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Übermensch

"273. ¿A quien llamas malo? - Al que quiere avergonzar siempre.
274. ¿Qué tienes por lo más humano? - Ahorrar a alguien la vergüenza."

Nietzsche, La Gaya Ciencia.

¡Enfermos! Jodiendo al personal, enrostrando al otro su falla, todo el tiempo, sádicos metódicos, buscando el lugar donde duele para aplicar ahí presión. Forman parte del paisaje, están presentes, abundan, inevitables, orgullosos de su juego, adorando las mayúsculas del nobiliario título de Hijo de la Gran Puta, mierdas, soretes insufribles del hostigamiento. "¡No soy débil", se recuerdan todo el tiempo, incansables, fortísimos. Vanidosos narcisistas, inhumanos suprahombres, incapaces de nada mejor, se procuran sutura mediante el esfuerzo por ser los mejores y más grandes peores, El Malo por antonomasia. Resentidos de que Dios no exista, no tienen mejor idea que devenir satanases, encarnación del Mal: el Mal Necesario....
"Otras verdades vendrán
diferentes"



Me gusta esta canción. Vuelvo a postearla.

A la memoria de Hernán, cuya ausencia aún no puedo creer. A la memoria de mi abuela, que me enseñó a jugar.

A la salud de aquello que ha llegado sin buscarlo y de lo que he buscado al pedo. Por aquello en que nos hemos convertido.

Por las pasiones que vendrán. Por el tiempo perdido.

Por los hijos que vendrán, recitando.

Por todos los hechos que vendrán a terminarse.

Fracaso de texto

Las rubdekias tienen ese nombre sonoro, mágico. "Ella cultivaba rubdekias y las disponía en el cantero con esmero"...

Rubdekias... es el sonido del nombre, su color amarillo, sus pétalos largos y delicados, el botón oscuro en el centro...

Rubdekias. Haga la prueba: ponga en su tarjeta personal "Fulano de tal, rubdekia". Suena a algo eslavo o balcánico, una especie de título nobiliario. Sí, otra escena: "Hace su entrada el rubdekia X"...

Rubdequias. No termina de salir. Está el sonido, o la sonoridad. Y nada más. Rubdequias, rubdequias...

Lucas Pizarro y sus pretensiones helenísticas

Pienso en Tiresias. Por si no lo tienen, es un viejo adivino griego, ciego como tantos adivinos, profetas y oráculos, que, nacido hombre, fue convertido en mujer y luego en hombre nuevamente. Interviene en multitud de historias de la mitologìa griega clásica, pero de todas las anécdotas que lo involucran, me detengo hoy en la que narra el lance en que se juega la vista.

Resulta que Zeus y Hera mantenían una disputa acerca de quién obtenía más placer durante el coito, si el hombre o la mujer. Zeus, que no sólo es un masculino sino que también representa al principio masculino, sostenía que la mujer goza más. Hera, que no sólo es femenina sino que encarna al principio femenino, afirmaba que el hombre obtenía más placer.

No sé si ustedes observan en esta escena lo mismo que veo yo: tanto Zeus como Hera afirman que el otro goza más. Aquello de que el jardín del vecino siempre es más verde.

Para dirimir la diferencia, convocan al único mortal que ha tenido ambas experiencias. Tiresias se pronuncia: por cada diez partes de placer que la mujer obtiene, el hombre obtiene una. Hera estalla de furia y lo ciega.

¿Por qué se enfurece Hera? En esa furia encuentro un elemento en esta historia que me perturba aún más que la pretención de Tiresias de cuantificar el placer. La explicación tradicional, la que me fue fácil encontrar en una superficial navegación por internet, dice que Hera no toleró que un mortal le diera la razón a Zeus.

Como los dioses griegos llegan a nosotros como personajes celosos y competitivos, esta explicación podría bastar. Pero me queda cierta inquietud y se me ocurren otras.

Por ejemplo, que Hera enfurece porque no puede admitir la respuesta de Tiresias, ya que ella sabe, y lo que sabe es que el mortal no tiene idea y sólo busca agradar a Zeus.

