Un retrato

"...era una piedra en el agua, seca por dentro."
Gustavo Cerati

Ella es capaz de mantener una conversación, hasta diría una larga conversación, sin poner de su parte nada, sin agregar, derivar, sin comprometer la más mínima afectividad, como si dijera "¿querés hablar conmigo? bueno, hablá; ¿querés que conteste tus preguntas?, bueno, te contesto". Y finalmente, cuando te das por vencido y te vas y la saludás con un beso, te besa como si dijera "¿además querés besarme? bueno, besame". Ella no está ahí, en ninguna parte. Es de una frialdad, como se dice, de acero. "Es una fortaleza", me dijo una que la odia y la envidia. La odia y la envidia pero la describe bien (y eso a ella le resulta intolerable, inadmisible, digo: que yo pueda conceder que la que la odia y la envidia pueda de pronto estar haciendo una descripción acertada de ella y revelar que es): una fortaleza, inexpugnable, ocultando vaya a saber qué furia, qué tesoro, empecinada en movernos a pensar que algo valiosísimo se guarece allí (y ahí su poderosa seducción: la sospecha de que allí, en el corazón hueco de la fortaleza, la princesa duerme, como bien se sabe, custodiada por un dragón). Y su inexpugnabilidad es la implacable calma con la que elude, indiferente, cualquier aproximación: su estrategia es oriental, no resiste, no combate, te deja pasar y se corre, logra la magia de que cada golpe o cada palabra estalle en el aire, porque ella nunca está donde la viste, now you see her, now you don't. Ella habla con vos (conmigo) como si no existieras, como hablaría con el viento o con el ruido del mar (el mar atrona y ruge y ella le contesta como si le contestara al viento, y el viento despedaza las frondas y grita su nombre y ella le contesta como si le contestara al mar).

Entonces me asalta el pánico, el pavor, la decepcionante certeza (no puedo negar que me gustaría estar equivocado) de que, tal vez, ahí, en el corazón hueco de la fortaleza, no duerme una princesa, sino una porción del mar gélido, abisal, ya casi inmóvil. Y en él, inmersa, una piedra.

Creo que ella lo sabe: una piedra en el agua.

Art deco, 3D, web semántica

Cuando empecé con esto del bloggin, o al poco tiempo, escribí (no recuerdo si postié) algo acerca de la tendencia a asimilar los blogs a una casa. Uno recibe "visitas", abre las "puertas", invita a su "casa", vamos.

Entonces, rediseñar el blog tiene (o puede tener) ese aire curativo que tiene cambiar los muebles de lugar.

En eso estoy (cambiando de casa en el mundo real, rediseñando y desempolvando el blog; sin dudas, no se me oculta por ningún mecanismo del alma, fotogramas de un mismo movimiento).

Y en este proceso de jugar con los elementos de la decoración y la funcionalidad, pienso: me gustaría tener un sistema tridimensional de tags.

A ver si me explico: quisiera tener tres "arrays" ("array" en el sentido que este término tiene en el contexto de los lenguajes de programación) de tags, para fines diferentes.

Cada post puede caber (o imagino cabiendo) en tres sistemas de clasificación (y digo tres por jugar con la metáfora del mundo tridimensional, pero está claro que desde un punto de vista lógico, hablamos de N dimensiones).

Algo próximo a lo que me imagino, lo permite Wordpress al considerar a la vez "categorías" y "tags".

Blogger, a ese respecto, es más mezquino: sólo permite tags.

Si a alguien se le ocurre o sabe de alguna manera de arrimarle a esta idea, que chifle.

Es hora de seguir

Segundas partes nunca fueron buenas, pero, qué joder, resulta que a veces hay.

Le hemos sacado un poco el polvo a esta Catedral...

Remember, remember the 30 of September

Lo que amaneció como otro jueves más, se convitió en el fin de mes más triste que he conocido. Ayer la prepotencia y la estupidez enfrentaron a ecuatorianos con ecuatorianos y mancharon de sangre la ciudad.

