.:::nI pOr Un pUtO jAck:::.


Vuelve a casa
Te vestiste y te acompañé a tomar el ciento cuarenta y tres
Me miraste y yo te miré
me abrazaste y yo te besé
y te fuiste.
Yo me fui caminando por ahí
La ciudad se duerme y yo me desespero
Sí, no tiene sentido cuando vos no estás
Vuelve a casa
Yo te quiero a mi lado otra vez

y no sólo una hora o tres
ya no sé como hacerte entender

que te quiero mucho más que ayer

y no te quiero sólo para estar
una noche y nada más
¿Por qué cada vez que yo te necesito
da la casualidad que vos nunca estás?

Vuelve a casa.


sE vIEnE El cOnEjItO...
kUIdEnsE chIkIllAs...

Eras tan Lelouch

Era Ginebra y era gris y era resplandor la llovizna sobre la Rue Lausanne. Nos encontramos compartiendo el desayuno en una mesa de hotel. Su inglés era notablemente mejor que el mío, pero teníamos ganas de hablar.

Tardé en darme cuenta, en cierto momento de la conversación, de que ese sonido cerrado y rígido que ella emitía era el modo ruso de pronunciar "guevara". Me reí, sin sarcasmo, mas bien como una palmada en la frente. Repetí: "guevara", con mi dicción rioplatense. Ella también se rió y trató de imitar ese sonido. Fracasó.

Ella tomó té y noté que guardaba en los ojos la furia de guerra que se agita tras las ventanas, casa por casa. Yo preferí el café.

Quedamos en encontrarnos a la noche. Bailamos unos tangos inevitables (es decir, fatales).

Llego entonces a un punto de mi relato que no puedo sortear, aunque podría intentar escaparle diciendo aquello, banal, de que estaba, de pronto y sin saber cómo, besándola. Después de todo, ese instante desapercibido es parte de una serie imposible de segmentar, como la que incluye a la gota que hace rebalsar al vaso. Sin embargo, tengo una pista.

Fue un chiste tonto lo que puso su boca a tiro de mi boca. Yo había descubierto hacía un rato que podía hacerla reir (que ella estaba dispuesta a conceder ese premio a la vanidad de mi ingenio), y cuando un hombre (este hombre) descubre que puede hacer reir a una mujer, se siente temerario y audaz. Mientras ella reía, decidí "arriesgar la boca a beso o cachetada". Salió beso.

Y fuimos a su habitación. Ya no hablamos. La desvestí. Era Ginebra. Y era lento. Y era resplandor su piel blanca en ese hotel de la Rue Lausanne. Empezó a hablar otra vez, palabras sueltas en ruso. Entendí el juego y nos dedicamos a elaborar nuestro privado diccionario bilingüe de los pecados y los vicios.

Nunca más volveré a saber los nombres rusos de las partes del cuerpo que importan en estas circunstancias. "Boca", "рот", quizás. Los demás los he olvidado, al menos lo suficiente.

Pero, al final, capricho de mujer, eligió cambiar otra vez el juego, volver al inglés que al principio nos había ofrecido la esperanza de entendernos.

"I come", murmuró, y me sorpendió. Todavía sujeto por las reglas del otro juego, yo iba a decir: "me voy". Y supe que ese diverso rumbo, la contradictoria dirección, era un sino.

Dormimos juntos. Por la mañana, cada uno salió para cumplir sus propios compromisos sin acordar nada para después. La crucé por la tarde caminando por la Rue du Rhône. Me saludó con una sonrisa indiferente, como dedicada a un extraño que cubriera con su capa un charco a fin de franquearle el paso, en una galantería que ella se vería obligada a agradecer pero cuyas consecuencias se impondría conjurar.

Después de eso, como dice el tango, no la ví mas.



19-Juan Pablo Bochatón, Tomo lo que encuentro

"La técnica, Daniel, la técnica"

La frase es de un director de teatro de nuestra ciudadela, AKA La Plata, AKA la ciudad de las diagonales, acá, quiero decir.

Se la escuché dirigida a un pintor, muy amigo suyo, lo que otorga a la admonición un carácter tierno, que estaba haciendo una defensa de cierto espontaneísmo en la creación artística.

Como otras veces, me encuentro que el derrotero de Luciana (que por cierto estrena blog) y el de Carlos se cruzan como hacen cualesquiera paralelas y me sirven para algo, para seguir bifurcando los senderos: mientras Luciana se dispara hacia la cuestión de las damas irresolutas y Carlos hacia la de la fecundidad y la fecundación, yo me pongo a pensar en la cuestión de la técnica y su lugar en el hecho artístico.

Para algunos, posición legítima, la técnica lo es todo (o mucho), el arte es el oficio de dominar una técnica.

Para otros, posición legítima, la técnica es un estorbo que domestica la pulsión creadora o la potencia expresiva.

Unos y otros hacen alarde de la técnica: sea haciendo su exhibición o haciendo gala de su ausencia.

En el medio, como cabe, hay una tercera posición: los que la hacen invisible.

Entre Paganini y Sid Vicious, ahí lo tienen a Masliah, que pone cara de boludo, canta como si no tuviera voz y toca maravillas imposibles, hace magia, domina una técnica impecable, como si no la tuviera.

Vean si no el clip que colgó Luciana.

Yo, argentino.


Lucas Pizarro y su costumbre de regalar libros

"Técnicamente, yo nunca fui infiel", me dijo Lucas. "Dejémonos de tecnicismos, Lucas", propuse.

