Mas...

Hace unos días, por chat, le dije a una amiga que Marcelo Cohen me había desilusionado. Como otras veces, advierto que el entusiasmo no siempre es transitivo. Se trata, ahora, de Los Acuáticos. No hay caso. Cada unidad de las que componen el libro, cada relato, se me ha hecho larga y trabajoso. Coincidiendo justo con la lectura de Philosophy of composition, donde Poe establece que la unidad de medida ideal para una pieza corta es "one sitting", descubro que Cohen violenta mi disposición a permanecer sentado.

Sin embargo, empero, no obstante, Cohen me ha deparado el fragmento más jugoso, con perdón de la expresión, con que me he topado últimamente.

Lo transcribo textual:

"Le sostengo al tránsfuga la cara con las dos manos, lo guío por las pecas del cuello y los pezones, consigo que chupe y masque, lo convenzo de que reacciono, le propongo demoras, se las consiento, le araño la espalda, hurgo en una cicatriz, me dilato y me tuerzo, lo retengo, lo confundo y, mientras sopeso la entrepierna, esperando la máxima dureza, le solicito que sea considerado conmigo. Es un susurro gentil, serio, y luego un pedido cariñoso. Me pega el sol en la frente. Pienso que desde el cielo, si me filmaran, se me vería a lo lejos la saliva viscosa. Entonces él no aguanta más y me entra, o se percata del pedido y cariñosamente entra en mí, y cuando veo que más se ha hundido yo me quejo despacio, no de gusto ni de molestia, sino de ansia. Le pido que entre. Como al principio él no entiende, desbocado como está, parece que la carne le palpitara; pero no bien le murmuro otra vez que entre, recula un poco y embiste, y vuelve a embestir buscando una cadencia, y me aprieta las costillas aún con la delicadeza que da el vasallaje. Pero embiste y ya está bien grueso (...). Quiere besarme, todos quieren besarme, como si el beso aumentara la presencia de su carne, pero sobre el choque de babas yo le vuelvo a pedir con dulzura que entre en mí. Se le hincha un poco el cuello. Me esquiva ahora la mirada. Yo requiero, ruego, me río de nervios, imploro que termine ese tormento bobo; quiero que cumpla. JOsé, murmuro, José, porque supongo que oír un nombre exótico lo desquicia. Y como ahora ha entendido, de puro pánico me agarra por las corvas y empuja a fondo. Quiere atiborrarme de olor y de carne escabrosa, a ver si acuso recibo de lo que me está dando; pero yo, que definitivamente he cerrado los ojos, cambio el ruego por el reproche y le pido que entre en mi de una vez. Vamos, digo. Vamos. Él se afana, se remueve, me aplasta. Sé cuánto le gustaría colmarme. Lo siento adentro, al extremo de su tamaño; sin embargo, con un alarido tajante le exijo que entre en mí de una vez. Me enfurezco, le golpeo la espalda, le clavo los dientes en el hombro. Él  declina un instante; el sudor que le cae de la frente me empapa la cara. Me lo limpio de un manotazo, le pregunto socarrona para cuándo. Acto seguido sollozo mientras él arremete de nuevo, me endurezco fugazmente, me diluyo por completo, vuelvo a agarrarle la cara, lo miro bien al fondo de las pupilas, malsana, intolerante, triste, con la duplicada tristeza de no saber qué me entristece. Y porque él calla, y yo le pregunto a voz en cuello por qué juega así conmigo, y él no sabe qué contestarme, trabado a mí como lo tengo con toda su potencia enigmática, me abandono del todo, y musito y resoplo, fría, no sólo decepcionada sino exhausta, trémula apenas, ida, farfullando que quiero que entre en mí, que quiero, que quiero, y pregunto qué cuerno pasa que no me da lo que quiero. Y ahora por fin prescindo de él. Me ausento. A sus ojos podría haberme vuelto loca. Y ni siquiera la posibilidad de que ya estuviera loca le va a restaurar el orgullo. Porque sabe que loca no estoy.

[...]

El tránsfuga se retira y por supuesto que ni de esto doy a entender que me entero. A medias de rodillas, con la camisa cayéndole en los muslos lampiños, empanado en arena, él procura no mirarse eso que ahora es más que nunca un miembro, encapuchado todavía en látex espermicida, y se le ha vuelto chiquito como un supositorio. Así se le quedará mucho tiempo.

Listo. Está listo."
Qué se yo: hay aquí algún conector que me parece fuera de registro, y tengo para mí que esta pieza es una joya a la que le sobran un buen número de párrafos antes y después.

Pero. El adversativo se impone para decir que, mierda, me hubiera gustado a mí escribir este pasaje.

Entonces, pienso que no debería decir "pero", sino "mas". "Mas me hubiera gustado a mí escribir un pasaje como éste". Cohen, después de todo, me ha sumado algo.

Como verán, una cuestión de acento.

Seminario ¿Cómo lograr modelos de Negocios Sociales que funcionen?

