Mostrando entradas con la etiqueta retazos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta retazos. Mostrar todas las entradas

Un toque de rojo

“Nunca imaginé que mi vestidor podía ser algo más.
Sólo necesitaba un toque de rojo...”*


Junto con ese pensamiento, la idea me asaltó tan obvia como debe hacerlo para ustedes. Sólo era cuestión de elegir bien y esperar el momento. Y el momento llegó con él, aquella noche. Lo invité a cenar. ¡Por Dios!, ¡los tipos pueden ser tan elementales! Después de comer y de tomar bastante vino, le dije aquello de “voy a ponerme algo más cómodo”. No sé cómo no se cagó de risa; esas cosas pasan en las películas. Lo llamé desde el vestidor: “¿a ver qué te parece cómo me queda esto?”. Ni siquiera empecé por lo más provocativo, apenas un solero bastante suelto, aunque sin corpiño.”¿Y esto cómo te quedará?”, me dijo. Y empezamos. Fue realmente fácil. Al rato ya me estaba dejando arrinconar contra el estante donde guardo un costurero. “Ay, no, dejame”, le dije, entre risas. Ya saben cómo es, una cosa con el cuerpo y otra con las palabras. “Ay, así no”, le susurré; con las manos lo guiaba por donde yo quería, con las piernas lo alejaba. Logré convertir el ansia en violencia. Me golpeó bastante los muslos, me marcó las muñecas con sus dedos. “Pará, pará, no quiero”, le dije. Era el momento en que todo me podía salir mal. Él podía ser más fuerte que yo, o podía escuchar mis palabras y detenerse. Seguir adelante fue su decisión. Arremetió para entrarme mientras yo alcanzaba la tijera grande. Le clavé el primer puntazo en la base del cuello, justo encima de la clavícula. Se deshizo como si fuera un monstruo de espuma. Retrocedió, espantado, sorprendido, medio ahogado. A la jueza le dije que después de eso había intentado asaltarme nuevamente. Pero ni siquiera se defendió: tres puntazos más bastaron para dejarlo inerte, en el suelo, desangrándose. Cuatro en total. Los conté. Los tipos son increíbles: lo último que se le murió fue la pija. Me quedé mirándolo, porque dicen que algunos eyaculan en el momento de morir. Este no. Pensé en metérmela para obtener la prueba del acceso carnal, pero eso hubiera sido necrofilia, y la idea me repugnó. Habría sido además innecesario: la jueza no dudó ni por un momento de que actué en defensa propia. ¿Y no fue así? Yo le dije que parara...

* Otro anuncio de la misma campaña

No dejéis a los niños jugar en la selva

"Hicimos un descubrimiento increíble
Una selva en el cuarto de nuestro hijo.
Con el verde, aparecieron las criaturas más exóticas.
Escuchamos chillidos, aullidos, rugidos..."*


Nos asustamos.

Una enmarañada foresta nos cerraba el paso. Debimos cortar lianas y raíces. Nos hundimos hasta los tobillos en el sustrato vegetal en descomposición. Serpientes e insectos corrían a nuestro paso. No todos escapando. Cientos de hormigas mordieron los pies de mi mujer. No pude evitar el shock anafiláctico. Tuve que dejarla y seguir. Enjambres de mosquitos llenaban los intersticios, mordían mis manos, atacaban mis ojos. Ojos. Pequeños y sagaces me escrutaban desde la fronda. Respiraciones, cuerpos que se deslizaban a mis flancos, volúmenes que no alcanzaban para quebrar las ramas. Finalmente hallé a mi hijo. No era sino un pegote de carne roída por las musarañas (reconocí su calzado).

En el perenne rocío de la selva, mis lágrimas son insignificantes. Tengo la boca seca, ya arde mi cuerpo por la fiebre. Debe ser malaria.



* Nueva campaña de Pinturas Alba ( o de por qué no trabajo de creativo publicitario).

Lugares comunes sobre la vida ordinaria


Es un momento extraño. Él duerme y ella, entonces, después de apagar el televisor, por impericia, descuido o rencor, viene a la cama y lo despierta.

Él se resiste a abandonar el sueño (está tan cansado), pero igual algo dice. En esos momentos, es de una franqueza irrestricta (huelga decirlo: en ese estado hay barreras que no funcionan).

Ella elige, normalmente, ignorarlo e intentar dormir.

Así pasan sus noches. Él se duerme, ella lo despierta y, cuando él se despierta, ella se duerme.

Las mañanas son peores. Ella ni se mueve. Él se despierta, se ducha, se va a laburar. Ella sigue durmiendo.