Por el contrario, podría ser que sea cierto que las mujeres gozan más y Hera no le puede admitir a Tiresias que traicione una especie de secreto de género. Esta hipótesis supone que Tiresias sí sabe, y puede, en consecuencia, revelar lo que la diosa insiste en mantener oculto.

Pero se me ocurre todavía otra explicación, la que más me gusta: Hera, además de celosa y de femenina, es orgullosa, y castiga la arrogancia de Tiresias, su inmodestia de pretender que pueda saber, que pueda saber lo que las potencias celestiales olímpicamente ignoran.

No sé si ustedes ven lo mismo que veo yo: ni los dioses saben quién goza más. Y quien pretenda que sabe, comete pecado de arrogancia: ya estaba ciego.

Descartes

De las diversas formas del voyeurismo que el uso regular del transporte público facilita, la de pispear qué leen los compañeros de viaje es una que practico desvergonzadamente.

En un mar de fondo de browns, grishams y cohelos, cierta vez descubrí una tapa revestida en cuero, un papel grueso y amarillento, una página llena de subrayados: alguien leía, encadenado a La Plata, el Discurso del Método. ¿Quién puede leer en el micro a Descartes? ¿Para qué? ¿Cómo es su vida, cuáles son sus sueños, cuáles sus preocupaciones?

No abundaré en la hipótesis de la superioridad de tal o cual literatura sobre otra. No esta vez, al menos. No es porque sea Descartes y le otorgue un valor intrínseco superior o algo así. Fue la ocurrencia de lo improbable lo que llamó mi atención.

Me fijé en la gracia de algo como una voz que, sin esperarla, brota de eso que parece ruido blanco, como las figuras que uno a veces escoge adivinar en la estática del televisor, conjurando la indiferencia, el caos.

Este post contiene spoilers

...pienso en dejar de escribir. Cada vez que pasan semanas sin que el acto de escribir adquiera otro valor que el que corresponde a una serie más o menos domesticada de ejercicios mediocres de un oficio, pienso en el hecho de dejar de escribir. Y no me refiero a tomar la decisión de no hacerlo más, sino de descubrir, de darse cuenta, como en el fragmento de Onetti, que uno "deja de escribir", así, en presente digamos que continuo.

Y pienso en que el fragmento de Onetti le dio una forma a la vaga sensación que tuve al completar la última página de Los detectives salvajes: "es esta una novela sobre dejar de escribir".

Novelas sobre ser un voluminoso cuerpo muerto baleado absurdamente en medio del desierto de Sonora...

Beat


¿Lo volvieron a escuchar? Bonito, ¿no? Me gustaría ahora dirigir parte de su atención hacia el final de la pieza. Espero que hayan reparado en el largo espacio de silencio que transcurre entre los tres acordes que la culminan.

Me gustaría hacerles notar una cosa, si están dispuestos a creerme: esos acordes se forman mediante las varias notas individuales que tocan los muchos guitarristas que mencioné en el post anterior. ¿Qué cómo lo sé? Bueno, digamos que lo escuché por ahí.

No sé si será evidente para ustedes una cosa: para que esos acordes suenen como tales, debe haber algo que les permita a los músicos actuar de consuno. No se trata de una espera caprichosa que cada instrumentista quiebra según su antojo. Si así fuera, escucharíamos un desordenado arpegio, algo como la caída del estante con las copas, una cascada de bochinche.

En cambio, como una resbalosa referencia, estos guitarristas guardan, en el estricto silencio, el tiempo.

Valor cultual, valor exhibitivo



¿Lo escuchan? Bonito, ¿no? Una música amable, diríamos que relajante. Desde el punto de vista musical, sin embargo, no deslumbra a simple vista (simple oída) con ninguna pirotecnia notoria: no hay audaces solos, infecciosos riffs, acrobacias rítmicas.

Ahora bien, ¿qué pasa si les digo que eso lo tocan unos 20 guitarristas? Imagínense: 20 guitarristas formados en un círculo, y ustedes sentados en el centro del círculo, en el suelo preferentemente, así los oídos les quedan a la altura de las bocas de las guitarras. 20 guitarras.

