Curry

Tengo un colega bastante infeliz. Se llama Curry, tiene los ojos tristes y físicamente es una mezcla entre Alfredo Landa y Pedro Picapiedra. No levanta del suelo más de 1,55 y no encuentra su lugar en el mundo. Y encima hoy me cuentan que ha salido en la tele. Y pensé, coño, que sea por algo bueno. Qué va. Era un reportaje sobre los que salen de marcha los jueves y no regresan hasta el lunes. Y el pobre Curry allí estaba, apoyadito en una barra intentando hacer amigos, mientras su jefe le creía en la cama con gripe y le miraba con ojos de indignación frente a la tele, mientras degustaba un menú de bar de polígono industrial.

23 de octubre de 2002

Anselmo

El bar está como siempre: mal iluminado, apesta a tabaco y a pegajoso alcohol, y esto, como siempre, me resulta bastante apetecible, así que me siento en la barra y pido un vodka. De la gente que hay en el bar, los pocos que no me conocen me miran con desconfianza, no tengo pinta de puta pero no entienden que una mujer entre sola en un tugurio así y salga de él sin un hombre.
Mientras me enciendo un cigarro, noto cómo pesan sus silenciosos ojos sobre mi cuerpo. Me evalúan. Y me apetece volverme y mirarles las caras, ver si puedo leer en ellas el resultado de lo que han visto, ¿tendré un buen polvo? Pero sigo sin mirarles, sonrío para mis adentros y me pregunto por qué los hombres que entran solos en los bares nunca valen una mierda. Y se me acerca el pesado de Anselmo. Es un pobre mentiroso que se pasa las horas en el bar esperando que caiga la noche para que el amante de su mujer salga de su cama. Entonces él se va a casa y, mientras ella duerme, él llama a su amiga la del teléfono erótico y charlan durante horas. Siempre me ha parecido que su historia era triste hasta que un día, Marieta, su mujer, apareció en el bar. Estuvieron horas y horas hablando, pero no había rencores ni malas palabras, que va. Se reían, se contaban cosas como si llevaran tiempo sin hablar. Y luego ella se marchó y Anselmo siguió bebiendo, pero con el gesto iluminado, había disfrutado mucho hablando con su mujer. Una grata sorpresa. Desde entonces le respeto mucho más.
Pero hoy viene con malas intenciones. Pretende descargar en mí todas esas historias que le gustaría que le hubieran ocurrido alguna vez y que no hay dios que se las crea.
Qué pasa Anselmo.
Me pareció verte el otro día saliendo de una peluquería.
Puede ser. ¿la del bulevar?
Justo, esa. Me sorprendió. Pensé que las mujeres como tú se levantaban ya con esa pinta. Que no necesitaban la ayuda de nadie para estar así.
¿Qué pinta? – Ya está, tirándome los tejos -
Como de putón trasnochado.
Los putones trasnochados también nos teñimos las canas.
Mi mujer me ha dejado por otro.
Pensé que eso ya lo había hecho hacía mucho tiempo. ¿Pretendes descargar en mí tu mala hostia? Porque ando algo escasa de tiempo.
No, sólo venía a charlar con alguien por el que sintiera más pena que yo, y ya me siento mucho mejor, gracias.
Qué capullo. Llamo al camarero, pido la cuenta y mejor me voy a casa. Malo es el día que ni Anselmo siente respeto por mí. Salgo del bar y no puedo evitar mirarme al espejo de la salida para comprobar mi pinta. Coño, realmente parezco una puta trasnochada.