-Fue para la época del primer recital de Living Colours en Obras, el '93, me acuerdo. Yo vendía café por las facultades y estaba conviviendo con Lu, ¿te acordás? Se dió en esa situación. Conocí una mina que laburaba en Bellas Artes. Se llamaba Claudia y solía comprarme un café y una medialuna casi todos los días. Desayunaba así. No sé cómo fue que se recortó de entre todos los demás que me compraban un desayuno. Tenía un hermoso par de ojos. En serio, sin doble sentido, que tenía unas tetas bárbaras también, no me voy a andar con remilgos para decir eso. Pero creo que en su caso me fijé en los ojos. Tampoco sé cómo fue que empezamos a encontrarnos por todas partes. Una vez me la crucé en Arquitectura y nos quedamos charlando. Otra vez fue un recital de Víctimas del Baile. "Qué hacés acá", le pregunté. "Que hacés vos acá", me dijo, marcando el vos. Y así. Nos encontrábamos sin buscarnos.

-Cortazarianamente- dije.

-Podés decirlo así, si te gusta. Teníamos muy buena onda y ese carácter detaché de la relación daba para charlas francas, mutuo psicoanálisis de banco de plaza y esas cosas. Ella pintaba cuadros, pero conmigo hablaba de libros. Era una lectora curiosa. Ahora que digo relación, no sé si se puede llamar relación a una relación así. Llegaron las vacaciones, ella se fue a su pueblo y empezó para mí la temporada baja. Nos fuimos con Lu a la costa, creo que a San Bernardo, si mal no recuerdo, en esa época era o San Bernardo o Santa Teresita, todo muy pío, a vender uvas frías en la playa. No nos fue ni bien ni mal, pero para finales de febrero estábamos de vuelta. La lluvia de febrero, supongo. Y empecé a encontrarme con Claudia por todas partes otra vez, casi todos los días. Enseguida supe que por esa fecha había sido su cumpleaños. "Feliz cumpleaños", le dije.

-Una chica de piscis.

-Si, una chica de piscis. ¿Vos contaste una vez que tenías un rollo con las chicas de piscis, no?

-Un rollo no. Un par de historias que no fueron que involucran a chicas de piscis.

-Un rollo -dijo mirando el lugar donde está la respuesta a la pregunta sobre por qué es más bien el ente y no la nada-. A mí se me metió en la cabeza hacerle un regalo por su cumpleaños pasado, pero no se me ocurría qué. Al otro día, a la tarde, me la volví a encontrar caminando sola por el bosque. Le dimos no sé cuantas vueltas al lago, conversando. Me dijo que estaba leyendo a Laiseca, La hija de Keops. "¿Te gusta?", le pregunté. "Me divierte", dijo. "¿Leíste La Mujer en la muralla?". "No", me contestó, "esto es lo primero que leo del tipo". Le pregunté si lo quería, que se lo podía prestar. "Dale", aceptó. Había encontrado un regalo para hacerle. Pero no me quería mostrar, cómo decirlo, ¿ansioso?, no me imaginaba apareciendo con un libro nuevo, comprado para ella, me parecía desmesurado, después de todo, no se podía decir ni que fuéramos amigos, ni que estuviéramos flirteando, nada. Entrar en plan "préstamo" y después regalárselo me parecía adecuado. Además, no sé, regalar un libro leído por uno tiene algo más amable, como una oferta de confianza.

-Ibas vos en ese libro -dije. Lucas ignoró el comentario. Yo me dí cuenta de que lo que había querido ser ingenioso había sido pueril.

-Decidí regalarle mi ejemplar, que no estaba ni mucho menos deteriorado pero ya no tenía la disposición hostil, altanera, de un libro nuevo. El único problema era que La mujer en la muralla me lo había regalado Lu. Era la edición de Tusquets, la colección esa que tiene en las tapas un marco como un damero o como las banderas que se agitan al finalizar una carrera de autos. No tenía dedicatoria ni ninguna marca que lo distinguiera, pero Lu y yo sabíamos que era su regalo, no podía desaparecer así como así de nuestra biblioteca. Vamos, que yo participo además de esa ética que dicta que uno no debería regalar lo que le ha sido regalado. O sea: sentía culpa. ¿Sabés qué hice? ¡Mirá vos lo que hice! Compré otro ejemplar, tomé el viejo de mi biblioteca y en su lugar puse el nuevo. Fue la única vez que salí con la intención de encontrar a Claudia. La encontré, claro. "Te traje el libro de Laiseca, ¿todavía lo querés leer?" "Sí", me dijo. "Tenelo, tomalo como un regalo de cumpleaños". Después de eso, pasé, fijate qué locura, varios meses sacando cada dos por tres de su estante el ejemplar que quedó en mi casa para hojearlo, ajarlo, darle un aspecto domesticado, amoldado a las manos, para imponerle el porte que tiene un libro que finalmente ha admitido permanecer de piernas abiertas. De hecho, lo volví a leer. Eso pasó. Técnicamente, eso no es una infidelidad. No es nada, es menos que nada. Una mentira tonta, una expresión de debilidad...

Yo no sé si Lucas finalmente se cogió a Claudia. No me lo dijo y no se lo pregunté. Según él, "técnicamente", nunca fue infiel, así que infiero que no pasó nada mientras duró su relación con Lu, por lo menos dos años más. Me pregunto si habrá logrado que el libro se pareciera al otro, el mismo.