Si tienen la suerte de estar escuchando esto en estéreo (y sería mejor aún si usaran auriculares), quizás aprecien que las notas se mueven de un lado al otro. El estéreo es una triquiñuela para sugerir, recurriendo sólo a dos fuentes de sonido, la ubicación en el espacio de varias. Les pido que intenten imaginar que lo que escuchan es una multitud de notas aisladas, tocadas cada una por una de las guitarras, por turnos, una nota cada una, a veces varias guitarras juntas, pero siempre una única nota, dando la vuelta al círculo. Quizás lo que imaginen les muestre que la triquiñuela del estéreo es insuficiente para representar eso.

Hay algo que no está, ni puede estar, en la grabación.

La experiencia de estar en el centro de un círculo de guitarras adquiere su justa dimensión en el acto mismo, en presencia. Lo que es único e irrepetible en la performance, y que evade su reproducción técnica, me hace pensar en aquello que Benjamin llamó "el valor cultual de la obra de arte", allá lejos (ni tanto) y hace tiempo (ni tan poco).

(Si quieren aproximarse a la experiencia, vean cuándo toca cualquiera de las agrupaciones de lo que gusta llamarse "Guitar Craft" .)

El entusiasmo

A raíz de los comentarios sobre King Crimson, allá lejos (ni tanto) y hace tiempo (ni tan poco).

"King Crimson is, as always, more a way of doing things. When there is nothing to be done, nothing is done: Crimson disappears. When there is music to be played, Crimson reappears. If all of life were this simple".

Sapiencia que se le atribuye, desde que me acuerdo, a Robert Fripp y que ahora reencuentro como cita textual en el sitio de DGM.

El gusto es intransferible. Uno, a veces, anda, mas bien, tras el entusiasmo, en todo caso, como una especie de sabueso. Cuando uno detecta gente cuyo entusiasmo lo ha guiado alguna vez hacia algún objeto adecuado al propio gusto, tiende a suponer que ese entusiasmo es la señal que apunta hacia nuevos hallazgos.

Así, uno lee los escritores que les gustan a sus amigos, escucha la música que les gusta a sus maestros, vé las películas que recomiendan los compañeros de ruta, prueba las comidas que le ofrece un amable anfitrión; digamos que uno recorre senderos de ese tipo (y todos sabemos cuál es el principal atributo de los senderos).

Pero la verdad es que muchas veces el entusiasmo resulta, según el gusto de uno, desmesurado en relación a la causa, o, mejor es decir, la causa no despierta en uno un entusiasmo similar.
Entonces, uno (que busca lleno de esperanzas) se queda como diciendo "¿y?" y se pone a escudriñar qué había ahí, qué escuchaba el maestro, qué veían el amigo o los compañeros de ruta. Busca El Sabor.

[ Y, a estas alturas ya lo sabemos, El Sabor (un pueblo mexicano, en el desierto
de Sonora) no existe. ]
Temo recomendar cualquier cosa de King Crimson a causa de este principio: el entusiasmo puede que sea contagioso, pero seguro que es tan intransferible como el gusto. Sin embargo, hay juegos que se juegan a causa, justamente, de su imposibilidad.

Postulo entonces, en flagrante contradicción, a Discipline como un disco que bien exhibe el "específico crimsoniano". Además, arriesgo a decir algo, o mas bien a repetirlo: un texto cualquiera vale más por lo que permite decir que por lo que se suponga que dice.

Por eso King Crimson me gusta, porque es, como afirma Fripp, un modo de hacer cosas. Por canciones como Thela Hun Ginjeet, pero también porque permite este Thela Hun Ginjeet anabólico.

King Crimson adquiere entonces la dimensión de gramática, de condición de posibilidad de un intercambio, de ocasión para construir texto (texto musical, por lo menos), característica que no le es exclusiva ni mucho menos, pero de King Crimson hablamos.

[No habré de decir que se trata de algo que inventó King Crimson, ni que se trata de algo de lo cual me enteré al escucharlos, pero sí diré que fue con King Crimson que entendí que la complejidad es básicamente la yuxtaposición de elementos más o menos simples.]

En materia de música, en King Crimson se desencadenan potencias que dan lugar a tules como Matte Kudasai o One Time, cargas de profundidad como 21st Century Schizoid Man o Thrack, anomalías como Larks Tongue in Aspic o When I Say Stop Continue, senderos de hormigas que se bifurcan como Frame by Frame o Neal and Jack and Me.

