Cure for pain




Qué decir. Creo que no miento si digo que hacía un añito fácil que no escuchaba nada de Floyd. Y ayer un amigo me dejó este regalito. Estas fidelidades del gusto a mí me resultan sorprendentes: como sea, aún cuando crea que ya está, que no hay mucho más que escuchar, que otras canciones vendrán para calmarnos,  de repente pasa Gilmour, blown in the steel breeze, y caigo ante Floyd, como una hoja.

(Un rip de varias canciones del DVD, con una calidad de puta madre, acá. Véanlo antes que se aviven y lo saquen).
Si, ya sé, ya sé lo que me vas a decir. Que son casualidades, que estas cosas pasan. Sos un racionalista, y, por eso, tenés razón. Pero fijate. Fue poner un pie en la vereda y notar ese micro parado, casi en el medio de la calle, con todo su pasaje alrededor. Cuando pasé al lado, ví que tenía las puertas abiertas de par en par y que había un tipo tirado en el suelo, con una mina encima haciéndole reanimación. Yo seguí, hasta la parada. Desde ahí veía el transito esquivar al micro detenido para llegar hasta donde estaba yo. Llegaron varios bondis. El mío no. En cambio, pasaron un par de camiones cargados de manifestantes, golpeando sus bombos y cantando sus consignas. Mi micro no llegaba. A mis espaldas sonó una frenada y el seco paff de dos vehículos que chocan. Me dí vuelta para mirar. Un móvil de control urbano estaba en el medio de la bocacalle, con el paragolpes caido en el suelo. Unos metros más allá, un auto con el guardabarros trasero deshecho. Uno de los dos pasó en rojo. Bocinas. Mi micro no llega. Se oyen unas sirenas acercarse, no alcanzo a ver. Pasan más camiones cargados con manifestantes. Pasan más micros. El mío no. Una ambulancia pasa lentamente junto a mí, vacía. Una pareja llega a la parada. "No había nada que hacer", escucho. "Le dió un paro". Decido ir a tomar el subte. Desando lo andado y vuelvo a pasar al lado del micro detenido. El tipo sigue tirado ahí. Ahora lo cubre una manta y unos policías a su alrededor hacen lo que sea que hagan los policías en estas circunstancias. Ya sé lo que me vas a decir: accidentes hay todos los días. Pero, viste, hoy se murió Viñas y un terremoto hizo mierda Japón. Si, claro: los humanos nos morimos a carradas todos los días. Sos un racionalista y, la verdad, tenés razón: convivimos con eso. Hoy yo lo percibí.

Sentí lo ominoso flotando en el aire.

Mestizajes

La verdad es que yo no tengo idea cómo vienen las migraciones, las invasiones, los mestizajes y las influencias, las mutuas contaminaciones. Apenas si tengo la idea de que el pensamiento de Buda llegó de alguna manera desde la India hasta Japón, abarcando todo lo que hay en medio y alrededor, y que eso construye una entidad identificable, un cierto nivel de agregación posible para todo ese mundo que llamamos, por comodidad y etnocentrismo, “el Lejano Oriente”. No sé, aunque esté informado, cuál es el peso del componente árabe y musulmán que vino después. No tengo idea, aunque sospeche, cómo ha sido la mutua influencia entre el colonizador británico y el colonizado asiático.

Lo que quiero decir es que no sé qué relación existe entre la música tradicional tamil, la del sur de la India, música que se supone que revitaliza o inspira el trabajo de esta chica Susheela Raman, y el gamelan de Indonesia, del cual King Crimson toma, dicen por ahí (o por ahí), algunas ideas sobre patrones polirrítmicos hipnóticos y reiterativos y sobre la creación colectiva.

Como sea que sean esos recorridos y esas historias, aquí, en el lejano sur, no puedo evitar escuchar a King Crimson en esta canción de Susheela Raman.



Digamos, Raman es un músico (que me disculpen las fundamentalistas del género, pero decir “una música” me resulta cacofónico y confuso), decía, Raman es un músico de raíces indias que ha vivido y estudiado música en Inglaterra. No puedo imaginar que no haya escuchado a King Crimson.

Habrán llegado a su oídos por vías distintas y con pesos específicos diferentes la música tamil y la de King Crimson. Y habrán resonado.



Entonces me pregunto, y no es que me interese especialmente la respuesta, cómo son estos círculos que se cierran, o que en realidad nunca llegan a cerrarse, sugiriendo el punto de fuga de una espiral, estos caminos donde la influencia mestiza a la influencia.

Reductio ad absurdum

Desde 1952, cada vez que un ser humano pasa cuatro minutos con treinta y tres segundos en silencio pasa a deberle regalías a John Cage o sus derechohabientes.



(Jejeje. Ahora, con el video bueno)

De la gramática

La niña A, de dos años, dice algo que puede más o menos transliterarse como “peshosha”, forma que no da fé de la ligera oclusión de la lengua contra el paladar, en una posición que imagino cercana a la que debe asumir durante la ejecución de una “ñ”, y que la niña intercala entre la “p” y la “e”. Tampoco da fe esa transliteración de la forma cerrada de la “o”, que sintetiza la “i” que ha desaparecido de su lugar luego de la primera “s”.

Que, aún indescriptible, suena adorablemente tierna esa pronunciación infantil, eso.

Y el niño B, el hermano, el mayor, destinatario del elogio, adopta un aire pedagógico y afirma: “no, vos sos preciosa. Yo... yo soy precioso”.

Como cada vez, entonces, sonrío de esa forma que le dicen "para mis adentros" y me doy cuenta, de vuelta, que los amo.

Lucas Pizarro y sus actos altruistas

...cuatro dadores de sangre,
cualquier grupo o factor...

“Hoy es un día raro. Vengo de donar sangre y me siento para el orto. Ojo, ningún matiz moral en esto: me bajó la presión al piso y yo me fuí con ella. Me desmayé, por suerte, en la misma sala del hospital. No me dí ni cuenta. Cuando termina la extracción, te hacen pasar a una salita donde te dan un café y, me río ahora que lo voy a escribir y recuerdo, una madalena. Estaba sentado tomando mi café cuando de repente siento que la auxiliar que me lo había servido me está sacudiendo, diciéndome ‘Señor, señor’ (ya no sólo los pibes me dicen ‘señor’). Veo que hay otra mina que la ayuda y me dice ‘sentate en el suelo, acostate’ y me levanta los pies y me los apoya sobre una silla. Quedé tumbado ahí, justo atravesado frente a una puerta que da a la sala de espera. La médica (porque la otra mina resultó una médica), me levanta los brazos y me pregunta si me siento mejor. Ahí yo ya puedo pensar y responder, me doy cuenta de lo que pasó y agradezco, ‘sí, un poco mejor, gracias’ y reparo en que estoy a la vista de todos los que esperan para donar. Se lo señalo a la doctora. Cierto, me vas a espantar a los donantes’ y nos reímos. ‘Yo creí que bajaba la cabeza para leer’, me dice la auxiliar. Se vé que me estaba cayendo así nomás cuando atinó a atajarme. Cuando pude pararme, me llevaron a otra sala. Estuve cerca de una hora tirado en una camilla junto a la cual había un desfibrilador. Esa presencia me resultó entre cómica y siniestra. Todavía me siento flojo y algo mareado y pienso que la jodita se metió en mi día y me lo cagó a lo largo y a lo ancho, porque no tengo voluntad de hacer nada. Sólo quisiera permanecer tirado esperando a que la sangre vuelva a su caudal...”