Abominables (como los espejos)

"...éramos los monstruos
conversando en terrazas
bajo la luna..."
Rain, Glassier, Cyborgs y Zines


...bajo su luz plateada que a duras penas esquiva las nubes (difuso marco de jazmines, brillo insólito de gardenias). Las barandas, mi amor, el parapeto, la escalera. Y tus dos bocas y tus varias lenguas y mis tres brazos y tus folículos ovarios y el silencio que sobrevino. El beso arrebato, mordedura (el silencio que sobrevino, los mudos relámpagos). Mi sexo inmenso, tu vagina profunda, nuestros cuerpos gigantes, cavernosos, cavernarios. La monstruosa masa de carne que nos ha tocado, mi amor, garchando, licántropos bajo la luna (aullando), en las terrazas, las gardenias sacudidas por el viento. Y tu orgasmo y la tormenta que vela las estrellas y el salto enorme surtidor y semen cáustico y tu vientre temblando como el mundo (el viento, los truenos, claro) y la lágrima de vida que ahí comienza (en la lluvia), la nueva bestia que creamos, pedazos uno de otro, queriendo o no, masa de células de fragmentación, y el hincharse de tu abdomen y los demasiados dolores del parto.

Sólo éramos monstruos, en las terrazas, bajo la luna.

Magnitud

Yo sí que no puedo parar de joder: se me dió por reparar en el hecho evidente de que la eternidad se divide en dos períodos que, en la medida en que tienden ambos al infinito, se pueden considerar de magnitud igual. Que la eternidad se divide en mitades, eso.

La primera mitad está constituida por la monstruosa masa de tiempo durante el cual uno ni siquiera ha existido. La otra mitad es la monstruosa masa de tiempo durante el cual uno se encontrará en un estado aparentemente perdurable, al punto que dirán: "está muerto", así, en presente, aún cuando ya haga décadas que no queda del muerto ni el polvo.

Entre las dos mitades está uno, igual que un mojón: a todos los fines prácticos y teóricos, de magnitud irrelevante.

Paralelogamos

Hay días y días, lo sabemos todos. Hoy tengo ganas de que pase algo y no sé qué: una sensación vulgar (o la expresión vulgar de una sensación). ¡Claro! Si en definitiva uno no es más que un manojo de vulgaridades a la deriva que se empecina (dudo entre poner "empecina", lo que refiere al manojo, o "empecinan", que vuelca la atención en las vulgaridades), digamos entonces: empecinan, en remar hacia algún lado y después elabora (aquí sí, el manojo) una teoría de las desviaciones para explicar por qué, paralelográmicamente, en realidad alcanzó el punto X, cuando sus fuerzas pretendían llevarlo a W y el viento apuntaba a Z.

Ni siempre ni nunca

¿Falta mucho para el Plaza?- preguntó la vieja, sin subir al colectivo, desde la calle.

-Viene atrás -le contestó el chofer, y alcancé a oírlo. La novedad me causó malestar. "Siempre viene atrás. Si no pasó ya, no puede ser de otro modo: viene atrás". La vieja, que había preguntado por el tiempo y no por el espacio, volvió a subir al cordón, satisfecha. Me miró como miran las vacas que esperan la crecida del río atrapadas en el fango del lecho. La miré con indiferencia mientras recuperaba su lugar en la fila.

"Siempre viene atrás", pensé otra vez. Y la frase se me pegó en el fondo del cráneo con la misma insistencia con que permanece allí grabada la imagen de un pedestal vacío que adorna la plazoleta de la parada. "Nunca hubo una estatua sobre ese pedestal", pensé enseguida.

Recuerdo que mi hermana me escuchó usar una vez la palabra "siempre". "Siempre y nunca son palabras atroces: nunca es siempre, nunca es nunca", me dijo, enojada, terminante, como si yo hubiera faltado a un fundamental acuerdo y ella estuviera recordándomelo. Pienso en palabras atroces; acabo de usar más de una.

Insisto: recuerdo que ese pedestal ha estado vacío desde que noté su presencia. ¿Es eso mucho tiempo? Y supongo, puesto que nada de eso pasa en este momento, que recuerdo a mi hermana, a una mujer un poco más joven que yo en la que pienso ahora como mi hermana, reaccionando ante mi uso de la palabra "siempre". Ahora no es siempre, ni nunca. Quizás la que pienso que es mi hermana tuviera razón y algo esté fallando en la pantalla de mi mente. Sé que los choferes del Las Casas, del Industriales, del Puente Angosto, dicen que el Plaza viene atrás. Lo sé en este momento, de eso no tengo dudas. Si yo no tuviera en el fondo del cráneo grabada la imagen del pedestal vacío, eso me hubiera bastado cuando lo dijo el chofer y me habría quedado tranquilo en mi lugar de la fila, con la expresión de las vacas que esperan la crecida. Tal vez no fue sino que acababa de ver el pedestal vacío y en realidad no hubo nada que pudiera llamar un recuerdo, si un recuerdo es algo que viene a ocupar el lugar de otra cosa que ya no está. Después de todo, hoy o siempre, lo mismo da, el Plaza viene atrás.

Llegó el Plaza. Mientras la vieja levantaba el brazo para indicarle que parara, llamó mi atención un tipo que escapaba escapaba del bar al otro lado de la calle. Eso no está pasando ahora: ahora, que no es siempre ni nunca, lo recuerdo.

Tres pasos. Hasta los dientes

La musicalidad, las partituras, las traducciones:
"...the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta."
Uno puede ponerse a explicar qué se dice en ese párrafo, abundar en su significado, que es sobre la lengua, un paseo, tres etapas, los dientes. Alguien podría pensar que eso es traducir ese párrafo. De alguna manera, lo es, indudablemente. Enrique Tejedor, traductor de la edición de Grijalbo, recoge el guante: "la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.".

Pero uno puede, en cambio, detenerse a escuchar en la versión inglesa eso que el lado analítico del cerebro llamaría "aliteración" y descubrirse inmediatamente repitiendo "lo-lee-ta" para escudriñar los tres pasos.

Puede entonces volver a leer la oración y sentir la lengua golpear todas y cada una de esas tes secas, esas zetas húmedas, esas lúbricas erres, escuchándolas con la parte de adentro de los tímpanos, respirando los acentos y las pausas de la frase, imaginando como podría sonar: "the TIP of the TONgue - TAking a TRIP of THREE STEPS down the palATE - to TAP - at THREE - on the TEETH - Lo - Lee - Ta".

Y entonces, a partir de la musicalidad, de la sonoridad de la frase, pasar a darse cuenta de que está moviendo la lengua. Uno empieza Lolita deteniéndose a sentir su propia lengua.

En la segunda oración de su novela y de un solo saque, Nabokov hace al lector paladear el nombre "Lolita".

Qué hijo de puta, este Nabokov.