Suena Zappa

Suena Zappa. Eso no significa mucho. Es decir: a lo sumo representa una declaración, eso que los gringos llaman “self-presentation” y, tratándose de Zappa, podría significar: me creo un perro verde, en algún sentido superior al promedio, de paladar sofisticado y distante del gusto del rebaño, de mayor o menor actitud crítica, bastante cínico, dispuesto a afectar, sino experimentar, el goce de composiciones retorcidas y contraintuitivas. Etcétera.

Es decir, y como sea: suena Zappa. Este sería un buen momento para colar en este relato la noción de que la música de Zappa es como un caleidoscopio, el efecto más o menos vertiginoso de la salvia divinorum, algo de carácter interdimensional, pero la verdad es que sólo se trata de un cuento, una historia que comienza diciendo “Suena Zappa”.

Como en todo cuento que se precie, lo interesante sería desentrañar la circunstancia, la razón, el meollo, el quid de la cuestión. No obstante, un listado de palabras surge entre mis documentos y me obliga a distraerme de lo esencial, de lo vital, del pulso rústico de los cuerpos, del tren rojo y alocado del pensamiento y de la acción. Eso: sobre todo de la acción. Puesto que ¿qué pasa en este relato?

De momento, sólo sabemos que hay un hombre (aunque bien podría ser una mujer, lo que demuestra cuán poco sabemos) que está escuchando a Zappa. Aunque eso tampoco es necesario. Es decir: es probable que suene Zappa en un ambiente deshabitado o en presencia de un sujeto (hombre o mujer, Juan, Pedro, Marcia o Michi) incapaz de percibirlo o al menos apreciarlo, o, lo que es lo mismo, que lo oye sin escuchar. Eso, quizás lo sepan, es perfectamente posible: suena Zappa y para nuestro sujeto es como si un tremendo acorazado hiciera retumbar los siete mares con un estrépito calmo, con vibración tectónica, casi como quien dijera un silencio ciego.

O pasa un camión.

Entonces tenemos que ante nosotros se encuentra un hombre (o una mujer) para el cual la música de Frank Zappa es como el silencio que precede a la llegada del circo.

Luego, llega el circo.

El payaso pasa haciendo malabares con mandarinas. Detrás vienen tres elefantes de diferentes razas, uno grande, gris, africano, uno pequeño, más claro, asiático, y uno que no. Todos saludan con las orejas y avanzan aferrados con la trompa al elefante de adelante. Hay uno que no.

Nuestro hombre (o mujer), se levanta del lugar donde reposaba sin escuchar a Zappa, se acerca al balcón que a este fin implantamos de pronto a su disposición y desde allí agita la mano como despidiendo a un barco, como aventando penas, como escurriendo un cristal que de pronto se hubiera empañado por la pesada respiración de los elefantes, los payasos, la troupe de acróbatas que viene detrás haciendo piruetas y del grupo de mimos que de pronto se congela como si una fotografía de mica los retratara, impávidos, grises, altamente resistentes al calor. Inmediatamente, una jauría de caniches se desparrama alrededor de los mimos como bolitas de mercurio en dos patas y con colitas ridículas.

Los mimos  permanecen en sus lugares. Devenidos mica, quedarán allí, tal vez por el resto de la eternidad, o lo que quede de ella. Nuestro hombre (o mujer) los mira a los ojos. Advierte allí nuevamente el silencio ciego que es como el tronar de un acorazado que perturba la quietud abisal de los siete mares y se le revela entonces: El Vacío.

Pero no es capaz de aprehenderlo. Así como nuestro hombre (o blah, blah) es inmune al sonido de Frank Zappa, el vacío es para él la quintaescencia de lo imperceptible y pasa a su lado como un ángel en un oasis de amapolas. El acceso directo a la experiencia mística que le revela el vacío le está vedado. Con todo, no está privado de esperanzas: nuestro hombre/mujer (tache lo que no corresponda) puede aún acceder a variados y exquisitos textos que por interpósita mediación, a través de una aciaga metaforicidad, le señalen el nudo, el centro, el hueco inasible de lo que no tiene nombre y no puede nombrarse, vale decir: El Vacío.