22 de octubre de 2002

Perro vaca


Tengo un perro que unos días se levanta perro y otros se levanta vaca. Es curioso. No tiene un orden lógico. Así que cada mañana miro a ver qué tipo de animal se ha levantado. Cuando es perro no hay problema. Le doy una vuelta por la plaza para que cague y luego lo subo. Pero cuando es vaca... eso ya son palabras mayores. No cabe en el ascensor, así que bajamos por las escaleras vigilando que no salga en ese momento ningún vecino para que no proteste y se queje a la comunidad. Entonces la llevo a un parque donde arrasa con el césped mientras yo me avergüenzo ante las miradas de asombro y las carcajadas, y tengo que confesar que siempre me siento tentada a dejarla allí abandonada. Pero luego pienso “pobre animal”. El nunca lo haría.
Así que unos días me siento una mujer liberada, en mi pequeño apartamento, compartiendo mi vida con un perro, y otros días soy una pobre granjera sin granja y con una vaca triste que no tiene espacio ni para respirar. Pero lo llevo bien. Lo uno es compensado por lo otro. Mi perro me adora, me saluda cuando llego, me ofrece su pelota para jugar... mientras que la vaca me mira deambular por el cuarto de estar, con ojos tristes, como diciendo “Yo me iría, pero la verdad. Pobre animal. El nunca lo haría”.
22 de octubre de 2002

Visita inesperada

Esta mañana, al levantarme, no he podido desayunar tranquilamente ya que en el cuarto de estar me he encontrado con un platillo volante. Y claro, no me iba a poner a preparar café. Así que, cuando he conseguido salir del asombro, cuando me he empezado a familiarizar con el aparato, han empezado a oirse voces en su interior. He esperado un rato en la puerta para ver si alguien se decidía a salir, pero como no aparecía nadie, he llamado un par de veces y las vocecitas se han callado. Así he pasado largo rato, rodeando el platillo, acercando la oreja para intentar entender lo que decían ahí dentro, hasta que no he tenido más remedio que ponerme en marcha y vestirme a toda prisa para llegar a tiempo a trabajar.
Me he pasado todo el día pensando en ese chisme y no he dado pie con bola. Y eso que he salido tarde por todo lo que tenía que hacer.
Y cuando entro por la puerta me encuentro con un ser violeta de unos 40 cms de alto, con antenas y una pinta totalmente absurda que, de brazos cruzados y con gesto de indiganción, me pregunta: "¿pero qué horas son estas?" Desde entonces vivimos juntos. Aunque a veces es un poco déspota, cuando quiere es un cielo. En casa no da ni golpe, y a la calle no sale porque la luz solar le derrite el cuerpo. Pero tiene mucho sentido del humor. No sabe cocinar, aunque come como una mula. Y su platillo volante huele que apesta.
Solo llevamos una tarde viviendo juntos, pero creo que es él. Sopesando los pros y los contras, creo que haremos una pareja perfecta. Aunque a veces pienso que tiene un poco de morro: por aparecer en mi casa sin previo aviso, no dar ni chapa, gorronear toda la comida que encuentra y aparcar su nave en mitad de mi cuarto de estar. Pero supongo que así empiezan todas las grandes historias de amor. Y sobre todo, que con sus antenas podemos ver Canal Plus.

17 de octubre de 2002.

Montaña rusa


La nena más chica mira el trencito subir, bajar y dar vueltas a una velocidad atemorizante. Arrastrada por el entusiasmo de sus hermanos mayores, se aferra a mi pierna con miedo y fascinación. Me pide upa cuando vamos llegando al acceso de la atracción. Nos sentamos los cuatro en un vagón, los mayores adelante, la chiquitina y yo detrás. No se despega de mi cuerpo y se agarra de la barra de seguridad con toda su fuerza. El trencito arranca. Son exactamente cuatro vueltas, ni siquiera tan vertiginosas, no más de cuatro minutos. Todos gritamos en las bajadas. Mezcla de montaña rusa y tren fantasma, hacemos bromas al pasar junto a un gigante calamar de espuma, debajo de un tiburón enorme. El tren se detiene y bajamos. La beba a upa. Al salir de la atracción, la dejo de vuelta en el suelo.


“Otra vez”, me pide.

Sólo uno más...



 
Odio a las personas que lo verán todos los días
y que no sabrán que tienen a mi gran tesoro frente a ellos...
Los odio porque no lo mirarán a los ojos como yo lo haría,
no le sonreirán como yo lo haría,
no correrán a él como yo lo haría,
no lo abrazarán como si el mundo fuera a terminar,
ni le dirán al oído que es lo que más quieren en esta vida.
Odio a esas personas que pasarán de largo
y para ellos, él sólo será uno más.