Los dos saben. El problema no está en un error de diagnóstico.

Que no es poco

Media hora después de que sonara el despertador, me levanto. Voy al baño, abro la ducha. Vuelvo al living y prendo la computadora mientras el agua toma temperatura. Subo el calefactor. Vuelvo al baño. Me desvisto, entro a la ducha, me baño. Salgo. Tirito, me seco. Me pongo una remera, un buzo, los calzoncillos. Busco el secador de pelo. Voy a la computadora. Mientras busco información del clima, me seco los pies. Un grado bajo cero, afuera. Me aplico la loción antimicótica. Me termino de vestir. En la cocina, pongo la pava al fuego, vacío el mate de la yerba de ayer, la renuevo. Espero. Con el mate, vuelvo a la computadora. Escribo esto. El calor del mate, recorriendo mis vísceras, me permite identificar una parte de mi que supongo esófago. El calor se difunde desde esa columna interior, por el pecho, el abdomen. Me acerco al punto final. El cuerpo está cálido, la casa también. Los demás duermen. Creo que estoy listo. Empieza mi día. Salgo al frío...

Cosas que nunca te dije

"Tenemos que llegar a alguna parte."
El Viejo, Faulkner.


"Supiste que algo no estaba bien. Notaste los síntomas, pero equivocaste las causas. ¿Lo recuerdas? Estabas embarazada de nuestro segundo hijo y yo leía Las Palmeras Salvajes, de Faulkner. La famosa traducción del argentino Borges, aquella que reemplaza un 'Bitches!' por un '¡Mujeres!', en una de esas ediciones que venden junto con los periódicos. La había encontrado en una librería de viejo cercana a las ramblas. Puedes sentir el olor del mar desde allí. Joder, que esa lectura marcó mi estado de ánimo. No fue falta de amor, no fue hostilidad hacia nuestro nuevo hijo lo que hizo que no le cantara las suaves canciones de cuna con que había acompañado el crecimiento del anterior. No: fue el desgarro horrible entre la pena y la nada que me llamaba desde tu vientre hinchado, fue el frío ingrato de los bosques de Alaska, la muerte infame y la huida sin sentido. Fue el espanto que sintió esa parte de mí que tomó conciencia de que estaba a la deriva en medio de la inundación llevando hacia ningún lado a una mujer embarazada."

Febril la mirada

Waldo colgó hace unas semanas los dos primeros demos de Míster América. Míster América es, a mi juicio y asigún mi paladar, una de las mejores, más interesantes y características bandas de La Plata.

En la década del '90, cuando yo llegaba a esta ciudad a hacer mi experiencia universitaria, ellos sonaban desde hacía ya unos años. Sus recitales devinieron uno de los ritos casi obligados para mí y la que era entonces mi barra de amigos.

No sé cuantas veces ví tocar a Míster América. He olvidado en qué lugares, no sé en qué estados. Míster América fue la banda de sonido de aquellos días.

Estos demos de que hablaba al principio yo los tenía (tengo, aún) en cinta y son una de las razones por las que me resisto a dar a las llamas una caja que guarda un centenar de cassettes enmudecidos por la obsolescencia de los pasacassettes.

Ahora los descargo en MP3, aprecio una calidad de sonido que mis cintas ya no tienen, y encuentro que recuerdo las canciones perfectamente, como si las hubiera tenido en mi reproductor hace un rato nomás.

Tan frescas me parecen, que me sorprendo cuando descubro, al comparar las listas, que apenas la mitad integró el primer CD de la banda (que también tengo y siempre ocupa un lugar en mi playlist).

Aunque hacía años que no las escuchaba, de alguna manera nunca habían dejado de sonar.

Extraordinaria capacidad de dejar huella.




Aquí, el botón.
Get this widget | Track details | eSnips Social DNA


Allí, la muestra

Pongámoslo así...

"...amor, deja tus labios entreabiertos
porque ese último beso..."