Las cosas se fueron de las manos. Las reacciones, furibundas, de lado y lado, pusieron en peligro a todo el país. Y como sociedad nos hemos vuelto meros pasivos espectadores, que cada vez se sorprenden y se conmueven menos con hechos y decisiones que nos afectan directamente. Y eso duele, a mí me duele saber que el respeto (poco o mucho) que tenía por las autoridades ayer se me fue evaporando en el transcurso del día dejando en su lugar una desolación amarga e infinita tristeza.

No creo que pueda recuperar ese respeto, no en un buen tiempo en todo caso, y de cualquier manera se ha generado una cortina de frío, de total repudio a la manera en que se manejaron las cosas de lado y lado. I feel hollow. Porque ayer nadie ganó nada, perdimos todos. Perdimos compatriotas. Que este nuevo mes que comienza traiga paz y sensatez al país, y para eso tenemos que trabajar todos, haciendo nuestras labores de la mejor manera y comprendiendo que no somos cajoncitos individuales apilados, sino partes de una red articulada que se soporta gracias a los nexos entre todos. Cuidémonos, basta de violencia.

Una teoría de las amistades

El ser humano es un animal gregario, le viene bien convivir con otros (con algunos más que con otros obviamente). Sostengo mi teoría de que cada uno de nosotros proviene de una manada, un grupo más o menos disímil que hace las veces de espejo en el que reconocerte, de refugio cuando necesitas el contacto de otros, en casos excepcionales incluso de red para soportarte. Cada manada es distinta, grande, pequeña, cohesionada o esparcida por el mundo; se une por distintos lazos y va mutando en el espacio y el tiempo...fluctúa y se reconstruye sin cesar. Hay miembros de tu manada que estuvieron ahí, antes de tu llegada, aprendiste de ellos y los llevas marcados en tus acciones y tu corazón. Otros los reencuentras aunque no los conocías previamente, como miembros que se separaron en una tormenta pero que poco a poco, siguiendo una pista invisible pero certera regresan.

La manada no siempre está junta, cada cazador va por sus propias presas, a veces requiriendo la compañía de otros miembros a veces completamente solo. Cada cierto tiempo empero todos se reunen a la luz de esa amistad y cruzan palabras y silencios y saben que están en casa, en familia. Y eso es bueno.

Un cuento del tío Domingo

El Tío Domingo podría ser un personaje de leyenda. Casado con la mayor de las hermanas de mi madre, estaba marcado por la suerte de modo tal que nunca hubiera acertado 13 puntos en un PRODE ni completado un cartón en un bingo, claro, tampoco nunca hubiera errado los 13 partidos ni tenido un cartón completamente en blanco. Podría haber sido fundador de la "Asociación Meados por los Perros" y le cabía perfectamente el dicho "si pongo una fábrica de sombreros la gente nace sin cabeza".

Quedó huérfano siendo muy jovencito y con bienes que no tenía idea de cómo manejar, le fué mal y, cuando estaba enderándoze, le cayó arriba la crisis del '30. Tuvo que abrir la tranquera y dejar salir las vacas porque no tenía qué darles de comer y así, su patrimonio se fué caminando por las banquinas triscando lo poco que encontraba.

Cómo y de qué vivió hasta la época en que empecé a tomar contacto frecuente con él no tengo idea. Ese contacto, y esta historia, es de la década de 1960 y la cuento ahora porque todavía hay muchos testigos que pueden corroborarla, y necesita testigos porque si me fuera contada a mi mismo en el contexto actual, simplemente no la creería.

Por esos días veía al tío Domingo como un hombre avanzado en edad, con mucho pelo muy canoso y siempre de buen humor, muy compañero de mi tía Ida, con pelo teñido de negro, cejas delineadas con trazos muy finos y muy "requintada". Vivían en Santa Fe capital donde uno de sus hijos, el primo Tino, tenía una joyería de cierta importancia.

Como los viejos se aburrían viviendo en un departamento interno y tenían ánimo de trotamundos, el primo Tino tuvo de brillante idea de comprarles un Ford T, cargarlo con valijas repletas de joyas y relojería y encomendarles la tarea de "viajantes".