El ENI Di Tella (Espacio de Negocios Inclusivos de la UTDT) tiene el agrado de invitarlos al seminario organizado conjuntamente con la Asociación Civil Ashoka:

"¿Cómo lograr modelos de Negocios Sociales que funcionen?" dictado por el Prof. John Mullins -London Business School-. (se realizará en inglés)


Temario charla en Universidad T. Di Tella: John Mullins, Getting to Plan B

Getting to Plan B: Breaking Through to a Better Business Model, John Mullins and
Randy Komisar, Harvard Business Press, September 2009; Spanish edition 2010

¿Cómo lograr modelos de Negocios Sociales que funcionen?
• Un desafío clave para muchos emprendedores sociales es encontrar un modelo
de negocios que sea realmente sustentable. De otra manera, su destino
descansa a la merced de los donadores, que generalmente van perdiendo el
interés en el transcurso del tiempo. Mostrando ejemplos como la African
Leadership Academy, GlobalGiving.com, Patagonia y otros, esta charla ofrece
un proceso y un marco sistemático que da nueva luz a este hecho y ofrece una
solución frente a la falta de donaciones.


El seminario se dictará el día lunes 15 de noviembre, a las 18 hs, en la Universidad Torcuato Di Tella (Miñones 2177, Auditorio). El seminario será en inglés sin traducción en simultáneo.

Interesados inscribirse enviando Nombre, Apellido y DNI a través del siguiente formulario de contacto

Lucas Pizarro y sus vaivenes emocionales

"Últimamente tengo la sensación de que dios, o alguna potencia equivalente, se ha empeñado en jugar conmigo al gato y al ratón.

En los últimos meses he atravesado un montón de experiencias difíciles y dolorosas. Y cada vez, cuando estaba a punto de proferir alguna variante de aquél 'padre, ¿por qué me has abandonado?', una providencial salida se abría ante mí.

Y esa vía de escape o alivio presentaba casi inmediatamente algún recodo, algún retruécano, una oculta amenaza que significaba otra vez una dosis de incertidumbre y angustia.

No he podido evitarlo, lo pensé: como decía mi abuela, dios aprieta pero no ahorca. Y así, las potencias celestiales están jugando conmigo, sin llegar nunca a ahorcarme, sin procurarme de una vez un definitivo alivio.

Y como en una montaña rusa, alterno estados de ánimo en una bipolaridad tragicómica."

Per la strada

Estaba en quinto grado. Me habían cambiado hace poco de escuela y un día perdí el bus del recorrido para volver a casa. Recuerdo que intenté llamar para que alguien me viniese a ver, pero nadie contestó.

Mi anterior escuela quedaba en el valle. Ahora estaba en Quito sola y con la mochila a cuestas. Menos mal algo algo de sentido común tiene la Anacrix: colegio en la misma avenida que la casa y hacia el norte = ergo: caminar hacia el sur sin desviarse de la calle y llegar a destino.

Nunca me dio miedo; solo debía caminar para llegar a destino; claro que es un buen trecho para pensar con el paisaje urbano de fondo y los sonidos propios de la ciudad como banda sonora y el calor del mediodía quiteño que atonta (creo que desde ahí le perdí cariño al calcinante sol ecuatorial). Y a escasas 3 o cuatro cuadras de casa, mis padres ya preocupados por mi retraso iban en mi búsqueda al colegio y me encontraron campante, camino a casa.

Supongo que en ese trayecto aprendí a ir a mi ritmo, aprendí que tú debes ser una buena compañía para ti si quieres serlo para otros y que se puede recorrer mucho si nunca piensas que la distancia es imposible.

Lugares comunes sobre la vida ordinaria


Es un momento extraño. Él duerme y ella, entonces, después de apagar el televisor, por impericia, descuido o rencor, viene a la cama y lo despierta.

Él se resiste a abandonar el sueño (está tan cansado), pero igual algo dice. En esos momentos, es de una franqueza irrestricta (huelga decirlo: en ese estado hay barreras que no funcionan).

Ella elige, normalmente, ignorarlo e intentar dormir.

Así pasan sus noches. Él se duerme, ella lo despierta y, cuando él se despierta, ella se duerme.

Las mañanas son peores. Ella ni se mueve. Él se despierta, se ducha, se va a laburar. Ella sigue durmiendo.

Los dos saben. El problema no está en un error de diagnóstico.

Cuando miro con cuidado...

Y esto viene acá por mero capricho (a lo sumo, como un ejercicio del capricho). Es decir: está porque sí, no viene a ilustrar ninguna tesis ni a representar un estado de ánimo ni a proponer un acertijo ni nigún otro juego similar o equivalente.

Digamos, eso sí: me encanta la melodía, me gusta la parte de la guitarra, ese sonido tan lleno, me cae enormemente simpático el gordo Casero, ahí, tan anti-glam, pero también me hincha el exceso barroco de tanto género entrecruzado, algo que no sé si es una genuina búsqueda de síntesis o mero sincretismo marketinero.

O sea: no sé por qué capricho de la memoria, esta melodía se me ha impuesto estos días, hasta hacerse cantar, por qué viene desde el 2008, de entre ruidismos de mundial, una canción que habla del florecer del deigo, de una isla arrasada y del viento.

Será por aquel recurrido haiku de Basho, aquél del poeta que simplemente mira florecer la nazuna.

O el poema de Basho viene después, y antes está el sonido de la lengua japonesa. Pero no, antes está el sonido de esa guitarra.

Es decir: no sé.

Shimauta, amables contertulios.



Ah, el haiku de Basho dice:

Cuando miro con cuidado,
¡veo florecer la nazuna
junto al seto!