Amaneceres confusos

Amaneceres, digo, en ese sentido de “amanecer” como despertarse o levantarse, pero también entrar de a poco en la conciencia. A solas, por suerte (es feliz despertarse solo, sin urgencias ajenas; hace unos días un amigo que escribe cuentos me lo hizo notar, no a mí personalmente, sino que me hizo reparar en eso a través de una observación de uno de sus personajes). Digamos: enfrentarse, a solas, con las propias ganas, las ganas ¿de qué? Estuve sentado un rato, sin hacer nada, sólo respirando. Estar estando, como decía Saer. Luego prendí la compu, leí blogs, varios blogs, derivé desde los conocidos (Vero, Carlos, Luc, Mara, Luis...) hacia los márgenes o los afueras de la barriada. Agregué un par de sitios nuevos a mis feeds, los leeré a ver que traen. Me hice un mate. La cocina es un asco. Ayer mis hijos comieron en mi casa. La beba jugó con su arroz. Metía las manos en su plato y hacía que los granos almidonosos se le pegotearan, y luego se los sacudía con el gesto de un migrante epiléptico que despide la costa. Hay arroz ahora en los más alejados intersticios. Me hice unas galletitas con manteca y me senté a escribir (no lavé todavía los platos). Me cebo el mate y pienso en lo bien que me sentaría un baño. Ganas de todo, a la vez. Pongo música (le permito un rato a Anne Calvi: compré la idea de que sería como la sucesora de PJ Harvey, en su música y en los afectos de Nick Cave; por ahora, me resulta demasiado parecida a su antecesora y mucho más pretenciosa).

Enfrentando las ganas.