El primer viaje fué hasta Devoto, el segundo hasta La Francia, en el tercero llegaron a Porteña. En cada salida iban expandiendo su radio de operaciones hasta llegar a Posadas (sí, Misiones). Les iba bien y al poco tiempo cambiaron el Ford T por un Ford A y, claro, completaban el circuito mucho más cómodos y más rápido. Les siguió yendo bien y, al momento de su retiro del negocio, viajaban en un Fleetline mod. 1952 que (¡atención!) tenía encendedor, radio, levanta cristales eléctricos, aire acondicionado y caja automática.

Me quedó muy grabada la época del Ford T y del Ford A por algunas razones:

Primera. Fué el tío Domingo el que, por primera vez, me hizo sentar en el asiento de conductor del Ford T para enseñarme a manejarlo, cosa imposible porque yo era muy pibe y había que ser muy macho para manejar un Ford T ya que, como todo el mundo sabe (es decir, todo el mundo que tenga suficiente edad), el Ford T no tenía caja de cambios sino bigotes. No me fué mejor con el Ford A porque, si bien tenía caja de cambios, no era sincronizada y se necesitaba mucha práctica y mucho oído para hacerla andar... y se me ocurre ahora pensar que, si las mujeres son capaces de arrancarle un quejido a una caja actual, a una de Ford A le sacarían un coro de lamentaciones.

Segunda. El modus operandi consistía en recorrer la zona rural, campo por campo, ofreciendo su mercadería con las valijas abiertas en el asiento del auto, en cada bandeja anillos, cadenitas, pulseras, prendedores, etc., de oro, platino y plata, relojes suizos genéricos y de marcas como Omega, Bulova y Rolex, también relojes automáticos japoneses que eran una novedad (y por entonces una porquería) como Citizen y Sheiko. Nunca un asalto, una amenaza, o alguien que no pagó. De tantas visitas surgieron muchas amistades con las cuales y durante mucho tiempo, fui el mensajero en el intercambio de saludos, una de esas amistades fué Juan Righero, un cerrajero al que no había caja fuerte que se le resistiera, aún si estaban porfiadamente trabadas.

El caso es que, con el tiempo y la amplia geografía que cubría el tío Domingo se transformó en portador de mitos, creencias, anécdotas e historias de cada pueblo recorrido, y recuerdo particularmente esta:

Contaba el tío Domingo que una vez, en la entrada de un pueblo del Chaco, se encontraron con una gran cartel que decía:

¡EL PROXIMO SÁBADO, A LAS 17 HS., EN EL SALÓN DE LA SOCIEDAD ITALIANA,
ESTARÁ AQUÍ!

Y también lo vieron en varios lugares del pueblo. Quisieron averiguar de qué se trataba pero en el hospedaje donde pararon (que también era boliche, comedor y estafeta postal) nadie sabía nada, y si no lo sabían ahí era porque nadie lo sabía.

El asunto es que el viernes aparecieron carteles que decían:


¡MAÑANA ESTARÁ AQUÍ, A LAS 17 HS. EN EL SALÓN DE LA SOCIEDAD ITALIANA!


El amanecer del sábado encontró al pueblo empapelado con letreros que decían:


¡HOY ESTARÁ AQUÍ A LAS 17 HS. EN EL SALÓN DE LA SOCIEDAD ITALIANA!


El sábado por la tarde, el tío Domingo y la tía Ida fueron, como todos los lugareños, a hacer la larga cola para conseguir su entrada. El salón estaba repleto y frente al telón del escenario un cartel anunciaba:


¡YA ESTÁ AQUÍ!


Con la gente ansiosa en extremo, llegan las 17hs., se plegó el cartel que estaba frente al telón, se corrió el telón y, al fondo del escenario, muy grande, otro cartel decía:

¡YA SE FUÉ!


Me lo contó el tío Domingo, en los caminos rurales de Porteña, mientras bigoteaba un Ford T cargado con platino, oro y plata.