Después de mencionar todas estas canciones, y si alguien que no las conoce las escucha, quién dice, quizás gusten, o quizás provoquen un arqueo de cejas, algo así como esa forma sofisticada de la indiferencia que da lugar a un "si, es verdad, tienen una técnica impecable", o, muy probablemente, nada de eso.

Y nada de eso es algo de lo que haya que lamentarse: no hay defecto.


(UPDATE: ahí arriba enlacé con otra versión de Thela Hun Ginjeet que mejor se relaciona con este post.

Este post linkea a versiones en baja calidad de todas las canciones mencionadas, provistas a usted sólo con fines ilustrativos -el contenido puede variar sin previo aviso. Llegado el caso, el sitio de Discipline Global Mobile, la productora de King Crimson y emprendimiento de Mr Fripp, le permitirá obtener copias bien debute haciendo honor al esfuerzo de los músicos sin regalarle nada a ningún intermediario antipático.)

Las fuerzas sutiles

"...el silencio llega hasta
nosotros como una voz..."

Juan José Saer, desde
una anotación de Vero


A ver, sigamos. Detengámonos en el diapasón. Quizás hayamos notado que es un artefacto que produce una vibración de tan baja intensidad que resulta prácticamente inaudible.

Repasemos. Para ponerlo a vibrar, es costumbre entre los músicos golpear el diapasón contra una rodilla. Escuchemos. Para que esto sea posible, es necesario apoyar el artefacto contra alguna caja de resonancia, como por ejemplo el cuerpo de una guitarra, la tapa de un piano.

Observemos. La escena más conmovedora la ofrecen los cantantes: carentes de otra caja de resonancia, se apoyan el diapasón contra el hueso de la mandíbula, ahí donde se articula con el cráneo, muy cerca del orificio del oído. ¿Lo notamos? El tímido diapasón resuena en toda su cabeza, permitiéndoles oir, desde adentro, un sonido delicado e improbable...

Atenuación y énfasis

Imagine un zumbido más o menos indefinido (y disculpe usted este comienzo tan inexacto: "imagine un zumbido"; pero aproveche para notar que, si bien nuestro idioma tiene un verbo para la acción de representarse una imagen en la mente, carece de uno para la de representarse así un sonido). Repito: imagine un zumbido más o menos indefinido. Puede ser eso que se llama "el rumor del viento" o "el ruido del mar". Son los sonidos que se me ocurren ahora más próximos a algo que técnicamente se llama "ruido blanco". Es curioso: recibe ese nombre por analogía con la luz blanca, y fíjese que tenemos aquí, otra vez, una sinestesia. Como la luz blanca es el resultado de la combinación de todas las frecuencias en que ondula la luz, se le da el nombre de "blanco" a aquel ruido en el que se presentan indiferenciadas todas las frecuencias en que ondula el sonido. Y ahí está la naturaleza del rumor del viento, del ruido del mar: todos los sonidos que los componen tienen más o menos la misma intensidad y son, en consecuencia, indiferenciables. Imagine ahora que mediante algún artificio cuya mecánica no nos interesa (y no estaría mal suponer un arte de magia), usted pudiera enfatizar algunas frecuencias y atenuar otras, haciendo que sea posible diferenciarlas. Ninguna de ellas habría desaparecido, pero se habrían colocado en alguna relación peculiar y se habrían combinado para hacer audible un fenómeno que merece por fin un nombre netamente acústico: el timbre. Timbre es el nombre que recibe la peculiar forma en que se organizan un conjunto dado de sonidos de diferentes frecuencias, que en ese caso reciben el nombre de "armónicos" (y note que es recién al hablar de timbres que nuestro idioma empieza a tener, para las cosas que se perciben con los oídos, nombres de los que hemos logrado olvidar su naturaleza de metáforas). Se trata en suma de lo que le permite a usted decir "es el viento que trae la voz de mi padre", "esto es el sonido de mis pasos sobre el asfalto", "esto es el tamborileo de mis dedos sobre el plástico negro del teclado", "ese es el ruido de unos cristales que se rompen", "aquél es el llanto de mi hija", "eso que surge del mar es el canto de las ballenas". Inspirada por el canto de las ballenas, su magia puede devenir selectiva y lograr que se destaquen ciertos armónicos que guardan entre sí relaciones curiosas que la matemática ha sabido describir. A partir de ese momento, le será posible apreciar una propiedad del sonido que se llama "altura" (y hago otro inciso para anotar la esquiva naturaleza del sonido, que a la primera de cambios vuelve a resistirse a ser nombrado sino a través de notorias metáforas). Estas alturas corresponden a eso que, si le tocó sufrir una clase de solfeo en la escuela, quizás recuerde que recibe nombres como "do", "fa" o "si bemol". Como vé, lo que está usted haciendo mediante arte de magia es hacer surgir el orden a partir del caos. Si usted lograra atenuar al máximo todos los armónicos menos uno, habría logrado una nota pura: el sonido más parecido a eso lo produce el artefacto llamado diapasón. Si sigue ese camino, logrará atenuar todas las frecuencias hasta colocarlas por debajo de su capacidad de percibirlas.