Pablo Neruda


...la escena yo la vi en una película, en más de una, tal vez: usted llega a su casa antes de la hora habitual. Cuando entra, escucha las risas de su mujer y sonríe, feliz de llegar a casa. La sonrisa le dura en el rostro lo que tarda en darse cuenta de que la risa viene del dormitorio. Anticipando las cosas, usted se acerca sin hacer ruido y se asoma a la puerta entreabierta. Ahí está: su mujer cabalgando feliz sobre una pija que no es la suya (ni suya de usted, ni suya de ella, está claro). Usted sabe que esas cosas pasan, que así es la vida, que la mujer y el deseo, pero, sin hacer ruido, con esa sensación que convencionalmente se describe como un "nublarse la vista", busca un revólver que tiene por ahí, en un cajón del escritorio, en un armario. Vuelve sobre sus pasos e irrumpe en el cuarto, apuntándole a su mujer. "¡No! Esto es... literatura", dice ella, no sé por qué, pero dice eso. Usted en ese momento no está en posición de contraargumentar con esta frase de Borges, cuya mención corre por mi exclusiva cuenta:
"Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar."
No, no: lo suyo es más expeditivo. Como en cuestiones de literatura usted es mas bien incapaz de resoluciones sofisticadas, le pega un tiro a su mujer. Le apunta a la boca (borrar los besos, las palabras de amor, las felaciones) y le dá. No sé si en la boca, pero su mujer cae sobre su amante (suyo de ella, se entiende) con la cara hecha mierda. El tipo (el amante de ella), en ese momento, no sabe si siente miedo, asco o furia.

Usted no tiene la lucidez de pensar que le conviene matar al amante primero y, en lugar de eso, intenta suicidarse. No propondré explicaciones para el hecho de que el amante pegue un salto y se arroje sobre usted, arrebatándole el revólver (encima, le deberá usted la vida).

Si usted fuera un poco versado en eso de la literatura, dedicará su tiempo en prisión a establecer si prefiere eso o la nada.

Ni siempre ni nunca

¿Falta mucho para el Plaza?- preguntó la vieja, sin subir al colectivo, desde la calle.

-Viene atrás -le contestó el chofer, y alcancé a oírlo. La novedad me causó malestar. "Siempre viene atrás. Si no pasó ya, no puede ser de otro modo: viene atrás". La vieja, que había preguntado por el tiempo y no por el espacio, volvió a subir al cordón, satisfecha. Me miró como miran las vacas que esperan la crecida del río atrapadas en el fango del lecho. La miré con indiferencia mientras recuperaba su lugar en la fila.

"Siempre viene atrás", pensé otra vez. Y la frase se me pegó en el fondo del cráneo con la misma insistencia con que permanece allí grabada la imagen de un pedestal vacío que adorna la plazoleta de la parada. "Nunca hubo una estatua sobre ese pedestal", pensé enseguida.

Recuerdo que mi hermana me escuchó usar una vez la palabra "siempre". "Siempre y nunca son palabras atroces: nunca es siempre, nunca es nunca", me dijo, enojada, terminante, como si yo hubiera faltado a un fundamental acuerdo y ella estuviera recordándomelo. Pienso en palabras atroces; acabo de usar más de una.

Insisto: recuerdo que ese pedestal ha estado vacío desde que noté su presencia. ¿Es eso mucho tiempo? Y supongo, puesto que nada de eso pasa en este momento, que recuerdo a mi hermana, a una mujer un poco más joven que yo en la que pienso ahora como mi hermana, reaccionando ante mi uso de la palabra "siempre". Ahora no es siempre, ni nunca. Quizás la que pienso que es mi hermana tuviera razón y algo esté fallando en la pantalla de mi mente. Sé que los choferes del Las Casas, del Industriales, del Puente Angosto, dicen que el Plaza viene atrás. Lo sé en este momento, de eso no tengo dudas. Si yo no tuviera en el fondo del cráneo grabada la imagen del pedestal vacío, eso me hubiera bastado cuando lo dijo el chofer y me habría quedado tranquilo en mi lugar de la fila, con la expresión de las vacas que esperan la crecida. Tal vez no fue sino que acababa de ver el pedestal vacío y en realidad no hubo nada que pudiera llamar un recuerdo, si un recuerdo es algo que viene a ocupar el lugar de otra cosa que ya no está. Después de todo, hoy o siempre, lo mismo da, el Plaza viene atrás.

Llegó el Plaza. Mientras la vieja levantaba el brazo para indicarle que parara, llamó mi atención un tipo que escapaba escapaba del bar al otro lado de la calle. Eso no está pasando ahora: ahora, que no es siempre ni nunca, lo recuerdo.

