas. Son blandas.
Nos alcanzan en lo que consideramos bueno, verdadero y bello."

Roser Berdagué traduce el
"Elogio de la tarta de nata",
de
André Glucksman,
en La estupidez.


Me pasa, a veces, que alcanzo a darme cuenta de que he caído en la estupidez. Es algo que no me sale decir sino así: "he caído", en perfecto compuesto, el tiempo que, dicen, en nuestra lengua, conecta el pasado con el presente. Algo ha pasado y mete sus patas en el ahora. Nunca podría decir "me doy cuenta de que caigo" en la estupidez. No sé, se me antoja que por definición es algo que no puede estar en la conciencia en el momento en que pasa. Mucho menos puede anticiparse. Tampoco, entonces, podría decir "caeré en la estupidez". Eso me permitiría conjurarla, tal vez. Pero la estupidez es fatal, y para cuando me doy cuenta, ya ha acontecido. (Hay un payaso en medio de la pista. En la barahúnda, una torta de crema lo sorprende realmente y le estalla en la cara. Para volver a su papel, escoge caer al suelo aparatosamente, patas arriba, los zapatotes rojos. El público ríe, aplaude, silba, grita, se compadece, se mofa; las reacciones del público son tantas. Terminado el número, el payaso se incorpora. Dirige la vista al lugar donde ha decidido imaginar al destinatario del gesto y, tocando el ala de su sombrero, hace una pequeña reverencia; lo escucho incluso murmurar "chapeau". Después, con la mayor dignidad de que es capaz, abandona la pista. En su carromato, se despinta la cara y mira en el espejo, durante todo el tiempo que dura el tiempo presente, su humanidad desvencijada).
"Dado que no existe estupidez que no nos sea imputable, la preocupación de estudiarla se ve contrarrestada por la de protegerse contra ella, y allá cada uno (...). En esta materia, los más expertos se quedarían en perfectos ignorantes si no hubieran estado a punto de perderse en cuerpo y alma, por su propia cuenta y riesgo, en dudosos combates y singulares afrentas. El cauteloso elogia la estupidez de su oponente (...); pero sólo aquellos que, por su cuenta y riesgo, la han paladeado, la reconocieron íntima, susurrante, la beben salobre, valoran sus sortilegios y su sabor."

André Glucksman, La estupidez, 1985.

Nota: Roser Berdagué, autor de la versión española que infielmente transcribo, traduce no sé que palabra francesa por "zotes", la cual yo, a los fines de mejor apropiarme del texto, reemplacé por "ignorantes". Sin embargo, "zote", tiene matices que "ignorante" no tiene. Poroto para Berdagué.

De la social construcción y circulación del sentido

Sumario de navegación (o un retromapa de la circulación del sentido):

Vero puso un post. Varios le dejamos comentarios. Inspirado por el post de Vero, Puck puso otro post y nos propone una deriva a otro suyo más viejo. Por si fuera poco, resulta que hace un tiempo, Vero había puesto este otro post sobre el mismo tema, que tenía algo que ver con este que, por mi parte, había puesto yo. Con diferentes grados de separación en la mutua referencia y en el tiempo, están relacionados.

Ergo:

Yo iba a dejar lo que sigue como un comentario más al post de Vero, pero sentí que abusaba de la amabilidad de la anfitriona cuando ví la extensión de lo que había escrito (y que presupone todo lo dicho allí):

Yo sigo preguntón: ¿no será que lo interesante, lo estimulante, es el intersticio entre lo que uno cree pensar y el desafío que le plantea la posición adversa? ¿No será que la riqueza de la frase clave de Baterbly es que habilita las acrobacias de Borges y las de Deleuze (a propósito: convengamos que Deleuze no habrá traducido nunca "preferiría no" -¿cómo lo habrá dicho en francés?)? ¿No será descubrir las trazas de la corrección del borrador (ya sabemos: otra cosa corresponde a la "religión o al cansancio") lo que seduce?

¿Y puede estar en juego otra cosa que seducción en una teoría (y pienso en Baudrillard, como lo más obvio, pero en Rorty también)? ¿Está mal dejarse seducir por lo que nos seduce? En el post antiguo que menciono arriba, Vero traía a cuento la idea de la Sontag (releo el post y refresco ahora que era la Sontag) sobre una "erótica del arte".

Será necedad de enamorado, pero me niego a aceptar que haya en un texto algo inmanente que lo justifique de una vez y para siempre: es la idea base que prende todas las hogueras.

A todo lo cual no cabe sino la reacción de Vero: "A la marosca!"

Lucas Pizarro y las unidades de significación

Fue cuando ella le prestó un disco.

"Am I not your girl?", preguntaba Sinéad O'Connor desde la carátula en blanco y negro, sentada mirando para otro lado y dibujando con sus manos una inequívoca vulva. Lucas vió algo más que la vulva y que Sinéad y que un montón de canciones más o menos feas. Pensó una respuesta para esa pregunta. Cuando le devolvió el disco, le llevó "I'm your man", ese álbum en cuya foto de portada Leonard Cohen está con una banana en la mano. Dos joyas de sutileza, una junto a la otra. Al verlas, ella se rió.

-¿Black coffee? -dijo él, refiriéndose a una canción del disco de Sinéad.

-First, let's take Manhattan- contestó ella, retrucando con una de Cohen.

-¿Preferís el whiskey o el bourbon?

En ese diálogo incongruente se hallaron cómplices. Tomaron café, cenaron con vino, tomaron unos Manhattan. Habrá estado bien. Esa noche echaron su primer polvo, mientras las baladas de Bill Frissel y Elvis Costello se repetían interminablemente en el reproductor.