Habría creado usted el silencio.

Lo interesante es que tanto la nota pura, sin armónicos, como el silencio absoluto constituyen dos manifestaciones de una misma improbabilidad: el silencio es un fenómeno estadísticamente tan improbable como la nota pura. Para que hayan tanto notas puras como silencios es necesario un trabajo que contrarreste la tendencia hacia ese estado de máxima desorganización en el que todos los armónicos posibles suenan más o menos por igual, el ruido blanco.

El silencio, entonces, es una de las formas en que luchamos contra la entropía.

La mejor banda tributo a Queen que hay llega a Buenos Aires

Por el Prof. Arturo Sandoval

De unos años a esta parte, Argentina ha visto multiplicarse como hongos lo que se ha dado en llamar "bandas tributo", agrupaciones musicales que aspiran a recrear con precisión neurótica hasta el más mínimo rasgo de la obra y presencia de un artista equis. Desde los tiempos en que la mítica Rael realizaba una muy lograda recreación de la obra de Genesis hasta el día de hoy, mucha agua ha corrido bajo el puente.

Un abordaje del fenómeno nos recomienda buscar la condición de posibilidad de estas bandas mediante la realización de una genealogía, buscando antecedentes en los sempiternos imitadores de Elvis y en las bandas beatle que abundan en todo el mundo.

Otro, propone buscar qué cambios en los hábitos del público habrán de haber favorecido esta evolución. Valga como hipótesis: el deseo de consumir algo tan cómodo y confortable como un DVD, pero un poco más intenso, podría haber facilitado la multiplicación de bandas capaces de explotar ese nicho de mercado poniendo en escena, algunas de forma muy acabada, a The Doors, Pink Floyd o Queen.

Como sea, la forma más sofisticada de esta tendencia es la que reúne a los miembros mismos de viejas bandas con el fin inconfeso, irreprochable pero no por ello inocultable de proveer a la reproducción de su propia existencia material.

En los últimos tiempos, hemos tenido la ocasión de ver así a la mejor banda tributo a Deep Purple del mundo, por ejemplo, o de emocionarnos con una de las dos mejores bandas tributo a Pink Floyd que hay, por no mencionar las varias veces que pudimos disfrutar del más soberbio tributo a los Rolling Stones que depara el rock business.

Incluso el rock vernáculo tiene lo que le toca: recientemente, se ha reunido la mejor banda tributo a Soda Stereo que sea dable desear.

¿Qué caracteriza a estas bandas tributo? El hecho de tomar un repertorio de textos conocidos, recrearlos en un nuevo contexto enunciativo y ponerlos a disposición de nuevas condiciones de recepción, convirtiéndolos en una suerte de objeto para el goce necrofílico, una lengua muerta, palmas de mallorca (¿se acuerdan?, no me digan que no, es un chiste de Les Luthiers: "lengua muerta, palmas de mallorca, lomo sapiens, boca corazón"...).

Nada grave, ni nada que, a decir verdad, merezca reprocharse, después de todo, en toda recreación siempre hay algo del atávico esfuerzo de interrogar a los muertos.

Pero que no me digan que lo que viene en noviembre es Queen.