Tal vez nuestro sujeto (Juan, Pablo, Haydée, Carmina o Burana) se aproxime al estadío de la iluminación y todo esto (la ignorancia de Zappa, la llegada del circo, el saludo a los mimos que parecen fotografiados en mica) no sea sino el prólogo, el antecedente, el prolegómeno necesario para avanzar un paso hacia, bueno, hacia algún lado que por definición no es este.

Cantará un himno. Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare, Hare Rāma, Hare Rāma, Rāma Rāma, Hare Hare. Ayunará. Velará. Levitará. Caerá en picada y se dará de trompa contra el piso con la contundencia de cincuenta ícaros desgraciados, se partirá dos dientes y le quedará el tabique desviado (un poco a la izquierda).

Con el rostro hinchado, nuestro sujeto indagará los murales de Siqueiros, la filmografía de David Cronenberg, la Ética de Spinoza y llegará a la conclusión de que no ha entendido un carajo.

Se sentará nuevamente en su cómodo sofá (marrón) y cantará una canción que dirá más o menos así: "Gib zu mir etwas Fussbodenbelag / Unter diesen fetten fliessenden Sofa".

Luego, no pasará nada. Advendrá una vez más el silencio (ese, que es como un acorazado que blah, blah, blah, blah) y pensará: “¿Qué se puede hacer salvo ver películas?”. Pasará entonces a frecuentar clubes cinéfilos. Como nuestro hombre (o mujer) aún tiene de si mismo una visión aristocratizante, se dedicará especialmente al cine ruso o de Europa del Este que, es bien sabido, no mira nadie ni siquiera en Europa del Este.

Concluirá, en consecuencia, que ha perdido el rumbo, el tren, que le ha pifiado a todos los horarios, que se le ha ido la oportunidad evidente de apresar Aquello, eso que en Pulp Fiction brilla desde el interior escamoteado de un portafolio.

Como sea, un esquema se dibuja. Recapitulando: tenemos un hombre (o, está claro, una mujer; esta historia no hace diferencia de género) que se encuentra perdido y confundido y realizando un ciclo vital que de alguna manera supone la intuición de un Más Allá que, cual el consabido horizonte, se escapa. El personaje entonces realiza un periplo que, aparentemente, se prepara con la audición de la música de Frank Zappa, la cual no lo afecta, y se desencadena con la visión de un grupo de mimos que permanecen inmóviles como en una fotografía de mica y cuyos ojos le manifiestan oscuramente el vacío, revelación que no logra aprehender y lo lanza a la adoración de Krishna primero y a una búsqueda desesperada por todo tipo de superficies tales como textos o películas después.

Es entonces que lee El Fiord. ¡Para qué! Habiéndose asomado al pavor y la violencia, nuestro sujeto gritará como un conejo enloquecido y escapará corriendo por el living comedor. Saldrá al balcón aquél que convenientemente implantáramos a su disposición y saltará, presumiblemente, al vacío, que, vale aclarar, no es El Vacío, sino otra cosa mucho más prosaica. Sujeto afortunado: por arte de magia decidimos que su balcón se encuentre a escasos y melifluos 70 centímetros del suelo, con lo que su carrera (loca) apenas se verá perturbada.

Perderemos de vista a nuestro sujeto. Eso es necesario, sino no sería posible explicar que súbitamente comencemos a recibir correo de su parte. Nos dice:

“Queridos amigos. Les escribo desde tierras inhóspitas y distantes a las que he sabido llegar impulsado por el pavor que me fuera provocado por Osvaldo Lamborghini. Demostré el pavor de una manera peculiar y no he sabido burlarlo: aún me lame los pies con fidelidad canina y me despierta por las noches. Procuro hacerme una vida ejerciendo oficios actuales y antiguos, tales como el diseño de aplicaciones móviles y la caligrafía china. La crisis económica es terminal, tal vez lo sepan por la prensa. Aquí, los jóvenes se suicidan en masa a la espera del final de los tiempos y los viejos simplemente esperan, más sabios, más resignados, tal vez apenas más débiles o simplemente privados ya de toda voluntad. Yo hago lo que puedo. Espero que el navegador no se cuelgue mientras escribo. Tiene esa costumbre. Mi PC apesta. Bueno, en realidad ni siquiera es mía. Me la presta el cocinero de la pensión donde vivo. Es un viejo hippie con pretensiones budistas. Le conté de mi pasado Hare Krishna y eso le simpatizó. Me hace comida macrobiótica, o al menos vegetariana. O al menos no usa carne y pone mucho curry. No está mal. El curry cansa, eso sí. Y extraño la carne. Hoy encontré un restorán argentino. No saben: hacen mollejas al cava. Me metí y las probé. Me costó caro, pero son lo más parecido a la gloria que he conocido en materia gastronómica. Algún día tendrán que ceder al pavor y venir a estas tierras inhóspitas y distantes. Yo los llevaré al restorán argentino que hace mollejas al cava. ¡Ahhhh! ¡Ya me dirán! Bueno, les mando saludos, especialmente para esa chica que extraño y deseo por las noches cuando el pavor me lame los pies y me humedece.