Bam

Y fue entonces que se oyó en la noche un estallido o un disparo o no sabemos qué. Sonó fuerte y claro, aunque a lo lejos, y nos despertó. Después, nada. Lo siniestro de esos ruidos en la noche, estallidos o disparos, no sabemos qué, es el silencio que les sigue. Si al menos alguien gritara, si al menos alguien corriera, si alguien se riera a carcajadas. Pero, en los baldíos que orillan el arroyo, brotan de la nada estos estallidos, sin anuncios, y después, otra vez, la luna y los eucaliptos. Ni los perros hinchapelotas ladran. Nos quedamos en la cama, entredormidos, esperando una señal. No sabíamos si alguien había sido asesinado, si alguien se había suicidado, si había reventado una garrafa o si explotaban petardos en la fiesta más grande del mundo. "Fue un tiro", murmuré. Un tiro único y suficiente. La duermevela no puede prolongarse demasiado. Pasado un rato, ella a mi lado se ha dormido. El silencio de la noche es rotundo y límpido. Al rato, me duermo yo.
Puck Robin Goodfellow wrote:
"...pienso en todas las versiones que Miles
pudo haber producido de 'Limbo'
durante sus distintas etapas,
y, ya que estamos en envión,
cada uno de esos días
en que las manos le picaban tanto..."


...me pican las manos, reina, me pican. El escozor empieza en las muñecas, ¿sabés? Digo las muñecas por decir, porque me gusta la palabra "muñeca", porque ese nudo del cuerpo parece un buen lugar para que algo empiece, y porque decir que me empieza en el alma sería muy cursi... Nunca digas que una vez te dije que la picazón me empezaba en el alma, please... qué sé yo qué será el alma. Me pican las manos, es eso. Mirá como se me ponen. ¿No lo notás? Claro, no me brotan puntitos rojos ni la piel se me pone bordó, pero fijate, queman, ¿no lo notás? las manos calientes... tocame... viene de adentro... ¿acaso puede uno rascarse el lado de adentro de las palmas? Es insoportable, ayudame, agarrame las manos, apretalas fuerte. Cantá una canción, reina, un rato. Esa que te sale tan hermosa, así, sonriendo, como Ella. Eso me calma. Un rato, pero vuelve. De chico, me picaban las manos y me daba por rascarme con un palito o una ramita. Pero eso no sirve, porque mientras te rascás una mano te pica la otra, una tortura. Un día ví a mi viejo hacerse un emplasto con aceite y azúcar, después de terminar de arreglar no sé qué cosa del auto. Lo hacía para sacarse los restos de grasa. "Me pule la piel", decía, cosas de mi viejo. Pero un día que la picazón era espantosa se me ocurrió probar. Te ponés una cucharada de azucar en la palma, le hechás un chorrito de aceite y frotás una mano con la otra, como lavándote. ¿Sabías que el azúcar no se diluye en el aceite? Se hace como una pasta de pulir y te raspa la piel sin lastimar. Me dió alivio. Un rato. Todavía lo hago, cuando la picazón me enloquece. O me pongo un disco de Miles. Uno lo escucha y parece fácil eso de tocar sin vibrato, soplar adentro de un tubo de metal y sacar un sonido liso, parejo, imperturbado. Fijate. ¿Escuchás el esfuerzo? Yo lo escucho, es como si el tipo intentara rascarse las palmas por el lado de adentro. Rascar el alma.

Qué se yo qué será el alma.

...these days, he also wrote this.


Una de amores trágicos...

-Es claro que ella te gusta, y mucho- le dije.

-¿Y qué carajo hago yo con eso? -me contestó- ¿Escribo un poema? ¿Tallo el tronco de un árbol milenario? ¿Compro un ramo de flores y se lo mando sin remitente? ¿Cruzo un pasacalles frente a su puerta? ¿Mato a mi mujer y huyo al desierto? Esa, esa es buena. Y espero después que una víbora me muerda, insensible, ignorante y certera, para dejarme al sol mientras me muero. Bien, bien dramático, cinematográfico. Pero ella no me quiere. Punto.

Cuatro guardias y cien prisioneros de guerra

...al anochecer, los guardias y sus prisioneros americanos llegaron a una posada abierta, iluminada con velas. En la planta baja, el fuego estaba encendido en tres hogares y las mesas, vacías, estaban puestas, a la espera de quien pudiera llegar. En el piso de arriba, las camas estaban listas y con las cobijas tendidas.

Atendían un posadero ciego, su esposa, que era también la cocinera, y sus dos hijas, que hacían de meseras y mucamas. La familia sabía que Dresde ya no existía: los que tenían ojos de entre ellos la habían visto arder y arder. Todos habían comprendido que estaban ahora en el borde de un desierto. Sin embargo, habían abierto el negocio y lustrado las copas y ajustado los relojes y avivado los fuegos y esperado y esperado a ver si venía alguien.

No eran muchos los que huían de Dresde.

El tiempo rodó en los relojes, crepitó en los hogares y derritió las velas. Entonces, fue un golpe en la puerta y cuatro guardias y cien prisioneros de guerra americanos se presentaron.

El posadero preguntó si venían de la ciudad.

"Si."

"¿Viene más gente?"