Año nuevo, vida nueva

La noción de "año" sirve para designar a un período de tiempo que está marcado por el movimiento que nuestro planeta hace alrededor del sol. Es lo que los astrónomos llaman el "año solar". Su manifestación notoria es el ciclo de las estaciones. Ahora bien, en el continuo de la naturaleza, establecer un principio o un fin de ese ciclo es sólo un capricho humano. Si imaginamos a unos primitivos sujetos nómades, cazadores y recolectores, imaginaremos unos hombres para los cuales el ciclo de las estaciones provocaba la alternancia de períodos de escasez y de abundancia. Cuando esa humanidad primitiva devino agricultora, el ciclo de las estaciones marcó el ritmo de las labores, de la espera, la siembra y la cosecha. Pero, siempre, el "año" ha sido el período a lo largo del cual la Tierra, por turnos, niega o entrega sus dones.

Ahí, los hombres escogieron su punto de referencia, un punto de inicio: el invierno, luego del cual comienza el tiempo en el que progresivamente la Tierra, por arte de magia o a causa del esfuerzo humano, entregará sus dones, será, para tantísimas sociedades, la primera de las estaciones.

Para tantísimas sociedades, será justo y necesario, entonces, celebrar el día del solsticio de invierno como el día maravilloso en que termina la decadencia del Sol y comienza su resurgir, el retorno de su luz benéfica, que engendrará en la Tierra receptiva, la nueva vida.

Con la cristianización de Europa, las celebraciones del solsticio de invierno serán subsumidas en la celebración del nacimiento de Jesús el de Nazaret. La metafórica no cambia en lo sustancial: los píos cristianos ya no hablan del Sol y de la Tierra o de otros dioses que sean sus metáforas, pero seguirán celebrando, alrededor del solsticio de invierno, un nacimiento.

Cuando el papa Gregorio da al mundo su exitoso calendario, lo organiza en función del ritmo de las estaciones y coloca su inicio por ahí cerquita del solsticio invernal de su hemisferio. Los europeos cristianizados se acostumbrarán, entonces, a expresar los deseos de feliz natividad y próspero año nuevo más o menos para la misma época en que los brutos e impíos paganos festejaban el renacimiento solar y el retorno de la prosperidad.

A nosotros, las celebraciones del año nuevo nos llegan a través de la conquista, que abolirá las fiestas invernales de los pueblos originarios y nos impondrán esta absurda costumbre de, a contramano de los ritmos de la vida y la naturaleza, celebrar el renacer y desear la properidad en el justo momento en que el ciclo de las estaciones se encamina hacia la decadencia.

No está mal. No quiero apelar a la retórica de la alienación o sus aledañas. El año gregoriano impone sus ritmos administrativos y me encanta brindar con amigos y selectos parientes en honor del final de ese ciclo y del comienzo del nuevo.

Para festejar cualquier excusa es buena y ninguna sobra.

Por eso mismo, permítanme reparar en que hoy, 22 de junio, es el primer día de nuestro austral año solar, detener mi atención en el hecho maravilloso de que, a partir de hoy, los días serán más largos y que, en breve, la explosión de los jazmines hará de cualquier caminata por mi calle una experiencia narcótica. Y disculpenme la cursilería de desearles que esa tenacidad inopinada de los astros los encuentre en felicidad y les traiga los dones de la Tierra.

Feliz año nuevo, eso.

À la recherche du temps perdu

Todavía no leí a Proust, pero sé que lo voy a leer porque me fascina ese título (la equívoca "s" que no significa nada en francés pero que en mi cabeza hispanoparlante es un plural).

Y sé también que hoy es viernes, y que, debido a nuestra arbitraria manera de marcar el tiempo, al salir del trabajo pensé: "Listo, una semana menos".

¿Se dan cuenta?: una semana menos.

Febo asoma

Acabo de ver en el diario una publicidad en la que se mencionaba al "Histórico Cabildo".

Ouch. Algo que está inscripto en un registro digamos, aunque no sea lo más apropiado, "de lo prosódico", algo que tiene que ver con el recuerdo de un ritmo, del modo cómo se distribuyen los acentos, se vio violentado por un sonido desagradable como un scratch involuntario o una rotura de cristales.