Besos.

Juan, Pedro, Marcia o Michi”

Y así pasará el tiempo. Años, pasarán.

En semejante plazo, los largos años de una vida, es más que factible encontrar lugar para que un personaje escuche mp3, utilice scanners, aspire cocaína,  compre una nueva alfombra y redecore su cuarto, conciba un nuevo género lírico-narrativo, vea alguna noche, solo o en compañia, la película American Horror Story, se enamore de una mujer y la abandone. Las vidas humanas tienden a ser banales.

Pero los detalles nos parecen de mal gusto y no tenemos la paciencia de Roberto Bolaño para urdir vidas enteras en un solo cuento. Lo último que sabremos de nuestro personaje (hombre o mujer, a los fines de esta historia es indistinto) es que conseguirá empleo en una empresa de Silicon Valley como diseñador de tipografías y ya no buscará eso que brilla desde el interior escamoteado de un portafolios.

Muerte, no te envanezcas



“Muerte, no te envanezcas aunque te hayan llamado
poderosa y terrible; pues tú no eres así,
ya que aquellos que crees por tu fuerza abatidos,
no mueren, pobre muerte, ni a mí puedes matarme.
Del descanso y el sueño, que son imagen tuya,
fluye mucho placer; entonces mucho más de ti
ha de venir, y muy pronto nuestros hombres mejores
van contigo, descanso de sus huesos, libertad de sus almas.
Esclava eres del destino, del azar, de reyes y desesperados,
moras con el veneno, con la guerra y los males,
también puede la amapola y la magia dormirnos,
y mejor que tu golpe; ¿y por qué te envaneces?
Pasado un breve sueño despertamos eternos,
y ya no habrá más muerte, tú morirás, oh muerte”.
John Donne


En recuerdo del fallecimiento de un gran hombre, padre, esposo y amigo.
Para J.C. que en paz descanse.

"...y en la espera vagamos, indiferentes..."

