HOMENAJE Y DESPEDIDA AL PUCHO

... y efectos colaterales

Lo conocí en mi época de estudiante en Santa Fé y durante cuatro años y medio tuvimos un contacto moderado, no más de cinco veces al día, desayuno, almuerzo, merienda, cena y algún que otro café.

La relación intensa comenzó en la colimba, en 1973, por aburrimiento, ambiente hostil, contagio y largas noches de loba y póker. Ahí nació la dependencia.

Fué compañero inseparable de largas jornadas de trabajo y estudio, de viajes en ómnibus (tenían cenicero) y en auto, siempre presente con motivo de una alegría, de una tristeza, de una amargura, de un estado de nerviosismo o un simple embole, siempre había un motivo.

Pero, como dice el Eclesiastés: "Todo tiene su tiempo,y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora..." y es hora de dejar el cigarrillo.

La decisión no fué repentina, la toma de conciencia de la necesidad de dejarlo significó un largo proceso:

- Quizá empezó la vez que sentí una gran vergüenza al dejar un pucho apagado en un lugar de ensueño en Traslasierra pero, claro, no fué suficiente, no se abandona un amigo por cosas sin importancia como el aire puro o un lindo paisaje.

- Quizá tuvo que ver mi viejo, fumador empedernido de Fontanares 12, luego Jockey, de pitada menguante desde los 60 hasta que, a los 65, lo dejó.

- Quizá tuvo que ver la Presidenta del Centro de Estudiantes del IBR en 2005, que rompió a más no poder para que se dejara de fumar en el colegio.

- Quizá tuvieron que ver mis alumnos que me reclamaban por transportar olor a nicotina.

- Quizá tuvo que ver el aspecto de las paredes de mi búnker, muy blancas antes y tirando a ocre ahora.

- Quizá tuvo que ver algo pesado, aceitoso y oscuro acumulado en el micro de la computadora.

- Quizá tuvo que ver esa magnífica película llamada "El Informante", sobre los trucos sucios de las tabacaleras manipulando la nicotina natural del tabaco.

- Quizá tuvieron que ver los pronósticos médicos (que no atendí) y consejos de los amigos (a los que presté atención).

- Quizá...

En ese largo proceso hice algunos descubrimientos, y puedo asegurar que una cosa es leerlo en un escrito, escucharlo en una conferencia o verla en un vídeo y otra, muy distinta, vivirlas en el propio cuero.

1. Los ambientes amigables: que defino como aquellos lugares o grupo de gente donde no se fuma y uno siente que no tiene riesgo de agresión, "ventajería", hipocresía o histeria. En otras palabras, donde no tengo necesidad de estar con la guardia en alto. En esos lugares no dan ganas de fumar. Pongo como ejemplo las reuniones en la ICE y el aula con los chicos.

2. Los ambientes hostiles: todo lo contrario de los amigables, pueden ser laborales o no, en todo caso, son demasiados como para poner ejemplos. Es en estos ambientes donde aparece muy intensamente el personaje que sigue.

3. El monstruo nicotínico:
que es más feo de lo que lo pintan pero no es constante, ataca de manera esporádica y encontré maneras de neutralizarlo, sea caminando unas cuadras, o chupando una barra de chocolate, o ametrallar al Tata con mensajitos cortitos y no muy coherentes, total los entiende igual aunque sean monosílabos.

4. Hiperactividad:
apareció energía extra de no sé dónde y eso, que puede ser beneficioso en un trabajo que requiera movimiento físico, es totalmente contraproducente en el mio, no soporto estar sentado más de diez o quince minutos, me cuesta concentrarme, leer y etc. Miro el despelote del búnker y se me ocurre que en 3 ó 4 fines de semana haré lo que no hice en años.

Esa enumeración no es todo y esto lo pongo aparte. Hay un hábito tremendamente asociado al cigarrillo y es que, durante 37 años, todos pero todos los días, pasé por la esquina de Belgrano y San Martín y entré a Casa Toia por mi atado de puchos. Siempre me atendieron muy bien Marincho, Orlinda, el Nono, Gardy, Cristina y todas las chicas que trabajaron ahí. Especialmente me atendió bien Marincho cuando, en época de Isabelita, escaseaban los cigarrillos y me pasaba los Commander escondidos en un diario para que no vieran los demás, y todo por esos irritantes privilegios políticos porque éramos de los pocos gatos locos frondizistas de Porteña. ¿Alguien puede decirme como carajo hago para pasar por esa esquina sin entrar?... porque tampoco puedo entrar para comprar una carancha todos los días.

Hoy compré un cigarrillo suelto primero. Después un atado de Marlboro. Tengo los dos sobre el escritorio. Cada vez que ataca el monstruo nicotínico los miro y les digo: "¿y uds. para qué sirven, quién los necesita?"

Y ahí están. Son el símbolo del desafío, pero terminarán en un balde con agua.

Estoy en el segundo día. Por momentos es más difícil de lo que pensaba, pero la mayor parte del tiempo ni me acuerdo.