Repetí, exagerando los acentos: hisTÓricocaBILdo. Nones. Y ahí me di cuenta.

Señores publicistas: el cabildo es primero cabildo y después histórico, es "el cabildo histórico".

Al contrario, el que es primero histórico, es el convento.

Loop, retroalimentación

"Pero ojo
porque capaz
en el fondo es lo mismo
y pasar de una a la otra o de la otra a la una
es
solapadamente
referir a todas las demás".

Kaminer, Backfeeds: la Placita

La Placita y las ganas de no ver a nadie. Referencia empírica: sé de un lugar llamado la placita, en una esquina de tres calles numeradas, en una ciudad de la plata, a sesenta metros de una plaza italia. Todo parece indicar que es ese mismo bar la placita. Me queda, además, re-bien descrito si repito que es un gran lugar para no ver a nadie. En ese lugar he no visto a alguna gente. Un lugar para no ver a nadie, la placita, un lugar mítico. Lugares míticos. Estuve estos días pensando en el realismo de Henry Miller, eso que él dice que es lo único que le importa, no la verdad, ni siquiera la realidad, sino lo que le gusta imaginarse, lo que fue verdadero para él. Relato en primera persona, declaradamente autobiográfico y, sin embargo, el parís de Miller no es menos fantástico que la tierra media de Tolkien. Ciudades que existen. Pensé en el dresde de Vonnegut. Pensé que cada polvo de Miller era tan descomunalmente fabuloso como cada viaje en el tiempo de Billy Pilgrim, que lo que es verdadero, si acaso hay algo, en el relato de Miller es lo mismo que es verdadero en los saltos en el tiempo de Vonnegut. Me tocó una vez entrevistar a unos ex-combatientes de malvinas. Noté algo en su relato, en el manejo del tiempo: mezclaban los verbos en presente y en pasado aún en la misma oración y me dio la fuerte impresión de que cada bombazo de que hablaban estaba sonando todavía. Hubo uno en especial que me habló del hijo que tuvo mucho después de la guerra y de cómo le contaba a su hijo, que ahora tenía la misma edad que él cuando estuvo en las islas, aquella experiencia. Era como si todo, guerra, hijo y relato, hubiera pasado al mismo tiempo. Fue mucho después que leí a Vonnegut y en ese momento no ví la relación, no se me ocurrió entonces pensar que ese recurso de hacer viajar a su personaje por el tiempo y de imaginar una narración donde todo pasa a la vez podía ser de una pasmosa literalidad. Se me ocurrió recién hace unos días, releyendo a Miller y pensando que si algo había verdadero en el relato de Miller no era el recuento de polvos y no era ningún parís, como no era falso que Billy Pilgrim viajara en el tiempo. Hoy (ayer, anteayer, más o menos hace un rato) leo a Puck mentar la placita (el yeite del casanova, una que vale por todas) y nada, que la placita no existe.

Sin embargo...

....el silencio no es insignificante, un vacío, una pura negatividad, la ausencia del ser. No sé si ustedes lo saben, pero, en la notación musical, el silencio se escribe y, como todo signo, adquiere valor en su relación con los demás signos. Es decir: el silencio no es la falta de alguna cosa sino la ejecución deliberada y precisa de otra más; en la jerga musical, cuando un instrumento calla, toca silencio.

El silencio es palpable.

No puedo evitarlo: desconfío de los que reaccionan ruidosamente ante una invitación a bajar la voz. Y no logro pensar que alguien sea cabalmente dueño de sus palabras si no es, a la vez y en el mismo acto, amo de sus silencios.

De las muchas maneras de llamar a silencio

La crónica señala que el ámbito era el aula de una facultad de periodismo. La crónica dice que un titular de cátedra se había tomado muy a pecho su papel y había dado una clase magistral, magistral por su género más que por sus méritos. El tipo habló una hora y media mientras el alumnado bostezaba y buscaba forma de acomodarse en los bancos.

Al terminar su sesuda alocución, juzgó llegado el momento de acabar con la comunicación de una sola vía, se cruzó de brazos, ahí donde estaba, de pie frente a su auditorio y dijo: "Ahora, debatan".

Los recursos para mandar a callar son muchos y variados y no siempre son los que un convencionalismo reflejo nos acostumbra a identificar.