Oye el sonido del agua cayendo en la ducha. Va al minibar. Se sirve un ron. Sin hielo. Busca el atado entre las botellas. No está. Palmea los bolsillos del pantalón y recuerda que ha dejado los cigarrillos en el saco. El saco está doblado, colgando del respaldo de una silla, al otro lado del cuarto. Al pasar frente a la puerta abierta del baño, ve claramente la sombra de Berenice proyectada contra el cristal esmerilado de la mampara de la ducha. Ama la idea del agua jabonosa escurriéndose entre sus tetas. El inequívoco cosquilleo que antecede a una erección lo complace. Llega junto a la silla. Encuentra el atado en el bolsillo interno del saco. Saca un cigarrillo y el encendedor. Golpea el filtro del cigarro contra el encendedor dos, tres veces. Luego, lo prende con una larga y profunda pitada. Suelta el humo bruscamente, creando un aura descompuesta y atolondrada alrededor de su cabeza. Mira por la ventana. El río se ve tan plácido y la noche tan serena. Abre el ventanal y entra una ráfaga de aire tibio. Con el cigarro entre los labios, va a buscar el sillón rojo que está junto a la cama. Lo acomoda frente al ventanal y vuelve sobre sus pasos para buscar un cenicero que ha visto entre las botellas. Pero al volver a pasar frente a la puerta abierta del baño, ve otra vez la sombra de Berenice proyectada contra el vidrio y se detiene. Se queda mirándola. Está quieta, con la cabeza gacha, dejando el agua correr por la nuca. Un vaho denso de vapor de agua se ha acumulado contra el techo del baño y empieza a bajar para escapar por la puerta. La sombra de Berenice se ve lánguida, apenas asimilable a ese cuerpo de mujer que él conoce bien y que ahora es apenas la sombra de un recuerdo, la sombra. Aspira el cigarro, que se consumía olvidado entre sus labios, cuando el inequívoco cosquilleo que precede a una erección le recuerda que está fumando y le impone la obligación de hacer algo. Se palmea los muslos como quien se sacude una inercia y mueve la cabeza a ambos lados. Sigue hasta el bar, agarra el cenicero y vuelve al sillón que ha dispuesto frente al ventanal. No se detiene frente al baño, pues no lo necesita para saber que Berenice sigue inmóvil bajo el agua. Conoce esa costumbre. Permanecerá así larguísimos minutos. Acomoda el cenicero en un posabrazos del sillón y sacude las cenizas. Recuerda el ron servido. Deja el cigarro en equilibrio en el borde del cenicero y cruza una vez más el cuarto para buscar su vaso de ron. Parado junto al minibar, casi de espaldas a la puerta del baño, prueba el trago. Le resulta innecesariamente agresivo y le agrega hielo. Vuelve al sillón. Aún no se sienta. Permanece junto a la ventana, mirando el río, degustando el ron (seco, siete años), escuchando el agua de la ducha golpear el cuerpo de Berenice, la loza de la bañadera, el cristal esmerilado. Se queda unos instantes absorto en el humo del cigarro. Luego vuelve a mirar el río. Parece tan calmo, tan quieto, tan mudo. Una camioneta negra llega desde el puente que conecta la isla por el sur y se detiene en la costanera. No ve bajar a los dos tipos que unos instantes después adivina por las brasas rojas que se encienden junto al vehículo. Se acerca al sillón y agarra el cigarrillo. Le da otra larga pitada y vuelve a expulsar el humo bruscamente. Finalmente, se sienta. Siente casi un sobresalto cuando advierte que el ruido del agua se apaga. En la oscuridad del cuarto, escucha la mampara deslizarse y abrirse. Berenice sale de la ducha.

Cierra los ojos. Proyecta en el cristal (esmerilado) de su mente una sombra del cuerpo de Berenice, tal como otras veces lo ha visto saliendo de la ducha. Su marioneta acompaña, supone, los movimientos casi rituales de Berenice, el pie derecho alzándose primero para sortear el borde de la bañadera, la mano izquierda estirándose para alcanzar el toallón mientras la cabeza se inclina a la derecha, arqueando el torso, para que el pelo negro y largo, empapado, cuelgue liso y pesado y escurra y pueda envolverlo con el toallón al mismo tiempo que endereza el torso y revuelve la toalla con ambas manos, que despliegan inmediatamente el paño para bajarlo por la espalda, envolver el pecho, secar los senos, el pliegue entre los senos, el abdomen, el vello de la entrepierna y luego el muslo derecho, que se levanta un poco mientras el pie se apoya de puntas en el suelo, para cambiar a la otra pierna, el mismo gesto, el mismo apoyarse en la punta de los dedos. En el momento en que el avatar de su mente toma el secador de pelo, el ruido de la máquina, desde el baño, le confirma la exactitud de sus recuerdos. Berenice se seca la cabeza moviendo el secador en círculos con la mano derecha, mientras la izquierda abre el pelo en hebras para facilitar el paso del aire caliente. Aunque lo espera, el silencio que sobreviene cuando Berenice apaga el secador lo sobresalta. Escucha el click de la llave de luz y la oscuridad en el cuarto es entonces absoluta. Él no se vuelve para ver a Berenice salir desnuda del baño. Le basta con saberla. Ella no dice una palabra y se le acerca. Le acaricia el pelo y le saca el cigarrillo. Aspira casi con el mismo ansia que él, pero expulsa el humo de manera más suave, empujándolo hacia arriba, en una bocanada larga. Le devuelve el cigarrillo, ya casi apenas filtro. Se acerca a la cama, donde está su ropa de ayer y de antes de ayer. Y de antes de antes de ayer. Se viste.

-¿Estás lista?- pregunta él, rompiendo el silencio.

-Si- le contesta ella.

-Dos matones de tu marido nos esperan afuera.