Y los guardias contestaron que, a todo lo largo del arduo camino que habían transitado, no habían cruzado un alma.

El posadero ciego dijo que los prisioneros podían dormir en el establo. Les dio sopa, café de achicoria y un poco de cerveza. Después, se quedó en la puerta escuchando cómo se acomodaban en la paja.

"Buenas noches, americanos", dijo en alemán. "Que duerman bien".

Billy Pilgrim abandona Dresde
después del bombardeo.
Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5.
La versión española es mía.
Digamos:

"Toda luz es un claroscuro. Todo abrigo, un escalofrío..."

...un zonzo aforismo con el que conjurar las ilusiones ampulosas, las certezas insostenibles, las afirmaciones categóricas que crea el verbo "ser".
...y mi padre dándome explicaciones, queriendo ser comprendido. Ser comprendido será ser justificado y eximido de culpa: las razones son causas y las causas son fatalidades: las cosas no pudieron ser hechas de otro modo. La historia familiar es una historia de fracasos, traiciones y envidias. Como cualquier historia familiar, convengamos, lo que hace mágico y maravilloso al relato de una historia familiar. Y en esa historia se recortan las decisiones sin brújula de mi padre. Categóricas, indudables, pero necesitadas de la mirada comprensiva del hijo. Y ahí estoy yo, viendo las lágrimas empujar desde cuarenta años atrás hasta hacerse irrefrenables. Siento que entiendo, que comprendo y que me importa un carajo si las cosas fueron como fueron o podrían haber sido de otro modo. Fueron. Y eso es, al menos, lo que me gustaría creer. Que ya fueron y que no me atan.

Sin embargo.

Ahí estoy yo, escuchando el relato de mi padre en un día de sol en un parque en las afueras de La Plata. Podría decir que sopla el viento y que los mosquitos acechan. Sería verdad. Podría decir que el pasto está crecido y molesta. Pero no sé qué ganaría con esa descripción.

Yo soy el hijo de ese hombre. Y saber eso ya es algo.

Yo tenía una amiga...

...que había acuñado (o adoptado, no lo sé) la frase "sacámela más adentro". Caprichos de la mente me hacen recordar su agudísimo sentido del humor y el impactante par de razones con que sostenía tamaña exigencia.

Para su fortuna, nunca le faltaban caballeros dispuestos a intentarlo.

Detrás de los cristales llueve y llueve

Claro que llueve. No vamos a tener un blog para dar noticias meteorológicas: llueve. De arriba pa' bajo, como decía un vecino, y me viene a la cabeza un cierto clima en la cocina de un departamento en la calle Seis, la hornalla prendida, la pava en la mesa, el mate yendo y viniendo y la charla o la radio. El ir venir del mate, tan afín al de la lanzadera en el telar, la alacena naranja, presencia y luz insoslayable, el panorama gris hacia el barrio El Mondongo, los techos y las paredes, empapados, rotosos y descascarados, unas tipas de fondo y la lluvia, que parece que va a arrastrar a la ciudad a fuerza de durar días y días, hasta volcarla en el Plata, pero no, ahí sigue todo, mojado y cansado y vuelto a mojar, de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, las paredes mohosas y los patios vacíos y la charla y Radio Universidad y el mate que teje, teje y teje...

Mirada (speed)

Pasa, a veces. Ponele que vos estás sentado en un bar que no frecuentás, digamos que tomando un café y leyendo el diario, completamente abstraído, haciendo tiempo. De pronto, ponele, se hace la hora. Levantás la vista y le hacés a la moza, porque en este bar atiende una moza, que está acodada en la barra, ese gesto de alzar el brazo y cerrar la mano como sosteniendo un lápiz, una birome, una pluma de ganso, para luego sacudirla en el aire, como trazando un garabato, una rúbrica, un firulete. La moza te trae la cuenta sin mirarte, sin mirarte te cobra, te agradece las monedas del vuelto que le indicaste que se guarde y se vuelve a la barra. Vos encarás para la salida y ahí, al pasar, ella, que no es la moza, que está sentada tomando un café o una sprite con su novio, marido, amante, amigo, pretendiente, secreto enamorado o simple circunstante, te clava la mirada, y vos te das cuenta que te mira, y ella se da cuenta que te das cuenta y te sostiene la mirada todo el tiempo que la trayectoria que llevás lo permite, hasta que alcanzás la puerta y salís a la calle, punto en que este retazo de historia se termina a los fines que nos interesan, así, diluida, como esas miradas azarosas que a veces una mujer le dedica a un hombre, vaya usted a saber cuál, un poco impúdicas, pero, desde tu punto de vista, inconsecuentes.