El silencio de la sala fue formidable.

Such terrible funny thing

I jumped out the window to get to the parking lot: una escena (una escena repetida, mil veces vista). ¿Toda escena tiene un sentido único, una única explicación posible? Con la prepotente apariencia de los hechos, ¿acaso se libra de la semiosis? Such a lovely day to go flying; the sky's so clear, the sun is shining: afirmar que hay algo cómico en la escena. Ver que es terrible porque es cómica.



Sobre esta canción y sobre el disco Collide0scope, en Allmusic.

Donde el narrador ofrece una versión de cómo ocupó su tiempo en el verano y reflexiona irresponsablemente a partir del cine para párvulos

En este verano nos sacudimos con mi niño con toda la saga de Star Wars. Hace un par de meses, en un ciber, se copó jugando un juego que se llama "Star Wars Battlefield" y lo ví tan entusismado que me dije que era una buena oportunidad de ver si se enganchaba en seguir un relato más largo y relativamente más complejo que lo que hasta ahora venía acostumbrado.

Así que dedicamos enero, en esas horas en que no podíamos hacer otra cosa más que boquear frente al TV esperando que el cabeceo del ventilador nos diera a cada uno su turno de apenas alivio, a ver la historia de Anakin Skywalker.

Le encantó. Le hice ver la saga en orden narrativo, temía que el envejecimiento visual de la primera trilogía le desilusionara, le cortara el intertexto con el juego, basado en las nuevas pelis, y le impidiera entrar en la historia, así que empezamos por el "Episodio I".

La verdad es que la historia de la caída de Anakin está bastante bien contada y logró dejar en mi retoño un cierto regusto de angustia ("papá, ¿se vuelve a hacer bueno, Anakin?").

Vistas en secuencia, el que ahora viene a ser el Episodio IV, la primera de la serie de cuando nosotros éramos chicos, resulta paupérrima tecnológicamente. Es notoria la ausencia de los encuadres grandilocuentes, más notoria porque los nuevos episodios son más épicos, con panorámicas de ejércitos desplegados. En el Episodio IV todos los planos son cerrados, cortos, casi no hay panorámicas (y sólo si podemos llamar panorámica a las vistas de planetas solitarios en un cielo negro y vacío) y toda la escala es más humana (hasta hay un dialogo en un momento, que obviamente no recordaba y que pasó a destacarse en el nuevo contexto, entre un par de soldados imperiales, esos blancos todos iguales, anónimos, impersonales, que se tratan de "tu" y comentan un nuevo aparato que uno de ellos estuvo probando).

Mientras yo me fijaba en cómo iba cambiando la manera de contar la historia, cómo se iba volviendo más épica, cómo iba mejorando la tecnología empleada, mi niño disfrutaba todo ese viejo relato, lo seguía con atención e ignoraba completamente los aspectos formales y técnicos en que mi mujer y yo nos estábamos fijando para concentrarse, como correspondía, en las peripecias del Halcón Milenario, en las enseñanzas de Yoda, en la habilidad con la espada de Luke, para dejarse llevar, en fin, por una historia eficiente.

Yo esperaba a ver qué cara ponía cuando llegara la famosa revelación de "no, Luke, yo soy tu padre", porque ese diálogo es una parte importante en una película que él vió de chico y que le encantó: Toy Story. En esa peli, hay una cita de esa escena en el momento en que Buzz Lightyear pelea con su archienemigo el malvado emperador Zorg y lo acusa: "¡tu mataste a mi padre!", "no, Buzz, yo soy tu padre". Yo me preguntaba: "¿verá la cita?", "¿reconocerá la escena?".

Y sí, la reconoció, claro: se cagó de risa. "Jajaja, como Buzz", nos dijo, y yo me dí cuenta de que esa escena de aspiración dramática, el corazón de la lectura trágica de la vida de Luke Skywalker, era para él una escena cómica, una cita invertida cuyo original era la parodia de Pixar. Quizás sea mejor así.

Ahora anda por la casa usando como sables de luz los palos de las escobas y unos abandonados caños de agua (de esos colorados, de PVC), asegurando que él va a pasar al lado oscuro de la fuerza.