-Vamos- le dice Berenice.

(...) fue mejor







Estado: nada navideña | Escuchando: Little Thing (Oh dear Vegas) | Leyendo: El Valle del Viento Helado II: Ríos de Plata (R. A.  Salvatore)

No es un pensamiento para la época pero... a veces de verdad siento que todo pasado fue mejor... y no soy de las que sienta sin buscar. Comienzo a desear y, por lo general, según mi experiencia, siempre consigo aquello que deseo. Y ahora estoy deseando ese pasado.

Si el presente no cambia, el pasado me llevará a la locura.
Y sólo estamos yo, el deseo, y la razón que por ahora me sostiene en pie... pero al borde del abismo.


Erliann.

JoJoJo Feliz...!! ya saben :)


                               ¡¡Se acerca Navidad!!


¡Es super increiblemente extraño como pasa el tiempo, pues ya hemos llegado a una de mis épocas favoritas del año! Lástima que esta lo pasaré estudiando para una prueba, en lugar de estar tratando de engañar a mi hermanita con que esa luz que ve en el cielo, esa, sí, justo esa, es la patita del reno Rodolfo, o la intermitente del trineo del viejito (que a todo esto, es una clara publicidad al comunismo: Da a todos por igual y anda de rojo xD)


 ¡¡Pero no importa!! Lo genial de la Navidad adivinen qué es: No, no las versiones navideñas de todas las princesas de Disney (aclaro: mi hermanita tiene 11 años, entiéndanme) lo genial es que todas las personas se unen y aparecen frases clichés (como la que ya dije) y actitudes clichés, porque la Navidad es un gran cliché, pero que todos están dispuestos a vivir porque es linda. Y hace feliz.


Por eso espero que ustedes, queridos bloggers y lectores en general, tengan una hermosa Navidad, de la forma en que sea que la celebren; solos, con amigos, con pareja, sin pareja, con familia, con la abuelita, con el gato... con Cuevana xD



Es mi más sincero deseo!! 
Con cariño y espíritu navideño, Erliann.


F    E    L    I    Z       N    A    V    I    D    A    D       A       T    O    D    O    S



I Semana conquense por el consumo responsable

Charla "Formas de consumo responsable"
(Salón de actos de la Delegación de industria)


En diciembre del 2011, aprovechando que se avecinaban las fechas navideñas, surgió desde el 15M conquense la posibilidad de llevar a cabo la I Semana Conquense por el Consumo Responsable.








Sábado 17 de diciembre. 
I Encuentro del colectivo EA Cuenca en el Centro Social de
San Antón
Presentación del colectivo de economía alternativa “EA Cuenca”.
EA Cuenca es una red local de intercambio con moneda social (El Copón). Dentro 
de la red se puede comprar, alquilar o contratar cualquier servicio o producto 
que otro miembro ofrezca, generando entre todos una economía alternativa
al euro.(más información sobre  EA Cuenca en blog ea-cuenca.blogspot.com o en
la web 
http://letscuenca.0fees.net/eacuenca/ ).

La presentación del colectivo constará:
-  Mercadillo del Copón. En el que podéis participar trayendo tus cosas para cambiar o vender en euros y copones
-    Talleres de explicación del funcionamiento de EA Cuenca
-     Comida popular. A la que cada uno aportará algo
-    Otras actividades

Domingo 18 de diciembre. 
Charla sobre transnacionales en latinoamerica (pub El Círculo)
Pub “El Círculo”. Video-debate “Quien tiene el dinero, tiene el poder
- Videoproyección del corto “Historia de las cosas.
- Charla-debate sobre Transnacionales. A cargo de Gabriel Arellano, miembro de la ongd EMIS (Educación por un Mundo Igualitario y Sostenible).

Martes 20 de diciembre. 
Salón de actos de la Delegación de Educación (frente a biblioteca pública). 
Charla-debate“Formas de consumo responsable”.
 Participan en la charla tres representantes de colectivos de consumo alternativo.
-  Germán Ferrero, de “El Rincón lento” de Guadalajara.
-  María Andrés, como consumidora en el grupo “Pisto ecológico” y 
como productora ecológica en "Despensa natura" de Cuenca.
-  Un integrante de “Carro colectivo” de Cuenca.